Como hecho a propósito, un hombre apareció por la esquina. Era el senador Stafford Penn. Keri lo había visto montones de veces en la tele. Pero en persona, irradiaba una onda que no se apreciaba al verlo en una pantalla. tenía alrededor de cuarenta y cinco años, era musculoso y alto, alcanzaba fácilmente el metro noventa de estatura, tenía el cabello rubio como el de Ashley, una mandíbula marcada y unos penetrantes ojos verdes. Poseía un magnetismo que parecía casi vibrar. Keri tragó en seco cuando él extendió la mano para estrechar la de ella.
–Stafford Penn —dijo, aunque podía asegurar que ella ya sabía eso.
Keri sonrió.
–Keri Locke —dijo—. Unidad de Personas Desaparecidas del Departamento de Policía de Los Ángeles, División Pacífico.
Stafford le dio un beso rápido en la mejilla de su esposa y se sentó a su lado. No perdió el tiempo con amabilidades.
–Agradecemos que haya venido. Pero personalmente, pienso que podemos dejar las cosas como están hasta mañana por la mañana
Mia le miró incrédula.
–Stafford…
–Los hijos se independizan de sus padres —continuó—. Se van destetando. Es parte del crecimiento. Joder, si fuera un chico, habríamos estado lidiando con días como este desde hace dos o tres años. Es por eso que le pedí a Mia que fuera discreta cuando la llamara. Dudo que esta sea la última vez que estemos lidiando con este tipo de asuntos y no quiero ser acusado por dar falsas alarmas.
Keri preguntó:
–Entonces, ¿no cree que pase nada malo?
Él dijo que no con la cabeza.
–No. Pienso que es una adolescente haciendo lo que hacen los adolescentes. Para ser honesto, hasta cierto punto me alegro de que haya llegado este día. Demuestra que ella se está volviendo más independiente. Recuerden mis palabras, ella aparecerá esta noche. En el peor de los casos, mañana por la mañana, probablemente con una resaca.
Mia lo contemplaba con incredulidad.
–En primer lugar —dijo—, es un lunes por la tarde en pleno curso escolar, no las vacaciones de primavera en Daytona. Y en segundo lugar, ella no haría eso.
Stafford negó con la cabeza.
–Todos nos volvemos un poco locos a veces, Mia —dijo—. Joder, cuando cumplí quince años, me bebí diez cervezas en un par de horas. Estuve literalmente devolviendo durante tres días. Recuerdo que mi padre se rio bastante. Pienso que, de hecho, estaba bastante orgulloso de mí.
Keri asintió, haciendo ver que eso era algo completamente normal. Nada ganaba con enemistarse con un senador de los Estados Unidos si podía evitarlo.
–Gracias, senador. Probablemente tiene razón. Pero mientras esté aquí, ¿le importaría si le doy un rápido vistazo al dormitorio de Ashley?
Él se encogió de hombros y señaló la escalera.
–Adelante.
Arriba, al final del pasillo, Keri entró al dormitorio de Ashley y cerró la puerta. La decoración era más o menos lo que esperaba: una bonita cama, a juego con la cómoda, pósteres de Adele y de la leyenda del surf con un solo brazo, Bethany Hamilton. Tenía una lámpara de lava de inspiración retro en la mesilla de noche. Recostado en una de sus almohadas había un peluche. Era tan viejo y manoseado que Keri no estaba segura de si era un perro o una oveja.
Encendió el Mac portátil que había en el escritorio de Ashley y le sorprendió que no estuviera protegido con una contraseña.
«¿Qué adolescente deja su portátil desprotegido sobre su escritorio para que cualquier adulto fisgón venga a controlarlo?»
El historial de Internet mostraba búsquedas de solo los dos últimos días; los anteriores se habían borrado. Lo que quedaba parecía estar relacionado en su mayor parte con un trabajo de biología para el que estaba investigando. Había también una cuantas visitas a sitios web de agencias locales de modelos, al igual que otras en Nueva York y Las Vegas. Había otra visita al sitio de un próximo torneo de surf en Malibú. También había ido al sitio de una banda local llamada Rave.
«O esta chica es la mojigata más aburrida de todos los tiempos, o está dejando todo esto con el propósito de presentar una imagen que sus conocidos se crean».
El instinto de Keri le decía que era lo segundo.
Se sentó al pie de la cama de Ashley y cerró los ojos, tratando de colocarse en la mente de una chica de quince de años. Una vez lo fue. Esperaba recordar todavía cómo era la suya. Después de dos minutos, abrió los ojos e intentó ver la habitación desde otra perspectiva. Recorrió los estantes, buscando algo que se saliera de lo ordinario.
Estaba a punto de darse por vencida cuando su vista se detuvo en un libro de matemáticas al final de la estantería de Ashley. Se titulaba Álgebra para Noveno Grado.
«¿No dijo Mia que Ashley estaba en décimo grado? Su amiga Thelma la vio en la clase de geometría. Entonces ¿por qué conservaba un viejo libro de texto? ¿Por si necesitaba un repaso?»
Keri cogió el libro, lo abrió y comenzó a hojearlo. Cuando llevaba dos terceras partes, encontró dos páginas, que era fáciles de pasar por alto, pegadas cuidadosamente la una con la otra. Había algo duro entre ellas.
Keri cortó la cinta adhesiva y algo cayó en al suelo. Ella lo cogió. Era una falsa licencia de conducir, que parecía sumamente auténtica, con la cara de Ashley en ella. El nombre que aparecía allí era Ashlynn Penner. La fecha de nacimiento indicaba que tenía veintidós años.
Más convencida de que estaba en el camino correcto, Keri se movió con más rapidez por la habitación. No sabía de cuánto tiempo disponía antes de que los Penn empezaran a sospechar. Al cabo de cinco minutos, encontró otra cosa. Metido en una bamba en la parte trasera del armario había un casquillo vacío de 9 mm.
Sacó una bolsa para las pruebas, lo introdujo allí junto con la tarjeta de identidad falsa, y abandonó la habitación. Mia Penn iba por el pasillo en dirección a ella en el momento en que cerraba la puerta. A Keri le pareció que había sucedido algo.
–Acabo de recibir una llamada de la amiga de Ashley, Thelma. Ha estado hablando con la gente acerca de que Ashley no llegó a casa. Dice que otra amiga llamada Miranda Sanchez vio a Ashley subir a una furgoneta negra en Main Street, cerca de un parque canino próximo al instituto. Dijo que no podía asegurar si Ashley subió por su cuenta o si tiraron de ella hacia dentro. No le pareció tan extraño hasta que se enteró de que Ashley había desaparecido.
Keri mantuvo su expresión neutral a pesar del súbito incremento en su presión arterial.
–¿Conocen a alguien que tenga una furgoneta negra?
–Nadie.
Keri caminaba rápidamente por el pasillo. Mia Penn intentaba desesperadamente seguirle el paso.
–Mia, necesito que llame al teléfono de los detectives en la comisaría, el número con el que me contactó. Dígale a quien le atienda, probablemente un hombre llamado Suarez, que le he pedido que llame. Dele la descripción física de Ashley y dígale cómo iba vestida. Dele también los nombres y la información de contacto de cada uno de los que me habló: Thelma, Miranda, el novio Denton Rivers, todos ellos. Después dígale entonces que me llame.
–¿Por qué necesita toda esa información?
–Vamos a tener que entrevistarlos a todos.
–Está empezando a asustarme de verdad. ¿Esto es malo, verdad? —preguntó Mia.
–Probablemente no. Pero mejor asegurarnos que lamentarnos.
–¿Qué puedo hacer?
–Necesito que se quede aquí por si Ashley llama o aparece.
Llegaron al piso de abajo. Keri miró alrededor.
–¿Dónde