Noram estaba sobre ella, todavía estrechándola entre sus brazos. Me invadió una sensación desconcertante y abrumadora, pero cuando Noram se alzó para observarla, me quedé en shock.
Ambos se clavaron la mirada, respirando con agitación por el esfuerzo. Y temblaban. Pero no temblaban por miedo o por frío. Era otro tipo de temblor. Sus ojos no podían despegarse de los del otro, se hipnotizaron mutuamente. Era una mirada especial, una mirada íntima y secreta preñada de fascinación, maravilla, adoración, calidez, sensualidad. De deseo. Y de amor. Era una mirada sobrecogedora, electrizante, podía palparse su intensidad en el aire.
Entonces, lo supe.
Me quedé paralizado a la vez que una imagen se formaba en mi cabeza. La imagen de ellos dos, haciendo el amor, deseándose con locura. La imagen de las níveas manos de Jän recorriendo la oscura espalda y las nalgas de Noram, suplicándole que no parase, mientras él se movía entre sus piernas, dentro de ella. La imagen de Noram internándose en Jän una y otra vez mientras ella gemía con delirio y placer extremos en su boca.
—No —musité, horrorizado y dolido.
Cabeceé para quitarme esa punzante escena de mi mente, pero la imagen ya no quería abandonarla. No quería creerlo, pero ahora lo veía muy claro. ¿Cómo había sido tan tonto? ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Mi mano apretó el centro de gravedad de mi lanza.
—¡Tú! —gruñí, insertándole una mirada iracunda a Noram.
Eso fue lo único que logró que apartara su sucia vista de ella. Cuando vio mis pupilas encendidas, y lo que eso significaba, se quedó inmóvil. Jän se puso blanca como la cal.
—¡TÚ! —bramé, arrojándome sobre él.
Las gradas se quedaron en un estupefacto y sobrecogido silencio. En medio parpadeo, tiré la lanza a un lado y me espeté contra él, arrancándoselo a Jän. Empecé a golpearle. Noram interpuso los brazos y consiguió zafarse, arrastrándose sobre la lona.
—¡¿Qué coño te pasa?! —me preguntó, perdido.
—¡Tú eres el motivo por el que ella me dejó! —le grité mi reproche, dolido—. Ahora lo veo todo claro. ¡Ella me engañó contigo!
Noram se congeló. Cuando revisó mis pupilas se dio cuenta de que ya no había marcha atrás. La verdad se había revelado ante mí, y era irrefutable. Se levantó con mucha cautela. Jän le imitó.
—Escucha… —trató de explicarme Noram, levantando las manos en un gesto que trataba de calmarme.
Esa precaución me puso enfermo, no hacía sino corroborármelo todo.
Me abalancé sobre él otra vez, sin escucharle.
—¡No! —chilló Jän.
Esto ya no era una exhibición, era una lucha de hombre a hombre, cuerpo a cuerpo. Usé los puños para golpearle en el estómago, los riñones, las costillas y la cara, pero Noram no se defendió. Saboreó con amargura cada uno de mis golpes, asumiéndolos. Eso me desquició aún más.
—¡Basta! —gritó Jän entre lágrimas cuando vio cómo tosía y se retorcía Noram.
Sentí cómo una fuerza me empujaba hacia atrás. En un instante, Jän estaba usando su don como barrera.
Mi ira osciló hacia ella y me puse de pie.
—¡¿Por eso fue?! —le reproché, y fui incapaz de evitar llorar yo también. Lágrimas de rabia y rencor, de dolor—. ¡¿Por eso me dejaste?!
—No pude evitarlo —sollozó, rota—. Le amo desde siempre, desde que tengo uso de razón.
Eso fue una puñalada en el corazón. Una puñalada de doble filo, por la que había sido la chica de mi vida, por mi mejor amigo.
—¡Pero tú estabas conmigo! ¡Decías que me querías! —le reproché sin comprender.
—¡Y te quería! Te quiero. Pero no de la forma que tú deseas. Ojalá pudiera corresponderte, pero no puedo.
Hice negaciones con la cabeza, machacando los labios.
—No, otra vez no.
—Tú siempre me habías dejado claras tus intenciones, y creía que yo también quería lo mismo, era lo que todos los de alrededor me habían inculcado. Rilam y Jän, la pareja perfecta. Hubo un tiempo en el que incluso yo misma me lo creí. Pero cuando empecé a madurar me fui dando cuenta de lo que sentía en realidad, de lo que sentía por Noram, lo que sentía por él desde siempre. Yo te quería, claro que te quería, pero no era de un modo romántico, no era lo que sentía cuando veía aparecer a Noram, o cuando le tenía cerca. Siempre le había amado a él, pero yo era muy joven, no comprendía mis sentimientos.
—¿Por eso te acostabas con él? ¿Para aclararlos? —le solté con una acidez atiborrada de dolor y rabia, encarándome con ella a pesar de su don.
Noram se levantó precipitadamente para interponerse. ¿Es que me creía capaz de hacerle daño a Jän?
—Entre nosotros no habido nada ni lo habrá, te lo juro, jamás la he tocado —defendió, limpiándose la sangre que se deslizaba desde su boca—. Ni siquiera nos hemos dado un beso.
—¡Pero tú también la amas! ¡Estás enamorado de ella!
Noram sostuvo su mirada con la mía, estirando el tiempo y la tensión con un silencio.
—Sí, desde que éramos unos críos —admitió, y luego sus pupilas descendieron—. Por eso me fui, no quería inmiscuirme entre vosotros.
—Un poco tarde para eso, ¿no crees?
Noram volvió a mirarme.
—Yo no sabía que Jän iba a romper contigo.
—Sin embargo, ya sabías que ella te quería a ti. Acabas de decir que por eso te fuiste.
—Sí, lo sabía, claro que lo sabía, no soy tonto —confesó—. Sabía que ella sentía lo mismo por mí, que había algo especial entre los dos desde siempre, pero no porque hubiera ocurrido nada entre nosotros. No nos dijimos nada hasta el día en que iba a partir. Jän vino hasta la estación para despedirse y allí nos lo confesamos todo. No pudimos evitarlo, era… —Noram enmudeció, y, de repente, me clavó una mirada resolutiva llena de honor—. Jamás habrá nada entre nosotros, Rilam.
—¿Eres tan cobarde que no vas a luchar por ella? —le critiqué.
—No quiero luchar contigo, es lo último que deseo en la vida —declaró, ladeando su gacho y rendido semblante—. Eres mi mejor amigo, mi hermano, jamás podría traicionarte. En cuanto mi último combate termine, volveré a poner tierra de por medio y me olvidaré de Jän para siempre. Te doy mi palabra.
Percibí su enorme sacrificio, sus puños se habían cerrado con fuerza, incluso vi cómo le costaba respirar. Esto era como si le estuviese pidiendo que se quitara la vida. E iba a hacerlo… Él, quien hace tan solo un momento había puesto su columna vertebral en peligro para salvarla, a riesgo de quedarse paralítico para toda la vida… Me sentí mal por él durante un momento, pero mi dolor también era insoportable. Estos meses habían sido una agonía para mí.
A Jän no le gustó ese juramento; exhaló con una mezcla de desagrado y desconsuelo, y cerró los ojos, dejando que dos lágrimas se escaparan de sus ojos de miel. Mi rencor se hinchó. ¿Qué se esperaba? ¿Que les diera mi bendición?
—Eso espero —exigí, raspando esas palabras para obligarlas a salir de esta boca que no se creía lo que acababa de pronunciar.
Había un silencio sepulcral en el estadio, amenizado solamente por un bajo murmullo. Nuestros compañeros y el público elfo observaban este nuevo e inesperado espectáculo con atención. Podía sentir las miradas de todos ellos sobre mí. Unas eran claramente críticas, censuraban mi dureza; otras empatizaban