Aunque durmió casi dos horas, lo que normalmente no ocurría jamás, despertó con la sensación de no haber descansado lo suficiente, o quizás con la impresión de que había soñado algo que lo ponía todavía más nervioso de lo que ya estaba antes de echar la siesta. Pero no recordaba el sueño, casi nunca los recordaba. Eran casi las cinco de la tarde, le apetecía dar una vuelta por la ciudad, se duchó y lavó el pelo con el champú especial contra la caída del cabello y luego eligió de su maleta un pantalón vaquero, una camiseta roja y una cazadora también vaquera, se puso unos calcetines de deporte y calzó unas zapatillas marca Adidas, blancas. Se miró en el espejo del armario y decidió que tenía que disimular aquella barriga de alguna manera, puede que abotonando un poco la cazadora. Así estaba mucho mejor. Ya podía ir a dar una vuelta por aquella ciudad a la que no había vuelto desde hacía quince años. Por lo poco que pudo ver mientras estaba en el taxi había cambiado bastante. Ahora deseaba ir a la playa y ver si se acordaba de dónde habían encontrado al kurdo muerto. ¿Estaría todavía la sombra dibujada en el muro?
Bajó en el ascensor y dejó la llave en recepción, cando salió se dio cuenta de que no hacía tanto frío como había pensado y se sacó la cazadora, comenzó a caminar hacia la Dársena, luego cruzó la calle hasta llegar a la calle Real y al edificio donde antes se encontraba el Cine París, se metió por la calle de los vinos, fue a parar a la Estrecha de San Andrés, continuó por la calle del Orzán y por fin, después de meterse por la calle del Sol, pudo ver la playa del Orzán. Desde ella pudo observar el nuevo edificio que había en vez de las ruinas del matadero: un hotel de cinco estrellas. Tenía gracia: el mismo sitio donde hacía quince años dormían algunos mendigos de Coruña sirvió para hacer un hotel donde dormían los ricos que no eran de la ciudad. Luego comenzó a caminar por el paseo marítimo hacia la playa de Riazor. Había cambiado todo. Las barcas, por supuesto, ya no estaban; ni tampoco la casa donde habían tenido prisionera a María del Mar. ¡Las vueltas que da la vida! ¿Echaba de menos aquellos tiempos?, iba pensando Luís mientras seguía caminando hacia Las Esclavas. Puede que un poco: sobre todo el compañerismo que había entre ellos. La aventura había estado bien pero no como para repetir, por lo menos desde su punto de vista. Continuó caminando un poco más, hasta la pequeña playa que había un poco más allá del colegio de monjas y luego dio la vuelta. Iría a tomar un par de vinos y ver cómo andaba el ambiente festivo de la ciudad.
Muchos de los bares que había en los ochenta habían desaparecido, aparecieron otros nuevos, y muchos locales que estaban antes llenos de gente comiendo ahora también lo estaban pero lo que hacían era comprar ropa y zapatos. Qué pena. Vio un restaurante tranquilo para aquellas horas, poco más de las siete de la tarde, se llamaba O mesonciño galaico, le hizo gracia el nombre y entró en él. Un local pequeño con un camarero muy simpático y unas tapas muy curiosas. Pidió un ribeiro y una mariposa, bebió un sorbo de vino, cogió el teléfono móvil y buscó el número de Sofía. No contestaba, esperó un rato y cuando ya estaba pensando en cortar la comunicación escuchó la voz de su amiga al otro lado de la línea.
– ¿Luís? ¿Cómo es que llamas?
– ¿Y luego3 , estás ocupada? –respondió.
–No. Pero me extraña, después de tanto tiempo. ¿Ocurre algo?
–Estoy en Coruña. Por negocios. Me gustaría verte.
– ¡Pues claro! ¿No perderías la dirección? Da igual, ya te voy a buscar. Tú sólo tienes que avisar que vienes. ¿Seguro que vienes?
–Sí, sí, en cuanto acabe lo que tengo que hacer aquí. Tengo una semana pagada en el hotel, si acabo pronto con lo que me ha traído hasta aquí, iré un día a visitarte.
–Espero que sí, porque tengo un par de cosas para ti.
– ¿Qué es?
–Ya lo verás, así seguro que te das prisa en acabar lo que tengas que hacer. Me alegro mucho de que te hayas acordado de mí. Ahora tengo que colgar. Llámame pronto.
–Te llamaré. Hasta luego.
–Hasta luego.
Esta mujer no cambiaría jamás, siempre con prisas y con misterios. Casi no se había dado cuenta pero el camarero había puesto el televisor y estaban con uno de esos programas de noticias locales. De repente se dio cuenta de que estaban, tanto el presentador como el resto de los invitados, hablando en gallego. Con todos estos años viviendo en Madrid tenía el idioma un poco oxidado pero se había puesto al día en pocas semanas antes de hacer este viaje, no sabía si el abogado con el que se iba a entrevistar hablaba gallego o castellano y deseaba que, si hablaba el primer idioma, no parecer despreciativo hablando él en castellano o en un mal gallego. Después de comer la tapa y de beber el vino pidió otra ronda. Como no había nadie más en el bar estuvo un buen rato hablando con el camarero, al rato aparecieron los clientes habituales del local y casi sin darse cuenta se vio inmerso en una conversación sobre las tonterías que a veces hacen los ayuntamientos. Estuvo casi unas hora en el bar, miró el reloj, las ocho. Empezaba a sentirse cansado, la siesta que se había echado después de la comida no le había servido de mucho y deseaba acostarse temprano. Fue hacia la Plaza de María Pita, estuvo un rato dando vueltas por la parte vieja, se acercó hasta los cañones que había en el Parrote y luego se fue al hotel. Estaba hecho polvo. Subió un rato a su habitación, sacó la ropa de la maleta, la metió en el armario, se aseó un poco y bajó al restaurante a cenar. No tenía mucha hambre después de las tapas así que pidió una sopa de fideos y una tortilla francesa con trocitos de jamón cocido y después volvió al cuarto. Se duchó otra vez, esta vez con agua muy caliente y con un gorrito de plástico para no mojarse el pelo, tenía una pinta ridícula, luego se puso un pijama de color azul oscuro, puso el despertador a las ocho, cogió un libro en gallego, de la media docena que había traído en el bolso de mano, As crónica do sochantre4 , y se acostó a leer un rato. A las diez y media estaba durmiendo.
Cuando despertó, a las ocho en punto, lo hizo totalmente recuperado. Le había sentado muy bien dormir tanto. Había quedado con el abogado a las diez en su despacho, en una calle del centro de la ciudad. Llegó a la hora justa, estuvieron hablando un rato y Luís le habló de la proposición de su bufete para que trabajase con ellos. A las once ya estaba fuera. El abogado coruñés tenía que pensárselo, quedó en que lo llamaría dentro de dos o tres día para darle una respuesta en firme. Ese tiempo lo aprovecharía Luís para ir a visitar a su amiga Sofía y hacer un poco de turismo por los alrededores de Coruña. Más que un viaje de negocios parecían unas pequeñas vacaciones. La verdad es que se las merecía, había trabajado mucho este último año para el bufete y les había hecho ganar un montón de dinero. Volvió al hotel a cambiarse de ropa; estaría más cómodo paseando por la ciudad con los pantalones vaqueros. Nunca le habían gustado demasiado los trajes pero con su trabajo no le quedaba otra que utilizarlos habitualmente; en cuanto podía los cambiaba por una ropa más cómoda. Decidió ir a Betanzos a pasear por la zona vieja y puede que hiciese unas fotos. Su hija mayor le había regalado una cámara digital, no tenía que molestarse en hacer nada, sólo darle al disparador, las fotos salían solas. Eso fue lo que le había dicho Adriana cuando se la dio. En recepción pidió información sobre los autobuses a Betanzos y luego cogió un taxi hasta la estación de autobuses.
No había cambiado nada desde la última vez que había estado allí, cuando estaban siguiendo a Klauss-Hassan, pensó mientras estaba en la parte baja de la estación esperando al autobús. ¡Pues claro que le pareció conocida la cara del conductor, era Klauss-Hassan! ¿Qué hacía de nuevo en Coruña? Luís empezó a ponerse nervioso. Y, por