6. Los caminos hacia el final
En el Postscriptum aclara que, en el plano estético, la existencia no encuentra ninguna contradicción; en el plano ético, la contradicción se da en la afirmación de sí; y en el religioso distingue dos modalidades. La primera es la de la religión en general, y encuentra la contradicción en el choque de la razón con el misterio; la segunda es la religión de la paradoja, la del Dios hecho hombre, y la contradicción es inmanente, convierte la existencia en una contradicción absoluta.22
Todo este esfuerzo dialéctico fue para rebatir las tesis hegelianas sobre la historia y la religión. En efecto, rescatar al existente es rescatar al creyente. Tanto la filosofía como la fe no se apoyan en teorías ni en dogmas, sino en actitudes existenciales.
Kierkegaard dice que leyó a Lutero hasta 1847; por eso casi no aparece en las obras tempranas. Pero en las posteriores, y sobre todo en su Diario, lo cita y lo comenta. Alaba en Lutero su insistencia en la interioridad pura, pero –curiosamente– añade que lo que le faltó fue el martirio, pues poco a poco fue cayendo en la mediocridad, tranquilizando con la fe las conciencias angustiadas, siendo que la angustia sirve para despertar la inquietud acerca de la salvación.23
Sobre la deformidad corporal de Kierkegaard, Larrañeta dice que no fue tanta, especialmente para determinar su tono melancólico y sufriente. Él se dio cuenta del papel redentor y purificador del sufrimiento, como lo señala en Antígona, que fue condenada por el amor a su hermano y a su padre.24
Hay un sufrimiento estético, que es el del dolor; hay un sufrimiento ético, que es el de la culpa; y hay un sufrimiento religioso, que es el de la existencia, porque todo devenir es sufrir, y la contingencia del ser humano incluye el mal. Así responde a Leibniz, y recoge lo que éste había llamado mal físico, mal moral y mal metafísico. Y hay que ver el sufrimiento como permitido por Dios, como una teofanía.
En el concepto de Angustia trae a colación unas crudas expresiones de Schelling a propósito de ‘los dolores de la divinidad’ para negar que ése sea un modo apropiado de plantearse el problema. Sólo el dios-hombre, porque carecía de culpa, pudo plantear el por qué divino del sufrimiento, un por qué formulado en medio de una angustia de muerte, lo que muestra el dolor humano con mayor intensidad que el ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’, pese a lo mucho que este grito en la cruz impresionara a Lutero.25
Quizás por eso, aunque combatía contra su Iglesia, murió tranquilo y, según dijo él mismo, contento. Había cumplido su misión. En 1855 sufrió un desmayo en la calle, fue llevado al hospital y murió a los pocos días.
7. Resultado
No en balde Kierkegaard influyó sobre Unamuno y sobre Heidegger. Unamuno le llama su hermano, y se ve asociado a él en la búsqueda de un cristianismo auténtico. Heidegger recibe su insistencia en la angustia, que es lo que sacude al hombre y lo pone ante Dios, y que el filósofo alemán conecta con la captación de la nada frente al ser.
Es una vivencia muy profunda del ser, del existir, que también retoma Sartre de Kierkegaard y que potencia al igual que otros existencialistas. Hasta Wittgenstein llegó a revelar la admiración que tenía por el pensador danés, con el que guarda algunas semejanzas, en la línea de la búsqueda de la autenticidad.
Todo esto nos hace captar la deuda inmensa que tenemos con Sören Kierkegaard, porque con su lupa nos ayudó a ver lo que se nos oculta con frecuencia, como es la necesidad de buscar una existencia auténtica.
1 R. Larrañeta, La lupa de Kierkegaard, Salamanca: San Esteban, 2002, p. 15.
2 Ibid., p. 27.
3 Ibid., p. 28.
4 Ibid., p. 30.
5 Ibid., p. 31.
6 Sobre este asunto del enamoramiento puede verse C. F. Bonifaci, Kierkegaard y el amor, Barcelona: Herder, 1963, pp. 67 ss.
7 R. Larrañeta, op. cit., p. 41.
8 Ibid., p. 48.
9 Ibid., p. 50.
10 Ibid., p. 51.
11 Ibid., p. 57.
12 R. García Pavón, Contemporaneidad y fe en Sören Kierkegaard. El instante de la eternidad en el tiempo, Saarbrücken: Editorial Académica Española, 2011, pp. 225 ss.
13 R. Larrañeta, op. cit., p. 72.
14 Ibid., p. 76.
15 Ibid., p. 77.
16 Ibid., p. 81.
17 Ibid., p. 87.
18 S. Kierkegaard, Mi punto de vista, Madrid: Sarpe, 1985, pp. 37-39.
19 R. Larrañeta, op. cit., p. 113.
20 Ibid., p. 116.
21 Ibid., p. 119.
22 Ibid., p. 122.
23 Ibid., p. 126.
24 S. Kierkegaard, Antígona, México: Ed. Séneca, 1942, pp. 9 ss.
25 R. Larrañeta, op. cit., pp. 137-138.
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