Así planteadas las cosas, la discusión queda abortada nada más comenzar. El problema es que Marx no dice en absoluto lo que Samuelson dice que dice. Es más, aquí no hay siquiera la posibilidad de fundar un «diálogo de sordos», porque la cuestión es casi «sintáctica»: la sintaxis de la teoría de Marx impide decir cosas de ese tipo.
Por lo general, no es fácil encontrar en los manuales con los que se forman los economistas ni muchas más líneas dedicadas a Marx, ni tampoco mucho mejores. Éste es sólo el caso más chocante no meramente por tratarse de un autor al que podemos considerar casi un clásico (o, como mínimo, uno de los economistas más importantes del siglo XX), sino porque, además, nos encontramos con un autor que, en el mismo manual, dice, sin embargo, cosas bien interesantes sobre el socialismo, e incluso dice ciertas cosas sobre la economía soviética que hoy vendría muy bien releer (Samuelson dedica cuatro párrafos a Marx, pero a Hayek –a quien se otorgaría a su vez el Nobel en 1979, coincidiendo con el desplome de la hegemonía keynesiana en economía– le dedica dos líneas, tildándolo de extremista libertario, es decir, para entendernos, de «salvaje neoliberal»). Además, y esto es sin duda lo más sorprendente, se trata de un autor que ha sido incluso capaz de intervenir con una solvencia muy notable en determinadas polémicas a propósito de la teoría económica marxista. Así, por ejemplo, cabe destacar su extraordinaria intervención en la polémica en torno al denominado «problema de la transformación» (de valores en precios) con el artículo «Understanding the Marxian Notion of Exploitation: A Summary of the So-Called Transformation Problem Between Marxian Values and Competitive Prices»[9]. De hecho, en esa intervención parece mostrar un conocimiento de Marx incompatible con el desatinado resumen que ofrece a los estudiantes en su célebre manual de economía. En todo caso, el objetivo aquí no es intentar buscar alguna explicación razonable a este hecho insólito. En realidad, no nos preocupa mucho la causa del disparate: pudiera ocurrir que esa parte del manual no la hubiera escrito (y ni siquiera revisado) él mismo, o que pensara que sus estudiantes sólo entenderían una explicación dada en los términos de la economía ortodoxa, con lo cual resulta ese Marx imposible. Lo que importa resaltar aquí es que Marx no forma parte de lo que estudian y discuten los economistas, unas veces porque lo que estudian bajo ese nombre está muy lejos de parecerse a Marx, y otras porque, sencillamente, ya ni se menciona a nadie con ese nombre.
Sin embargo, entre los grandes economistas clásicos del siglo XX, el juicio que J. A. Schumpeter (1883-1950) vierte sobre la obra de Marx «como economista» sí puede resultarnos de mucha utilidad. Eran otros tiempos y otro carácter. Schumpeter sí ha leído a Marx y, en realidad, muy bien leído. Afronta, además, el trabajo de discutir con él juzgándolo en la arena de la economía, con rigor y sin prejuicios. Para nuestros propósitos, el famoso capítulo de Schumpeter «Marx como economista»[10], es, por su misma retórica, de lo más ilustrativo; pues Schumpeter plantea los términos de la discusión en el mismo sentido que estamos ensayando: Marx podría haber sido lo que pretendía ser, el Galileo de la historia y el padre de la economía científica (aunque eso de la «economía científica» acabara por ser, en sus manos, algo que difícilmente llegaríamos a reconocer como «economía»). En cierta forma, Schumpeter plantea las cosas retóricamente, como si se tratase de volver a juzgar a un nuevo Galileo, sólo que, en este caso, el veredicto final de la ciencia, independientemente del emitido por los tribunales del momento, «tiene que ser adverso a Marx»[11].
1.2 Marx, juzgado como economista
1.2.1 Un texto de Schumpeter (1942)
Probablemente haya pocos economistas honrados que no reconozcan que esa disciplina vacilante que se traen entre manos y a la que llaman «economía» necesitaría de algo así como de un Galileo para convertirse en una auténtica ciencia. Ahora bien, una cosa es eso y otra admitir siquiera la posibilidad de que ese Galileo pudiera haber sido Marx. Schumpeter, al menos, admitió que tuviera sentido el plantearlo. Por mucho que, como vamos a ver, en la obra de Marx diagnosticara un monumental fracaso, su exposición de «Marx en tanto que economista» nos interesa vivamente por la siguiente razón: si la fórmula que convierte a Marx en un Galileo de la historia ha de resultar acertada, la cosa tendría que ser probada en el terreno en el que Marx trabajó de forma incansable, es decir, en la discusión con los economistas. No cabe duda de que si Marx resucitara en el siglo XXI volvería a poner manos a la obra en ese mismo terreno, y probablemente repetiría su diagnóstico de 1851, declarando que «esta ciencia no ha avanzado ni un paso desde Smith y Ricardo»[12].
Así pues, ¿qué pasa con Marx en el terreno de la economía? ¿Qué piensa la economía moderna de Marx, si es que alguna vez llega a pensar algo? Remontémonos al texto de Schumpeter:
Como teórico de la economía, Marx fue, ante todo, un hombre muy instruido. Pudiera parecer extraño que yo haya creído necesario dar tanta importancia a este elemento tratándose de un autor a quien he calificado de genio y de profeta. Con todo, es importante apreciarlo. Los genios y los profetas no destacan, por lo general, en la erudición profesional, y su originalidad, si la tienen, se debe con frecuencia al hecho de su falta de erudición. Pero en la teoría económica de Marx no hay nada que pueda ser explicado por falta de conocimientos o de formación en la técnica del análisis teórico. Era un lector voraz y trabajador infatigable. A su atención escapaban muy pocas contribuciones de importancia. Y todo lo que leía lo digería, acometiendo el estudio de cada hecho o argumento con una pasión por el detalle de lo más insólito en un hombre habituado a abarcar con la mirada civilizaciones enteras y evoluciones seculares. Al criticar y rechazar o aceptar y coordinar siempre llegaba al fondo de cada cuestión. La demostración más notable de esto está en su obra Teorías de la plusvalía, que es un monumento de celo teórico. Este esfuerzo incesante por instruirse y por dominar todo lo que pudiese ser dominado no pudo menos de liberarle en un grado apreciable de prejuicios y objetivos extracientíficos, aunque él trabajaba, ciertamente, para verificar una concepción determinada. Para su poderosa inteligencia, el interés del problema en cuanto tal estaba por encima de todo; a pesar de sí mismo, y por mucho que haya podido exaltar la importancia de sus conclusiones finales, mientras estaba trabajando se preocupaba primordialmente por afilar los instrumentos de análisis que le proporcionaba la ciencia de su época, por allanar las dificultades lógicas y por construir, sobre la base así adquirida, una teoría que por su naturaleza y objetivo era verdaderamente científica, cualesquiera que hayan podido ser sus deficiencias[13].
Lo que esta presentación de Marx tiene de excelente es, ante todo, la manera en la que sitúa su obra en un plano de normalidad científica. En efecto, Marx nunca pudo ser, ni dentro ni fuera del marxismo, un científico «como cualquier otro». Ésa fue su gran desgracia. Para sus detractores, aparecía como un mero ideólogo muy dado a construcciones filosóficas; para sus partidarios,