–Gracias. Te lo agradezco… Después de todo, esto es el paraíso. Gracias por haberme traído.
La expresión de su rostro era indescifrable. Por un momento, Apollo tuvo que resistirse para no tomarla entre sus brazos y obligarla a mirarlo a los ojos para que revelara las emociones que trataba de ocultar.
No obstante, al final dijo algo sobre que tenía que revisar unos correos electrónicos de trabajo y se marchó de la terraza, con todo el cuerpo anhelando saborear de nuevo a la mujer que había puesto su vida del revés.
Durante los siguientes días a su llegada a Krisakis, Sasha descubrió que, gracias a la paz y la tranquilidad, se sentía completamente recuperada. También tuvo tiempo de tranquilizarse, de asimilar todo lo que le habían contado. El falso embarazo, el divorcio. Su comportamiento.
Seguía teniendo montones de preguntas en su cabeza. ¿Qué había pasado cuando conoció a Apollo y por qué había fingido su embarazo?
Ni siquiera recordaba haberse acostado con Apollo. Aunque sospechaba que lo estaba recordando en sueños, ya que cada vez eran más vívidos y eróticos. La noche anterior había vuelto a soñar con él.
Ambos estaban desnudos y él estaba entre sus piernas separándole los muslos. Ella se sentía torpe y avergonzada, pero todo se disipó cuando él inclinó la cabeza y la besó en el interior de la entrepierna.
Ella empezó a temblar de deseo. Su cuerpo se cubrió con una fina capa de sudor. Después, colocó las piernas sobre los hombros de Apollo y él la besó justo ahí. En el centro de su ser. La acarició con la lengua y provocó que experimentara un intenso placer.
Ella despertó con el pijama empapado, el corazón acelerado y la musculatura de su entrepierna sujetando con fuerza una erección inexistente. Avergonzada, se metió en la ducha tratando de volver a la realidad.
Respiró hondo y trató de no pensar en los sueños que había tenido. No sabía qué era peor, habitar su propio cuerpo en sueños u observarse a sí misma, desde la distancia, haciendo el amor con Apollo. Las dos cosas eran igual de inquietantes.
La hora del día que más le gustaba era el atardecer, cuando el sol ya no calentaba tanto. Entonces, aprovechaba para leer alguno de los libros que había encontrado en una estantería.
La mayor parte de los días se despertaba tarde, y se preguntaba si siempre había tenido esa costumbre, pero le daba miedo preguntárselo a Apollo cuando regresaba a casa a la hora de cenar. Apollo se marchaba temprano cada mañana, igual que solía hacer en Atenas. Sasha suponía que iba a atender sus negocios en la isla.
Ambos trataban de hablar de temas neutrales durante la cena, y Sasha no podía ignorar que se sentía muy atraída por él. Ni la tensión que invadía su cuerpo cuando él se acercaba.
De pronto, notó que se le erizaba el pelo de la nuca y se volvió. Apollo se dirigía hacia donde estaba ella, en una tumbona junto a la piscina.
Sasha se alegró de llevar un caftán sobre el bañador, ya que su cuerpo reaccionó al verlo. Y al recordar el sueño. Apollo vestía un pantalón corto y un polo que resaltaba la musculatura de sus brazos y de su torso. Una fina capa de vello oscuro asomaba por encina del último botón del polo.
En cuanto él se acercó, ella dijo:
–Llevo crema solar de protección cincuenta.
Él se sentó en una tumbona que había a su lado y esbozó una sonrisa. Olympia apareció con una bandeja con dos vasos de limonada.
Él sonrió a Olympia.
–Efharisto.
La mujer sonrió también.
Sasha observó a Apollo mientras bebía un poco de limonada y vio que se le movía la nuez al tragar. Hasta ese movimiento era sexy. Ella bebió un gran trago para calmarse y se atragantó. Al oírla toser, él se acercó y le dio una palmadita en la espalda.
–¿Estás bien?
Sasha tomó aire una vez más. Era consciente de su mano sobre la espalda y de la potente musculatura de su muslo junto al de ella.
–Estoy bien… –dijo Sasha por fin.
Por suerte, él regresó a su tumbona.
Apollo se había puesto las gafas en lo alto de la cabeza y Sasha vio que tenía algo en el pelo. Con timidez, señaló hacia su cabeza y él se sacudió el cabello con la mano.
–Tengo que darme una ducha. Es polvo de la obra.
–¿También trabajas en ella?
–Un poco de vez en cuando. Me gusta hacer cosas con las manos.
Sasha no pudo evitar recordar cómo era sentir las manos sobre sus piernas, separándole los muslos, como en el sueño.
–¿Puedo ir a verla? –preguntó sin pensar.
Él la miró sorprendido.
–¿Quieres ir a ver la obra?
–Si no es mucho lío.
–Por supuesto, si es lo que quieres. Puedo llevarte conmigo los próximos días.
–Me gustaría ir –sonrió Sasha–, siempre que no me entrometa en tu camino.
Durante un segundo, el ambiente se volvió más relajado. Entonces, Apollo se puso en pie.
–Voy a darme un baño para refrescarme –se bebió el resto de la limonada y dijo–: ¿Te veré en la cena? A menos que quieras venir a bañarte conmigo. Me voy a acercar al mar.
La idea era tremendamente atractiva, pero…
–Ni siquiera sé si he aprendido a nadar.
–¿No te has metido en el agua todavía?
Ella negó con la cabeza.
–De acuerdo, espera aquí. Volveré enseguida.
Minutos más tarde, Apollo regresó en bañador y con una toalla. Sasha sintió que se le entrecortaba la respiración. El bañador se ajustaba a sus caderas y a sus muslos. El color negro de la tela hacía que su piel pareciera todavía más bronceada. Apollo dejó la toalla sobre la tumbona y estiró la mano.
–¿Dónde vamos?
–Vamos a ver si puedes nadar.
–No sé si quiero saberlo.
–Nos meteremos en la parte menos profunda de la piscina. Te prometo que no te ahogarás.
Indecisa, ella se puso en pie y se quitó el caftán, consciente de que debajo llevaba un bañador color carne. Evitó mirar a Apollo y le dio la mano. Al instante, su cuerpo reaccionó.
Sasha lo siguió por los escalones de la piscina hasta que el agua le llegó a mitad de muslo.
–Dame las manos y sigue avanzando.
Sasha miró a Apollo. Respiró hondo y le dio las manos, permitiendo que él la guiara hasta que el agua le llegó al pecho.
–Ahora, túmbate y permite que te arrastre.
–Me hundiré.
–No. Yo te sujetaré. Tu cuerpo flotará en el agua. Confía en mí.
Su tono de voz era muy tranquilizador. Implacable. Sasha no tenía más opción que hacer lo que le decía. Se inclinó hacia delante, y comenzó a flotar agarrada a las manos de Apollo.
Cuando se dio cuenta de que ya no estaba tocando el fondo, se asustó.
–No me sueltes –le dijo.
–No lo haré. Mírame y mueve las piernas.
Ella obedeció y notó