Ese era un anuncio esperanzador, por lo que Cassie decidió preguntarle a Gretchen si podía revisar la lista de huéspedes. Se dirigió al bar y vio que la gerente acababa de empezar a tomar una cerveza y estaba sentada en un sillón entre en grupo de gente que reía.
–Allí hay otra clienta.
Un hombre alto y esbelto con acento inglés, que parecía más joven que Cassie, dio un salto y abrió el refrigerador.
–Soy Tim. ¿Qué te puedo ofrecer? —preguntó él.
Al ver que ella dudaba, dijo:
–Hay una oferta de Heineken.
–Gracias —dijo Cassie.
Pagó y él le entregó una botella helada. Dos chicas de cabello oscuro que parecían ser mellizas se cambiaron de sillón para hacerle un lugar.
–En realidad, vine aquí porque esperaba encontrar a mi hermana —dijo ella, con una punzada de nervios.
–Quisiera saber si alguno de ustedes la conoce, o si se hospedó aquí. Tiene el cabello rubio, o al menos así lo tenía la última vez que la vi. Y su nombre es Jacqui Vale.
–¿Hace mucho que no se ven? —preguntó una de las chicas de cabello oscuro, con compresión.
Cuando Cassie asintió, ella dijo:
–Eso es muy triste. Espero que la encuentres.
Cassie tomó un trago de cerveza. Estaba helada y tenía mucha malta.
La gerente estaba revisando su teléfono.
–No hubo ninguna Jacqui aquí en diciembre. Tampoco en noviembre —dijo ella, y a Cassie se le cayó el alma a los pies.
–Un momento —dijo Tim—. Recuerdo a alguien.
Cerró los ojos, como rememorando, mientras Cassie lo observaba con ansiedad.
–No vienen mucho estadounidenses aquí, así que recuerdo el acento. No reservó una habitación, vino con una amiga que se estaba quedando aquí. Tomó un trago y luego se marchó. No era rubia, tenía el cabello castaño, pero era muy bonita y se parecía un poco a ti. Quizás unos años mayor.
Cassie asintió animadamente.
–Jacqui es mayor.
–La amiga la llamaba Jax. Empezamos a hablar cuando la atendí y me dijo que se estaba quedando en una pequeña ciudad, Creo que quedaba a una o dos horas de aquí. Por supuesto que no recuerdo el nombre de la ciudad.
Cassie se sintió sin aliento al pensar que su hermana realmente había estado allí. Visitando a una amiga, ocupándose de su vida. No parecía que estuviera en bancarrota, o desesperada, o que fuese una drogadicta o estuviera en una relación de maltrato, o cualquiera de los peores casos por los que Cassie se había preocupado cada vez que pensaba en Jacqui, y se preguntó por qué nunca se había contactado.
Quizás la familia nunca había significado mucho para ella y no había sentido la necesidad de reconectarse. Aunque habían tenido un vínculo muy estrecho, era la adversidad lo que las había obligado a unirse para sobrevivir a las rabietas de su padre y la vida familiar inestable. Quizás Jacqui quería dejar atrás esos recuerdos.
–No sabía que podías recordar tan bien los rostros, Tim —bromeó Gretchen—. ¿O es solo con chicas bonitas?
Tim sonrió avergonzado.
–Oye, era preciosa. Pensaba en invitarla a salir, pero luego supe que no se hospedaba en Milán, y pensé que probablemente no estuvieras interesada en mí de todos modos.
Las otras chicas protestaron al unísono.
–¡Tonto! Deberías haberlo hecho —insistió la chica que estaba al lado de Cassie.
–No sentí la onda adecuada de su parte, y creo que me hubiera dicho que no. De todos modos, Cassie, si me das tu número de teléfono haré lo posible por recordar cuál era la ciudad. SI lo recuerdo te enviaré un mensaje.
–Gracias —dijo Cassie.
Le dio su número a Tim y terminó su cerveza. Parecía que todos estaban listos para otra ronda y que conversarían hasta pasada la medianoche, pero ella estaba exhausta.
Se levantó y les deseó buenas noches antes de ir a darse una ducha caliente e ir a acostarse.
Fue solo cuando se arropó que recordó, con sorpresa, que su medicación para la ansiedad había quedado en su maleta.
Había sufrido las consecuencias de no tomar las pastillas antes. Era difícil conciliar el sueño si no había tomado la medicación y tenía más posibilidades de tener pesadillas muy reales. Algunas veces terminaba caminando dormida, y Cassie estaba nerviosa por si eso le llegaba a ocurrir en una habitación compartida.
Solo podía esperar que el cansancio junto con la cerveza que había tomado ahuyentaran las pesadillas.
CAPÍTULO CUATRO
—Rápido. Levántate. Tenemos que irnos.
Alguien le tocaba el hombro a Cassie pero ella estaba cansada, tan cansada que apenas podía abrir los ojos. Luchando contra el cansancio, se despertó con dificultad.
Jacqui estaba parada al lado de su cama, con el cabello castaño brillante y perfecto, y una chaqueta negra moderna.
–¿Estás aquí?
Entusiasmada, Cassie se sentó, lista para abrazar a su hermana.
Pero Jacqui le dio la espalda.
–Apresúrate —le susurró—. Vienen por nosotras.
–¿Quién viene? —preguntó Cassie.
En seguida pensó en Vadim. La había agarrado de la manga y había desgarrado su chaqueta. Él tenía planes para ella. Había logrado escapar, pero ahora la había encontrado otra vez. Debió haber sabido que lo haría.
–No sé cómo podremos escapar —dijo ella con ansiedad—. Hay solo una puerta.
–Hay una escalera de emergencia. Ven, déjame mostrarte.
Jacqui la guió por el corredor largo y oscuro. Vestía a la moda con jeans rotos y sandalias rojas de taco alto. Cassie caminó lentamente detrás con sus zapatillas gastadas, con la esperanza de que Jacqui tuviera razón y hubiera una ruta de escape allí.
–Por aquí —dijo Jacqui.
Abrió una puerta de hierro y Cassie retrocedió al ver la desvencijada escalera de emergencia. La escalera de hierro estaba rota y oxidada. Peor aún, solo bajaba hasta la mitad del edificio. Más allá no había más que una caída interminable y vertiginosa a la calle debajo.
–No podemos salir por ahí.
–Podemos. Debemos.
La risa de Jacqui era estridente, y mirándola con horror, Cassie vio que su rostro había cambiado. Esta no era su hermana. Era Elaine, una de las novias de su padre, a la que más había temido y odiado.
–Bajaremos —gritó la rubia malvada—. Baja tú primero. Muéstrame cómo. Sabes que siempre te he odiado.
Sintiendo el temblor del metal oxidado cuando lo tocaba, Cassie también comenzó a gritar.
–¡No! Por favor, no. ¡Ayúdenme!
Una risa chillona fue su única respuesta mientras la salida de emergencia comenzaba a desplomarse, rompiéndose debajo de ella.
Y entonces, otras manos la sacudían.
–¡Por favor, despierta! ¡Despierta!
Abrió los ojos.
La luz del dormitorio estaba prendida y ella miraba hacia arriba a las mellizas de cabello oscuro. La estaban mirando con expresiones mezcladas con preocupación y molestia.
–Has estado teniendo muchas pesadillas, gritando ¿Estás bien?
–Sí,