Ray suspiró y se reclinó en su silla.
–Sí que hay para tanto. Keri, hace casi un año que eres detective aquí. Me gusta tenerte como compañera. Y has hecho un gran trabajo, incluso antes de que consiguieras tu placa. El caso Gonzales, por ejemplo. No creo que yo lo hubiera podido resolver y llevo una década más que tú investigando estos casos. Tienes una especie de sexto sentido para estas cosas. Es por eso que te usaba como recurso en los viejos tiempos. Y es por eso que tienes el potencial para ser una verdadera gran detective.
–Gracias —dijo ella, aunque sabía que no él no había terminado.
–Pero tienes una gran debilidad y va a ser tu perdición si no le pones freno. Debes permitir que el sistema funcione. Existe por una razón. El setenta y cinco por ciento de nuestro trabajo se resuelve en las primeras veinticuatro horas sin nuestra ayuda. Debemos dejar que eso suceda para concentrarnos en el otro veinticinco por ciento. Si no lo hacemos, terminamos sobrecargados de trabajo. Nos volvemos improductivos, o peor aún… contraproducentes. Y entonces traicionamos a la gente que de verdad acaba necesitándonos. Es parte de nuestro trabajo escoger nuestras batallas.
–Ray, no estoy ordenando una Alerta AMBER o algo parecido. Solo estoy ayudando con algo de papeleo a una madre preocupada. Y en verdad, son solo quince minutos de desvío de mi ruta.
–Y… —dijo él esperando algo más.
–Y había algo en su voz. Está ocultando algo. Quiero hablar con ella cara a cara. Puede que no sea nada. Y si es así, me iré.
Ray negó con la cabeza y lo intentó una vez más.
–¿Cuántas horas perdiste con ese chico sin hogar en Palms que estabas segura de que había desaparecido y no fue así? ¿Quince?
Keri se encogió de hombros.
–Mejor asegurarse que lamentarse —murmuró por lo bajo.
–Mejor empleado que despedido por uso inapropiado de los recursos del departamento —replicó él.
–Ya son más de las cinco —dijo Keri.
–¿Y eso qué significa?
–Significa que me paso de mi turno. Y esa madre me está esperando.
–Como si nunca te pasaras de tu turno. Llámala, Keri. Dile que te envíe por correo electrónico los formularios cuando haya terminado. Dile que llame aquí si tiene alguna pregunta. Pero ve a casa.
Ella había sido tan paciente como había podido pero por lo que a ella concernía, la conversación había terminado.
–Te veré mañana, Don Limpio —dijo, dándole un apretón en el brazo.
Cuando se dirigía al aparcamiento para buscar su Toyota Prius de color plata de diez años, trató de recordar el atajo más rápido para llegar a los Canales de Venice. Sentía ya una urgencia que no comprendía.
Una que no le gustaba.
CAPÍTULO DOS
Lunes
Al caer la tarde
Keri maniobraba con el Prius a través del tráfico de la hora punta en el límite oeste de Venice, conduciendo más rápido de lo normal. Algo la impulsaba, una corazonada que sentía crecer, una que no le gustaba.
Los Canales estaban a pocas manzanas de puntos de interés turístico como Boardwalk y Muscle Beach, y le llevó diez minutos de recorrido por la Avenida Pacific antes de encontrar por fin un lugar para aparcar. Se bajó y dejó que el teléfono le indicase el resto del camino a pie.
Los Canales de Venice no eran solo el nombre de una urbanización. Eran realmente una serie de canales artificiales construidos a principios del siglo veinte, a imitación de los originales ubicados en Italia. Cubrían unas diez manzanas justo al sur del Venice Boulevard. Unas cuantas de las casas que estaban junto a los canales eran humildes, pero la mayoría eran extravagantes al estilo de la costa. Las parcelas eran pequeñas pero algunos de los hogares fácilmente valían ocho cifras.
La casa a la que Keri llegó estaba entre las más impresionantes. Tenía tres plantas, pero solo el piso superior era visible, debido al alto muro estucado que la rodeaba. Dio la vuelta desde la parte de atrás, que daba al canal, hasta la puerta del frente. Mientras lo hacía, se fijó en que había múltiples cámaras de seguridad en las paredes de la mansión y en la casa misma. Varias de ellas parecían estar siguiendo sus movimientos.
«¿Por qué una madre veinteañera con una hija adolescente vive aquí? ¿Y por qué tanta seguridad?»
Llegó hasta la verja de hierro forjado de enfrente y se sorprendió de encontrarla abierta. La cruzó y estaba a punto de llamar a la puerta delantera cuando esta se abrió desde adentro.
Una mujer salió a recibirla, vestía vaqueros raídos y un top blanco sin mangas, tenía una cabellera larga y abundante de color castaño e iba descalza. Como Keri había sospechado al escucharla por teléfono, no pasaría de los treinta. Tendría la misma estatura de Keri, pero era unos diez kilos más delgada y estaba además bronceada y en forma. Se veía estupenda, a pesar de la expresión ansiosa en su rostro.
El primer pensamiento de Keri fue «esposa trofeo».
–¿Mia Penn? —preguntó Keri.
–Sí. Entre, por favor, detective Locke. Ya he rellenado los formularios que me envió.
Por dentro, la mansión se abría a un impresionante vestíbulo, con dos escaleras iguales de mármol que llevaban al piso de arriba. Había casi suficiente espacio para organizar un partido de los Lakers. El interior estaba inmaculado, con cuadros cubriendo todas las paredes y esculturas adornando mesas de madera tallada que se veían también como obras de arte en sí mismas.
Todo la casa parecía que podía exhibirse en cualquier instante en la revista Hogares que te hacen cuestionar tu propia valía. Keri reconoció una pintura colocada en un lugar destacado como un Delano, lo que significaba que esa sola valía más que la patética casa bote de veintidós años que ella llamaba hogar.
Mia Penn la llevó a otra de las salitas, más informal, y le ofreció asiento y agua embotellada. En un rincón de la sala, un hombre de constitución gruesa con pantalones de vestir y americana estaba apoyado en la pared como con indiferencia. No dijo nada pero no apartaba la mirada de Keri. Ella se fijó en un pequeño bulto en la parte derecha de su cadera, debajo de la chaqueta.
«Un arma. Debe ser de seguridad».
Una vez que Keri se sentó, su anfitriona no perdió el tiempo.
–Ashley sigue sin contestar mis llamadas y mis mensajes. No ha tuiteado desde que salió de la escuela. No hay posts en Facebook. Nada en Instagram —suspiró y añadió—: Gracias por venir. Me faltan palabras para expresarle lo mucho que esto significa para mí.
Keri asintió lentamente, estudiando a Mia Penn, tratando de comprenderla. Igual que por teléfono, el pánico apenas disimulado se sentía real.
«Ella parece temer en verdad por su hija. Pero está ocultando algo».
–Usted es más joven de lo que esperaba —Keri dijo finalmente.
–Tengo treinta años. Tuve a Ashley cuando tenía quince.
–Guau.
–Sí, eso es más o menos lo que todo el mundo dice. Yo siento que como nos llevamos tan pocos años, tenemos esta conexión. A veces puedo asegurar que sé lo que ella siente incluso antes de verla. Sé que suena ridículo pero tenemos este vínculo. Y yo sé que no hay pruebas, pero puedo notar que algo va mal.
–No entremos en pánico todavía —dijo Keri.
Pasaron revista a los hechos.
La última vez que Mia vio a Ashley fue esa mañana. Todo estaba bien. Desayunó yogur con granola y fresas laminadas. Se había ido a la escuela de buen humor.
La mejor amiga de Ashley era Thelma Gray. Mia la llamó cuando Ashley no apareció después