Por otra parte, que Johnson fuese un disociado y un alienado está ampliamente documentado: Shines refiere cuán afable y gentil fuese el amigo con el público y violento y abusador en privado, sobre todo con las mujeres, a las que maltrata, humilla y abandona.
“A menudo desaparecía justo cuando estábamos tocando y me dejaba solo” – narra Shine – “estaba fuera días enteros sin dar señales de vida, después regresaba como si nada hubiese pasado.
Yo sabía que amaba meterse en líos, merodear a las mujeres casadas y más de una vez se ha metido en una pelea con sus maridos. Alguna vez ha sido encerrado en prisión por un par de noches por embriaguez molesta y riñas. Al principio era bonito viajar con él, subir y bajar por los trenes, tocar donde fuese que nos diese la gana. Johnson era amado por la gente, ya que sabía satisfacerla en todo y para todo. Pero cuando ha empezado a meterse con las mujeres ha cambiado.
Desahogaba su rabia sobre cualquier mujer que se le pusiese a tiro, la golpeaba a muerte y después venía a tocar conmigo. Me decía “¡ah, pegar a una mujer me hace sentir mejor!” y en realidad casi todas las canciones que escribía hablaban de mujeres.
En un cierto punto, la convivencia con él se volvió imposible y nos separamos”.
En 1936, Johnson estaba atormentado por el deseo de grabar sus canciones y de entrar en el mercado discográfico. Trabajó duro para ser recibido por HC Speir, un cazatalentos blanco que dirigía un negocio de discos en el Misisipi y que había ya descubierto grandes talentos como Charlie Patton, Skip James, Tommy Johnson y Son House.
Según se dice, Speir reconoció al vuelo las capacidades de Johnson, pero debido a una antipatía muy fuerte prefirió pasárselo a Ernie Oertle, otro cazatalentos, que se ofreció a llevarlo a San Antonio en noviembre del 36 para hacer una sesión de prueba.
Esto tuvo lugar en la habitación 414 del Gunter Hotel, donde la Brunswick Record había construido un estudio de grabación “volante” como se usaba en la época. Junto a él, de hecho, había un montón de músicos recogidos de aquí y de allí del Delta, mexicanos sobre todo, e incluso la Wagon Gang Chuck, un grupo musical muy popular en aquel periodo en los locales del Delta.
Aquí Johnson, como cuenta Oertle, “grabó acuclillado en una esquina y de espaldas, tanto que trabajó mucho para posicionar los micrófonos”.
Sin embargo, Oertle no se maralliva demasiado: estaba acostumbrado a las manías de los Bluesman y a sus rituales y pensó que Johnson estaba simplemente buscando “el ángulo de carga”, esto es, el mejor modo para sacar el sonido.
En esta primera sesión fueron grabadas entre otras BLUES, COME ON INTO MY KITCHEN, KINDHEARTED WOMAN, CROSSROAD BLUES y TERRAPLANE BLUES, la única que Johnson escuchó grabada y que se convirtió en un gran éxito, vendiendo en la primera semana unas buenas 5000 copias, ¡un verdadero récord para la época!
En esta primera experiencia de prueba no encontramos un ciclo de canciones seguramente ligadas al sur rural, visceral y de impacto, consideradas desde siempre “la más verdadera expresión del melancólico Johnson”. Entre estas se destaca Kindhearted Woman por su complejidad y por una mayor búsqueda del sonido; el texto es seguramente mucho más estructurado que en las otras, y no por casualidad, junto con Crossroads blues, se convirtió durante años casi en el distintivo del artista.
Una segunda sesión se hizo después en 1937 directamente en Dallas en el Vintagraph Building situado en 508 Park Avenue, donde la Brunswick Record tenía su cuartel general.
En total 29 canciones, más algunas pruebas incompletas y las grabaciones descartadas, un total global de 41 grabaciones. Un número exiguo de piezas que sin embargo constituyen un precioso patrimonio para la música mundial.
Sin embargo, el éxito de de Robert Johnson fue PÓSTUMO. Si bien fue un apreciado músico, sus capacidades de innovación no estaban bien comprendidas en la época y no fue cierto que su prematura muerte lo relegó en un inmediato olvido que lo ocultará a la crítica por unos treinta años.
En 1938, periodo de su mayor éxito, si hubieses preguntado a cualquiera por la calle “¿Quién es Robert Johnson?”, no habría sabido responder, pero habría podido describiros cuántos pelos en la cabeza tenía Son House.
Sin embargo, su nombre comenzaba a abrirse camino entre los expertos del sector, visto que justo aquel año el famoso John Hammond, productor de la Columbia Records, ¡lo había puesto bajo contrato para la primera edición del después famosísimo “ Spirituals to Swing” a la Carnegie Hall de Nueva York, como darle la consagración oficial al joven Johnson!
Pensad que, cuando se conoció su muerte y con Big Bill Broonzy que lo sustituía en el palco, fueron conservados dos minutos de silencio y se tocaron dos de sus últimas grabaciones, entre una muchedumbre atónita y bañada en lágrimas.
Aquí la carátula del disco del famoso evento al cual Johnson no pudo participar. Notad el elenco de nombres ilustres.
¿Cómo se explica entonces su escasa popularidad entre la gente común?
Robert Johnson en realidad NO FUE NUNCA famoso en vida y su producción parece irrisoria respecto a aquella de los otros Bluesman de la época. Pero reentró en auge, y se puede decir fue redescubierto, en los años 60 con la nueva generación de los artistas Rock, en particular gracias a un recopilatorio editado por Paramount llamada KING of the Delta Blues Singer, que literalmente... se agotó, tanto que fue reeditada en 1969 e incluso en 1970.
Artistas como Eric Clapton y los Cream contribuyeron netamente al renacimiento de su estrella, grabando una nueva versión de Crossroads Blues, por no hablar de los Rolling Stones, que se volvieron locos con su versión de Love in Vain y Stop Breakin Down Blues.
Pero ya tiempo antes, artistas menos notos habían buscado sacar a Johnson de su tumba.
En 1951, Elmore James había grabado su (particularísima) versión de I Believe I dust my broom, que no tuvo el merecido éxito, mientras que la ahora celebérrrima Sweet Home Chicago se había convertido en el emblema de muchísimos Bluesman por excepción, primero entre todos Muddy Waters, que a su vez habría influenciado a los Beatles.
En realidad, Johnson encarnaba una realidad muy actual para los primeros años 60 americanos: la imagen de un antihéroe dañado, maldito y obsesionado por el demonio que canta el blues destrozándolo desde el interior, tan pronto como se casaba con la naturaleza revolucionaria de la nueva generación americana. Él, en sus canciones, “grita” literalmente el dolor existencial de una sociedad que no encuentra dentro de sí misma puntos de referencia y que, con espasmódica angustia, se lanza contra un futuro oscuro y lleno de incógnitas.
Si queremos, la producción de Johnson está llena de mujeres, alcohol y violencia, exactamente como en la más pura tradición blues.