Al momento se oyó el ruido de un carro de golf y Sasha vio que se dirigía hacia ellos.
Apollo saludó con entusiasmo a la persona que lo conducía.
–Ese es Spiro, el hijo de la ama de llaves que tengo aquí. Está echando una mano antes de regresar a la universidad.
El joven se detuvo a su lado y se bajó para recoger las maletas con una amplia sonrisa.
Sasha no pudo evitar sonreír al ver su entusiasmo, pero cuando él la miró, su sonrisa se desvaneció. Sasha sintió un nudo en la garganta. Otra vez no. ¿También le había faltado al respeto a aquel joven? El chico miró a Apollo y comentó algo en voz baja. Apollo contestó muy serio.
Él le tendió la mano a Sasha.
–Kyria Vasilis, me alegro de verla otra vez.
Sasha forzó una sonrisa y le estrechó la mano, disculpándose mentalmente por aquello que quizá hizo.
Cuando llegaron a la casa, Sasha esperaba que las empleadas reaccionaran de la misma manera que Rhea y Kara cuando la vieron entrar en la casa de Atenas. Sin embargo, Olympia, la madre de Spiro, parecía sorprendida pero amable. Quizá Sasha no se había portado demasiado mal en la isla. Después de todo, no parecía que allí hubiera muchas distracciones.
Apollo le dijo algo al ama de llaves y, después, se volvió hacia Sasha.
–Olympia te mostrará la casa y te llevará a tu dormitorio. Me reuniré contigo después de hacer un par de llamadas.
Sasha siguió a la mujer y se fijó en la decoración minimalista que predominaba en la casa. Su simplicidad resultaba tranquilizadora.
Olympia la guio por un pasillo y abrió una puerta.
–Su habitación, kyria Vasilis –anunció con una sonrisa.
Sasha forzó una sonrisa y trató de no darle importancia al hecho de tener un dormitorio separado del de Apollo.
Su habitación era un conjunto de habitaciones unidas, sin puertas entre ellas.
Había una gran cama con dosel y cortinas de muselina. El baño tenía dos tipos de ducha, una exterior y otra interior, y una bañera que parecía una piscina.
También había un vestidor y un salón con un sofá, una televisión y un equipo de música.
«Quizá piensa encerrarme aquí como su prisionera», pensó Sasha.
En ese momento vio que Olympia trataba de llamarle la atención y Sasha la siguió hasta una terraza donde había una tumbona y una sombrilla.
–Desharé las maletas mientras merienda en la terraza. Sígame, por favor.
Sasha sonrió, tratando de disculparse en silencio por lo que hubiera hecho en el pasado. Olympia la llevó al interior de la casa y después hasta una terraza donde había una mesa llena de fruta, pastas y bizcochos. También había café, té, o agua con gas.
Sasha se sirvió un poco de té y se relajó contemplando el paisaje. En la distancia se veía el mar azul y el contorno de otras islas en el horizonte.
Creía que nunca había estado en un sitio tan tranquilo, sin embargo, al parecer había estado allí antes, entonces ¿por qué no reconocía nada? Sasha trató de vencer el sentimiento de frustración que la invadía. Tenía que confiar en que, tarde o temprano, recuperaría la memoria. No podía ser de otra manera.
Apollo permaneció un instante entre las sombras observando a Sasha en la terraza. Iba vestida con un pantalón cortó de color azul y una blusa blanca sin mangas atada en la cintura. Constantemente elegía lo contrario a lo que hubiera elegido antes del accidente.
Él nunca había imaginado a una mujer en aquel lugar. Había algo en la tranquilidad de aquella isla que siempre le producía cierta calma interior, y nunca había querido compartir el espacio con nadie, aparte de los propios isleños, por supuesto.
Apollo nunca había llevado a una amante allí, y Sasha no contaba como tal cuando la llevó a la isla tres meses atrás. Había sido una decisión estratégica.
Por mucho que odiara admitirlo, nada se parecía a aquella primera visita. Era como si Sasha perteneciera a ese lugar. A pesar de su tez pálida. Su melena se movía suavemente con la brisa, esos mechones de pelo dorados rojizo, ondulados e indómitos. Desde allí, Apollo casi podía ver sus pecas. Esas pecas que ella siempre trataba de disimular, aparte de las dos primeras noches en que se conocieron.
Él recordaba quedarse fascinado al verlas sobre su cuerpo desnudo, en pequeños grupos y en lugares secretos. Ella se había sentido avergonzada… Hasta que él empezó a distraerla.
Apollo comenzó a sentir un fuerte calor en la entrepierna y blasfemó. Era como si ella hubiera sufrido un cambio de personalidad. ¿Era posible? Sasha parecía preocupada, como si estuviera considerando la misma opción. Él no imaginaba cómo debía ser no saber nada de uno mismo. Experimentó un leve dolor en el pecho. ¿Lástima? ¿Preocupación?
Sasha lo miró en ese momento y Apollo salió a la terraza ignorando sus sentimientos. No era el momento.
–¿Qué te ha parecido la casa? –preguntó él, y se sentó.
–Es preciosa. Me siento como si nunca hubiera visto algo así, pero al parecer sí lo he hecho. Y esta isla es tan…
Apollo bebió un sorbo de café
–¿Aburrida?
–No, para nada. Es tan tranquila…
Apollo la miró con suspicacia.
–¿No me digas que no me gustó nada la primera vez que vine?
Él negó con la cabeza.
–No. Miraste a tu alrededor y me preguntaste cuándo nos marchábamos. Te quedaste una noche.
–¿Por qué me trajiste aquí, entonces?
–Pensé que te gustaría relajarte.
–¿Quieres decir que era un buen sitio para esconderme?
Sasha se puso en pie, sorprendida de lo enfadada que estaba.
–¿Y ahora qué? ¿Es aquí donde piensas esconderme hasta que nos hayamos divorciado?
Se disponía a marcharse de la terraza, pero Apollo la agarró de la mano.
–No –dijo él–. Quizá la primera vez. No pensaba con claridad. Seguía en shock tras la noticia de que estuvieras embarazada y de pensar cómo iba a afectar eso a mi vida.
Sasha lo miró, olvidando por un momento que no había estado embarazada.
–¿Y qué pasaba con mi vida?
Ella se sonrojó y retiró la mano, alejándose de él.
–Mira –dijo él–, hemos venido unos días. Yo tengo que atender unos asuntos en el complejo que están construyendo y también me han ofrecido asistir a la inauguración de otro complejo turístico en Santorini. No muy lejos de aquí. Es a finales de semana. Tú todavía te estás recuperando, así que, aprovecha para descansar y quizá te ayude a recuperar la memoria.
Sasha miró a Apollo. Estaba a contra luz y no podía verle bien los ojos.
–Entonces, ¿no vas a dejarme aquí?
Apollo apretó los dientes.
–No soy un carcelero, Sasha. Cuando nos vayamos de aquí, firmaremos los papeles del divorcio y continuaremos con nuestras vidas.
«Continuaremos con nuestras vidas».
Independientemente de que hubiera recuperado la memoria o no. De pronto, la idea de regresar a un mundo que no recordaba resultaba muy intimidante. Nunca se había sentido tan sola.
Sasha parecía vulnerable. Tenía el ceño fruncido. La tez muy pálida. Era delgada y esbelta. Sin embargo,