Y mi cambio de táctica brindó resultados relativos. Si bien como dije antes no leía los dichos más agresivos, la situación de irritabilidad [11] reinante era tal que muchas cosas que se escuchaban eran magnificadas, por lo que no podría afirmar que el rumbo había variado por completo. El barco había virado unos grados, pero el puerto al que se arribaba no era muy distante al ya conocido.
Resulta claro que había operado un mecanismo de sensibilización en los participantes, consistente en que algo nuevo vivido como amenazante o angustiante propició una reacción a mediano plazo, en el sentido de que aumentó la respuesta cualitativamente relacionada con aquella señal.
En estos casos la sensibilización (como refuerzo de neurocircuitos que participan en el miedo) propicia cuadros de ansiedad o malestar que dejan a la persona afectada en una condición de cierta vulnerabilidad emocional.
Dinámica 2: El gráfico de mi vida
Dentro del eje Trabajo en Equipo, uno de los principales objetivos que me planteé era que los colaboradores se encuentren mutuamente desde un lugar quizás más profundo que el que lo cotidiano permite. Como marco teórico de referencia, pensé en servirme de los registros lacanianos Imaginario y Simbólico; siendo el primero el de la completitud (la imagen, el semblante) y el segundo el de la falta (lo que uno carece). [12]
En una explicación rápida, mi intento era horadar un poquito el hábito de dar una imagen de sí mismo sin falencias ante los demás, y avanzar en eso que nos falta a todos, pero que también nos une y convierte en sujetos.
Dicho esto, encontré una dinámica que juzgué pertinente llamada “El gráfico de mi vida”. [13] La misma consistía en brindar un relato de los acontecimientos vitales más significativos, sirviéndose de un gráfico al estilo de los utilizados clásicamente para ilustrar la trayectoria de una empresa. Es decir, los momentos gratos deben situarse en un punto alto y los desagradables en un lugar inferior.
Por ejemplo…
El hecho que quiero relatar sucedió en una de las reuniones. Una vez dicha la consigna y entregados papel y lápiz a los participantes, veo que uno de ellos estaba en silencio, con el papel en la mano, y sin escribir siquiera una letra.
Pasado un buen rato, anoto que sus compañeros avanzaban en las tareas y él seguía así. Como petrificado y con un gesto de abstracción respecto de su realidad inmediata.
Luego de unos minutos, se retiró inmediatamente del salón, con lágrimas en los ojos y a la vista de todos.
Decido buscarlo en una sala contigua y dejar por un momento al grupo.
Lo encuentro llorando desconsoladamente y le pregunto por los motivos, suponiendo que estaba atravesando un mal momento personal, ajeno a la capacitación. Me cuenta que no iba a poder hacer el ejercicio. Que no podía. Que en su infancia había padecido una circunstancia por demás de traumática con una pareja de su madre, y no quería recordar tal hecho. Claramente, le dije que podía negarse con todo derecho y que lamentaba profundamente el haber revivido tales evocaciones en su memoria.
Recuerdo su angustia. Y mi sentimiento de culpa...
Tal como en una epifanía, mi revelación de ese momento fue vivenciar con toda claridad mi inexperiencia y los elevados riesgos de la falta de planificación en este tipo de ejercicios.
Si bien no temí por una potencial desestructuración psíquica de esta persona, reconozco que el haber causado tal malestar fue absolutamente innecesario y desafortunado.
Así, luego de escucharlo durante algunos minutos, le sugerí que si quería retirarse del curso podía hacerlo, a lo que se negó, volviendo al aula.
Es dable anotar en este punto cómo me dejé guiar (o mejor dicho, extraviar) por las apariencias. Este chico se mostraba en todo momento como alguien muy seguro de sí mismo, y con una tendencia seductora y narcisista muy marcada.
Sin duda que lo anterior solo sirvió para confundirme y para, en el futuro, no cometer errores de esa magnitud.
Y, otra vez, quien puede aportar algo en este punto, a los fines de encontrar explicación a lo sucedido es Freud quien, mediante su concepto de “Lo Ominoso” (o “Lo Siniestro”) resulta revelador en este ejemplo de marras.
En su texto de 1919 “Das Unheimliche” (“Lo Ominoso”) el autor vienés lo define como “…aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás (…) si un impulso emocional es convertido por represión en angustia, lo siniestro es algo reprimido que retorna; por lo tanto, lo siniestro no es sino algo que fue familiar a la vida psíquica y que por vías de la represión se ha tornado extraño. Lo siniestro sería algo que, debiendo haber quedado oculto se ha manifestado. Lo siniestro solo tiene lugar cuando complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión exterior, o cuando convicciones primitivas superadas parecen hallar una nueva confirmación[14].
Cuando algo de lo siniestro aparece, la angustia se muestra de manera clara a través de un acto, sin intermediación de la palabra. Acto que podemos definir en este caso como Acting Outbautizado de esa forma por Jacques Lacan en su relectura del artículo freudiano.
Aplicando estos conceptos a la experiencia concreta vemos como una dinámica que vinculaba la actualidad con un pasado traumático, fue capaz de despertar en el sujeto una reacción sin regreso. Una acción pura. El sujeto actuó y no dijo. En términos freudianos sería: “Lo que no puede recordarse, se actúa”. [15] El perentorio intento por olvidar el hecho que me relató en forma muy escueta, hizo que su carga de angustia se manifieste en un lugar diferente al de la rememoración. Actuó una huida en la realidad, pero imposible en su psiquismo.
Y una vuelta más: en este acto también quiso mostrar al capacitador como una persona en falta. La ecuación sería la siguiente:
Estructura histérica de personalidad |
|
Deseo de poner en falta al Otro (Capacitador, con cualidades ligadas a lo paterno |
+
Episodio traumático
=
Actuar en lugar de Recordar
Además de lo antedicho, también cabe mencionar lo indispensable que resulta para el capacitador el hecho de conocerse a sí mismo.
Siguiendo la máxima socrática, la capacidad y el constante ejercicio de introspección más una terapia personal conforman una base sólida que, si bien no garantiza la desaparición total de síntomas en el capacitador, sí puede avisarle de antemano que son sus prejuicios o modelos mentales los que se están colando y no los de los participantes.
En el ejemplo concreto obsérvese como mi planteo y objetivo inicial eran lograr un desenmascaramiento