Navidad en Reindeer Falls. Jana Aston. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jana Aston
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417972370
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el retraso de dos días en el procesamiento de un envío a los vendedores.

      Nick permanece en silencio mientras escucha lo que quiera que le esté diciendo antes de interrumpir:

      —Papá Noel no hace entregas el veintiséis de diciembre y nosotros tampoco. Soluciónalo. —Entonces, cuelga, se guarda el móvil en el bolsillo con una mano y, con la otra, llama a un taxi—. Hauptmarkt —le dice al conductor en cuanto nos sentamos en la parte trasera.

      Pasamos varios minutos en silencio en los que Nick saca el móvil del bolsillo para escribir un correo electrónico con movimientos rápidos y agresivos. Yo me dedico a observar el paisaje, todavía sin saber muy bien a dónde nos dirigimos.

      —¿Va todo bien? —pregunto cuando el flujo de escritura se detiene y deja escapar un suspiro breve e irritado.

      Fuera está oscuro, pero la ciudad es mucho más que romántica con todas estas luces de Navidad. Ristras de luces centellean por toda la calle. En las puertas, cuelgan ramas de pino. La nieve se ha asentado en las juntas de los tejados picudos y la magia se respira en el ambiente.

      —Irá bien. El almacén está sobrecargado y va con retraso. Tendremos que hacer algunos cambios.

      Antes de que pregunte qué significa eso, el taxi se detiene y Nick le da al conductor unos billetes de euros tras abrir la puerta. Antes de salir del coche detrás de él, ya tengo los ojos como dos galletas glaseadas. Ante nosotros, se extiende el mercado navideño más mágico que he visto en la vida. En realidad, es el único que he visto porque en Reindeer Falls no tenemos un mercado navideño como tal.

      Estamos en la plaza céntrica del casco antiguo de Núremberg; tiene una iglesia que data de siglos atrás situada en un extremo y filas y filas de puestos se despliegan ante nosotros, cubiertos con toldos a rayas blancas y rojas. Las guirnaldas envueltas con luces penden entre las ventanas de los edificios circundantes. Diminutas lucecitas parecen colgar de cada superficie libre, y en el aire flota el olor de un sinfín de cosas maravillosas: castañas asadas, salchichas ahumadas y alegría. Huele a Navidad.

      No es posible que hayamos venido para esto. Mantengo los pies anclados con firmeza al pavimento mientras echo un vistazo a nuestro alrededor en busca del restaurante al que vamos. Seguro que tenemos una cena de negocios programada en la agenda de esta noche. Me muerdo el labio y aparto la mirada anhelante del mercado. Observo a Nick cuando toma mi mano.

      —No puedo dejar que te vayas de Núremberg sin experimentar el mercado navideño.

      —¡Sí! —Dejo escapar el aire, feliz. Nick se ríe y el sonido hace que una oleada de calor me recorra el cuerpo. Por un breve instante, creo que va a seguir cogiéndome de la mano, hasta que baja la vista. Sacude la cabeza con ligereza y me suelta.

      —Vamos. —Señala el mercado con la cabeza, todavía con una sonrisa en los labios—. Cenaremos salchichas de Núremberg y beberemos vino especiado como los lugareños.

      Contengo las ganas de dar vueltas como los niños y nos dirigimos a la primera hilera de puestos con luces brillantes. Una sonrisa enorme se me instala en el rostro y ni siquiera intento reprimirla. Hay tanto que ver que apenas me concentro. Vemos unos adornos para el árbol de Navidad y figuritas divertidas hechas con ciruelas pasas. Nick me cuenta que es una tradición del mercado y, al rebuscar entre ellas, descubro que hay una variedad infinita: espantapájaros, panaderos, parejas que se besan y médicos. Incluso hay un Papá Noel de ciruelas pasas.

      —Dice la leyenda que, mientras tengas un hombrecillo de ciruelas pasas en casa, tendrás dinero y felicidad.

      Nick se inclina hacia mí para susurrarme las palabras al oído y me hace reír, aunque un escalofrío me recorre la espalda y, bajo el abrigo, siento un cosquilleo en la piel. Es ridículo, ni siquiera son palabras seductoras. Te aseguro que utilizar «ciruelas pasas» y «hombrecito» en la misma frase no es una forma de seducción.

      Doy un paso atrás. Aun así, compro un Papá Noel de ciruelas pasas. Ya le buscaré un lugar en mi colección; porque tengo una colección de figuritas de Papá Noel, por supuesto. No tiene nada que ver con querer un recuerdo de esta tarde.

      —Supongo que querrás conocer a la Christkind —menciona Nick cuando deambulamos por una sección del mercado dedicada a los niños. Hay un carrusel que derretiría el corazón del mayor escéptico de la Navidad. Junto a él, hay un trenecito que pasea por unas vías con forma ovalada alrededor de un grupo de árboles navideños y una casa de galleta de jengibre de un metro de alto. Hago una foto para Ginger.

      —¿Qué es eso?

      —Es la princesa del Bastón de Caramelo original.

      —Venga ya. —Le doy un codazo en las costillas. Estoy segura de que me toma el pelo, pero, por una vez, no me importa.

      —Va en serio. —Esquiva mi codo con facilidad y señala hacia una adolescente rubia tras una cuerda roja y una fila de niños que esperan para hacerse fotos con ella. Tiene el pelo largo y rizado, una corona de treinta centímetros y un traje dorado a juego. Observo la escena unos segundos y comprendo que Nick ha dicho la verdad. Está claro que Reindeer Falls adaptó esta tradición de Núremberg.

      —Vaya —consigo decir—. Su corona es mucho más grande que la mía.

      Avanzamos y pasamos junto a un edificio gótico cuya estructura tiene forma de aguja. Debe de tener unos seis metros de alto. Nick me cuenta que es una fuente, la Schöner Brunnen, que data del siglo xiv. La fuente está adornada con figuras coloridas y, por la noche, se ilumina desde la base. Nick dice que representa las artes liberales y que los anillos de latón incrustados en la verja de hierro forjado que rodea la fuente traerán buena suerte a quien los haga girar.

      Es un guía turístico consumado.

      Y tiene mucha paciencia ante el hecho de que me paro a mirarlo todo. Nada es demasiado pequeño o extraño para que no llame mi atención. Hay mucho donde escoger en el mercado y la cabeza me da vueltas por el espíritu navideño. Nick me ayuda a escoger regalos tradicionales para mi familia: para Noel, un adorno hecho a mano por un artesano local; y, para mis padres, un ángel llamado Rauschgoldengel. Tiene las alas cubiertas de pan de oro y Nick me entretiene con su leyenda.

      Me cuenta que Núremberg es famosa por sus galletas de jengibre a las que llaman Lebkuchen y que las preparan desde hace cientos de años. Las hay de todos los tamaños y formas imaginables y con todo tipo de coberturas. Compro un surtido para Ginger a sabiendas de que le encantará probarlas e intentará reproducir las recetas.

      —Si pudieras pedir cualquier cosa por Navidad, ¿qué sería? —pregunto mientras esperamos a que la dependienta envuelva mi colección de galletas de jengibre. Se queda callado y no estoy segura de si me ha oído, así que me giro con expresión interrogante y una ceja arqueada.

      —Nada que pueda tener —responde, y parece incómodo; evita mirarme a los ojos.

      Mientras trato de descifrar lo que ha dicho, se adelanta para alcanzar la bolsa que le tiende la dependienta.

      —Puedo llevarla yo —insisto e intento quitársela.

      Nuestros dedos se rozan y ese pequeño contacto es suficiente para que el estómago me dé un vuelco y contenga el aliento.

      Tiene que ser el mercado navideño.

      Eso es todo.

      Los mercados navideños me ponen cachonda. Tiene sentido, cualquiera lo estaría. Apuesto a que la tasa de nacimiento de Núremberg está por las nubes cada septiembre. Seguro que sueltan feromonas en el aire con el aroma a canela. Alteran a la gente y los emborrachan con vino especiado para asegurar el crecimiento de la población local.

      —¿Echas de menos vivir en Europa? —pregunto con una curiosidad repentina. Siento curiosidad hacia él de una forma que no tiene nada que ver con que lo atropelle un trineo o que una tribu de elfos granujas lo maniate.

      —Claro —responde—, pero no tanto como Reindeer Falls.

      Casi se me para el corazón.

      —¿Echabas