La Moneda De Washington. Maria Acosta. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Maria Acosta
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Зарубежные детективы
Год издания: 0
isbn: 9788835401063
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Sofia mirando a su antiguo compañero de piso –¿No es verdad? Por lo menos hace quince años en Madrid era así.

      –Pues sigo igual. Comer me gusta, pero meterme en la cocina... ¿Y entonces que hay de postre?

      –Unas chulas de pan con leche cocida con canela y limón –dijo Jorge mientras se levantaba de la silla e iba hacia la cocina, apartando del fuego una tartera grande.

      –¡Chulas! Hace años que no las tomo. ¡Me encantan!

      –Te lo dije –añadió Sofía mirando a Jorge.

      Estuvieron casi una hora de sobremesa y luego, después de una comida tan copiosa, decidieron echarse una siesta y subieron al primer piso donde, aparte de las habitaciones que ya había visto Luís por la mañana, había otra más, enfrente a la que ocupaba Jorge, y que era un pequeño salón donde Sofía había puesto un sofá que cuando hacía falta se podía convertir en una cama y, para asombro de Luís, justo a su lado, Sofía tenía instalada una sala de esgrima, con dos pistas electrificadas y un montón de espadas, tanto deportivas como de esgrima medieval, floretes y sables.

      –¿Cómo te ha dado por la esgrima? –preguntó Luís admirando la sala y asimismo la disposición de las armas en las paredes y los armarios donde su amiga guardaba trajes, caretas y zapatillas deportivas.

      –Tuvo la culpa Carla, ella practica este deporte en Venecia y como viene bastante amenudo a visitarme al final me convenció para poner una sala, me enseñó y cuando está aquí nos tiramos bastante tiempo en esta sala, sobre todo antes de la cena estamos aquí un buen rato. Si quieres luego...

      –Ya veremos. Ahora me apetecería descansar un poco –respondió Luís saliendo de la habitación y dirigiéndose al que iba a ser temporalmente su cuarto.

      –Hasta luego, por la tarde daremos una vuelta por el pueblo y te presentaré a algunos de mis amigos. Descansa, que lo vas a necesitar. –dijo Sofía cerrando la puerta.

      Al llegar la noche Luís estaba hecho polvo. Después de la siesta, él y sus amigos estuvieron caminando por el pueblo: fueron a los dos bares y allí le presentaron a un montón de gente, jugaron al parchís, al dominó y a las cartas, en el que estaba más cerca de la casa de Sofía y, luego, en el otro, estuvieron echando una partidas de futbolín y de billar. En los dos sitios hablaron con un montón de personas y hasta cantaron mientras bebían del vino que hacían en la aldea. También fueron a ver la iglesia y las leiras que había detrás de las casas. Como sino bastase, cuando llegaron a casa de Sofía se metieron en la sala de esgrima y estuvieron casi hasta las diez de la noche. Luego volvieron a bajar a la cocina, cenaron algo ligero y Luís, que ya no podía con su alma, decidió irse a dormir mientras sus amigos, incansables, se quedaban en la planta baja hablando y mirando un programa de televisión.

      Al día siguiente se despertó totalmente recobrado. La luz entraba por la claraboya que había en el cómodo sofá cama donde había dormido y le daba directametne en la cara. En esta estancia había también un pequeño aseo y Luís se lavó un poco y se puso su ropa, la misma que había traido el día anterior, no sabía que se iba a quedar a dormir y no se había traído nada para cambiarse. Después del desayuno se iría a Coruña, ya vendría otra vez antes de marcharse a Madrid. Ahora tenía que volver, pasar por el hotel para ver si alguien había dejado un mensaje. Esperaba, pensaba mientras se vestía, que el abogado aceptase la oferta de su empresa, a lo mejor ya había llamado, a lo mejor no lo había hecho.

      Bajó las escaleras y vio, cuando llegó a la planta baja, que la puerta del taller de restauración de Sofía estaba abierta y su amiga estaba con una brocha extendiendo un producto pegajoso sobre una pequeña mesa. Llamó a la puerta. Sofía levantó los ojos.

      –¿Has dormido bien? En la cocina hay leche y bollos o puedes calentar las chulas de anoche. Espera que voy contigo y así descanso un poco –dijo Sofía mientras metía la brocha en un recipientre de cristal que estaba lleno hasta la mitad de un líquido transparente de color marrón, quitaba los guantes de algodón blanco que tenía puestos, los dejaba encima de la mesa de trabajo y limpiaba las manos en un trapo rojo que llevaba en la cintura.

      –Si son las ocho.

      –Yo me levanto a las seis y media, tomo un café con leche y me pongo a trabajar. Luego, hacia las ocho, vuelvo a desayunar más fuerte, así que ya era la hora. Carla y Jorge también están afuera, están dando una vuelta por el monte haciendo fotos, no tardarán en llegar.

      –¡Y yo que pensaba que me levantaba temprano! –dijo Luís mientras se sentaba en la mesa de la cocina delante de un cuenco de café con leche y un gran trozo de pan de brona. –Bueno, tengo que irme, en cuanto lleguen me despido de ellos y me voy. ¿Me podrías llevar aunque sea hasta Arteixo para poder coger el autobús de vuelta a Coruña? No quiero molestar y veo que estás ocupada trabajando.

      –¿Por qué no te quedas un día más?

      –No puedo. Tengo que ir a Coruña, ni siquiera tengo ropa para poderme cambiar.

      –Si es ese el problema seguro que Jorge te puede dejar de la suya –respondió Sofía mientras le daba un mordisco a una rodaja de pan de millo con mermelada de fresa.

      –De todas formas, antes de marcharme de Coruña volveré por aquí. Lo he pasado muy bien y os echaba mucho de menos.

      –En cuanto lleguen te llevo a Coruña y espero que vuelvas y no lo estés diciendo para que te deje en paz.

      –No, te lo prometo, antes de irme a Madrid te llamaré para quedar contigo. ¿De acuerdo?

      –De acuerdo.

      Ya había pasado una semana desde su llegada a Coruña y Luís, mientras se acomodaba en su asiento del avión, estaba pensando en todas las cosas que había hecho en este tiempo: había estado con Sofía, Carla y Jorge en la aldea de la primera y lo había pasado muy bien con ellos, tanto la primera vez como el sábado pasado, cuando regresó para despedirse de ellos. También había estado con Ricardo y Teresa, había algo raro en ellos, puede que hubiera pasado demasiado tiempo desde la última vez que los había visto, a lo mejor eran manías suyas, a lo mejor no, pero los notó nerviosos por su presencia, aunque intentaron disimularlo. Conociendo por Jorge la manía mutua que se tenían Teresa y Sofía no dijo nada a la primera sobre su visita a O Moucho. El abogado lo había llamado el viernes a su teléfono móvil para quedar con él esa misma tarde en su despacho. A Luís le pareció que iba a rechazar la oferta de su bufete y tuvo razón. El abogado se sentía halagado pero no deseaba marchar de su ciudad, en Coruña era alguien, en Madrid sería uno más de los que trabajaban en un bufete importante y, aunque sabía que podría ganar mucho más dinero, prefería la tranquilidad de una pequeña ciudad. De todas formas, estaba dispuesto a hacerles cualquier favor que le pidiesen, si estaba dentro de sus atribuciones hacerlo, en un futuro. Se dieron un apretón de manos y se despidieron. El resto del tiempo lo dedicó a ir al cine y a caminar por la ciudad. Llamó a su mujer un par de veces y también habló con sus dos hijos. Enseguida estaría de vuelta en Madrid. Sofía le había dado la dirección y el teléfono de Steven y María del Mar y estaba deseando escribirles una carta para saber qué había sido de sus vidas, también le había prometido a Jorge que intentaría encontrar al comisario Soler.

      ¡Mira qué es difícil a veces conseguir información!, pensaba Ariel mientras salía de la sede de la Sociedad Fuilatélica de Coruña casi a la hora de cerrar, a las nueve menos cinco de la noche. Había estado hablando un buen rato con la persona entendida en monedas pero sobre lo que a él le interesaba no tenía información en la sede de la asociación, a lo mejor en casa, en su ordenador, podría encontrar algo. Ariel no lo apuró, le escribió su dirección de correo electrónico para que le mandase la información, o le dijese dónde podría conseguirla, y se la dió al hombre, un señor mayor, alto y todavía fuerte, y muy amable.

      No había ido a vistar a su prima Sofía el fin de semana; lo había llamado ella el viernes para decir que tenía invitados y que sería mejor quedar para el siguiente. A él le daba igual, de hecho prefería estar solo con su prima. No es que no le gustasen sus amigos, conocía a dos de ellos, Jorge y Carla, con los