La astucia de nuestra experiencia con los niños se centra en la sutil complejidad del detalle, de matices en los que los índices de realidad dan paso a otra escena. Si faltan o se saturan en el sufrimiento, la potencia pulsional agota el recorrido, no renueva ni alcanza lo otro que causa el cristal temporal de lo nuevo. Conforma un bloque denso, una implosión (al modo de un Big Crunch (8)).
Muchas veces ponemos el cuerpo para poder captar el detalle en el azar, la intensidad de la fuerza de un gesto que, lejos de reflejar, produce, rompe, deforma, crea imágenes en acto, fantasías encarnadas. Verdaderos espejos de tiempo, en ellos, indefectiblemente, cuando creamos estos cristales los atravesamos; se pierde la inmediatez inerte de lo real.
La infancia se pierde; existe como perdida; solo se encuentran fragmentos de acontecimientos corporales, recuerdos fractales, imágenes cristal en las que lo actual y lo virtual, indiscriminados, conviven y vuelven a desaparecer hasta el anterior futuro de la próxima pasada actualidad.
Entretiempo, primera semana (7 días)
Lo impalpable del tiempo constituye lo efímero.
Peter Pan, como Tamara, no puede crecer, pero… ¿desea hacerlo? Entre el poder del deseo de crecer y la potencia de la posibilidad de no hacerlo transcurre la ficción de Peter. Las infancias de Tamara y las de muchos niños que se fijan al tiempo absoluto del sufrimiento naufragan en una isla-país que los aísla y los defiende de cualquier cambio que implica el riesgo de salir afuera sin garantías de retorno. Frente a la posibilidad imposible de perder ese lugar, se encierran con todas sus fuerzas en el país de Nunca Jamás. Parapetados allí, estáticos, construyen el refugio defensivo.
Para rescatarlos de esos países tenemos que naufragar, volar y llegar a ellos. Nuestro mapa es la ficción, cada vez que releemos a Pan nos relacionamos con él, entramos al país y jugamos. Al hacerlo, somos otros y permitimos que Peter se asome a otros territorios. Cuando jugamos con Tamara, con sus padres y armamos la escena, entramos en el país de la infancia, naufragamos con ellos en el de Nunca Jamás, creamos deseos, donamos prismas de tiempo, afectos que no existían; hacemos de la tensión, del sufrimiento trágico, del golpe sin dolor de una niña de dos años, otra dramática en un escenario que desborda el anterior. En ese umbral de la ficción, lo doloroso de la existencia deviene la plasticidad de sentir el tiempo del juego del deseo.
El tiempo termina donde comienza el “Había una vez…”. (9)
1- Un segundo es igual a 9.192.631.770 períodos de radiación, correspondientes a la transición de los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio. (Definición del Sistema Internacional de Unidades).
2- J. M. Barrie, autor de Peter Pan, en su cuaderno de notas de 1922 revela lo siguiente: “Es como si mucho tiempo después de escribir Peter Pan me hubiese llegado su verdadero significado: un intento desesperado, aunque inútil, por crecer”. Si Peter encarna la eterna infancia, lógicamente abre la instancia de pensar la condición humana efímera y mortal y, frente a ella, la fantasía ficcional (Barrie, 2011).
3- La teoría de los cristales del tiempo fue propuesta en 2012 por el premio Nobel de Fisica, profesor Frank Wilczek. Para él, estas hipotéticas estructuras tendrían la capacidad del movimiento perpetuo, ya que se desplazarían continuamente en una órbita circular, incluso en su estado de mínima energía o “estado fundamental”. Los cristales son una agrupación particular de átomos en los que se repite el mismo patrón que en el espacio. La teoría de Wilczek se basa justamente en esto: postula que si los cristales son capaces de repetir su estructura en el espacio, quizá podríamos hacer lo mismo en el tiempo. Esto significa que las partículas se moverían y regresarían periódicamente a su estado original. Los cristales del tiempo serían capaces de moverse incluso en su estado de menor energía, conocido como estado basal. Paradójicamente, este movimiento debería realizarse sin energía. Por esta razón, el cristal de tiempo es una nueva forma de materia, porque es incapaz de estar en equilibrio: está siempre moviéndose. Si bien inicialmente la teoría fue refutada por no cumplir con las leyes de la Física, acaba de demostrarse que los cristales del tiempo existen de verdad. Desde la filosofía, Deleuze, al ocuparse del cine, introduce la referencia de “la imagen cristal” o descripción cristalina, que tiene dos caras que no se confunden, la actual y la virtual, imágenes mutuas indiscernibles, y sería un modo de ver el tiempo. (Deleuze, 2005 y 2018).
4- Cabría distinguir entre el tiempo instituyente y estructural de la subjetividad y el del desarrollo correspondiente al de la cronología y la evolución. Como afirmamos oportunamente, no hay desarrollo psicomotor posible sin la estructura que virtualiza esta posibilidad. Durante la infancia. los tiempo se tocan y trastocan sin excepción; el acontecimiento constitutivo es al desarrollo lo que un sujeto es al niño. La plasticidad es efecto y a la vez causa de este “entretiempo”. No todo existe al mismo tiempo. En sus Confesiones, el filósofo eclesiástico San Agustín de Hipona concluye: “¿Qué es el tiempo? ¿Quién podría dar con sencillez y brevedad una explicación? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si alguien me plantea la pregunta y quiero explicarlo, ya no lo sé. A comienzos del siglo XX, el astrónomo Camille Flammarion afirmaba: “El tiempo es el elemento más misterioso, el más difícil de concebir para el espíritu humano; es imposible dar una definición de él. Es el reloj marchando en soledad”. Imposible ganarle al tiempo; cuanto más ambicioso, más se lo pierde (Safranski, 2017; Marchon, 2018). Sobre esta temática, véase Yndi (2008). Bergson descubre el tiempo y la memoria en la vertiente de la creación y la vitalidad. Para este filósofo, la temporalidad es movimiento y mutación; de él se desprende la memoria como duración vital. En relación a la problemática del dolor, sucintamente se pregunta: “¿Qué sería en efecto, un dolor separado del sujeto que lo experimenta?”. Tal vez Tamara pueda darnos alguna respuesta (Bergson, 2006, y Levin, 2018).
5- Michael Foucault (2010) rescata los “contraespacios” que él denomina heterotopías; alude a lugares de ilusión y ficción en los que los niños juegan sus “utopías localizadas”: el fondo del jardín, la cama de los padres donde se puede saltar, esconderse entre las sabanas, armar una guarida o una carpa. En ellos, el placer de la realización enlaza la audacia de la experiencia. ¿Pero qué ocurre con esos espacios a nivel del tiempo? Se conforman heterocronías, rupturas temporales, ligadas a lo más insustancial; recortes, intervalos del tiempo “tradicional”. Deligny las llama “líneas de errancia”, de fuga; lejos de la acumulación o el consumo mediático y simultáneo, los consideramos verdaderos refugios de apertura hacia nuevas dimensiones que cautivan el deseo del niño, utopías temporales, es decir, heterocronías. Véanse Deligny (2015), Haudricourt (2019), Hang y Muñoz (2019), Szutlwark (2019), Blanchot (2008) y Derrida (2006).
6- El tiempo de la ficción está estructurado por el sinsentido que lo atraviesa y plantea la estrecha relación con la identidad y la imagen del cuerpo. Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas lo explicita de este modo: “¡Vaya día que estoy pasando! Y pensar que ayer mismo todo sucedía como de costumbre. ¿Será que he cambiado durante la noche? Vamos a ver, ¿era yo la misma cuando me levante esta mañana? Ahora que lo pienso, recuerdo que me sentía un poco extraña, como si fuera diferente. Pero si ya no soy la misma, entonces… ¿quién demonios soy?”. El disparate o nonsense enuncian los juegos lingüísticos, los ritmos sensuales propios de la primera infancia. Lo disparatado, por serlo, divide y separa,