San Martín trajinaba en el muelle, como un escolar esperando a los severos y justos examinadores. Le presionaban las previstas salvas de bienvenida, la de dos cañones de grueso calibre. Estos habían sido fundidos en plena correspondencia con la época de Colón y transportados con tal motivo a la fortaleza Castillo del Morro, directamente de Madrid.
El evento, en realidad, una reunión a celebrarse en la cumbre, no tenía análogos hasta ahora en la historia universal. Era un encuentro entre un vendedor y un comprador. Cuba servía de mercancía…
El régimen corrupto de San Martín se hizo, aunque no del todo ideal, garante de blanqueo del dinero sin riesgo de la mafia estadounidense. Cuba en los próximos años tenía todo para convertirse en base de partida de un armisticio a largo plazo entre familias de gánsteres.
Dieron inicio a “la reunión cubana” el antiguo amigo de “Lucky” Luciano, rey del gambling12, el genio financiero de la mafia Meyer Lansky y el mafioso de Chicago Salvatore Giancana. Al haberse iniciado la conquista de Las Vegas y las inversiones millonarias en Nevada no impedían a los clanes seguir pensando en el desarrollo paralelo del business. El futuro de Cuba se vislumbraba aún más risueño, que las ganancias a obtener del casino en el desierto.
Los norteamericanos ricos, sin duda alguna, preferirían la isla de playas blancas, palmas reales y una fiesta eterna, al estado que tenía una reputación de polígono nuclear. Estando alejados de la tutela de los omnipresentes federales y de la galantería servil del reyecillo local, esta situación real apresuraba a los mafiosos a tomar lo más pronto posible las principales decisiones tácticas, para que fuera aprobada la única tarea estratégica, Cuba se convertirá en un paraíso en la Tierra, con una sola reserva, que el paraíso es solamente para ellos.
Constantine "Cus" D'Amato, tesorero de Sam Giancana, seguía por todos lados a su patrón, llevando en las manos dos pesados maletines llenos de dinero en efectivo. Ese dinero se suponía que ha de ser gastado en asuntos de la política. La comisión, el consejo superior consultivo de la mafia de Sicilia, aprobó la iniciativa cubana.
Viniendo en calidad de pasajeros en el crucero “Benjamín Franklin”, la gente de “Lucky” Luciano, de Albert Anastasia, representantes de la familia de Banano, de los hermanos-extorsionistas Rocco y la estrella de “Columbia Records”, favorito de las jovencitas actrices hollywoodenses, Frank Sinatra, siempre actuando como titular de plantilla, eso mostraba la coordinación de todas las familias y una plena unanimidad en cuanto a la participación igual al repartir la torta cubana.
Había un “pero” … Al otro lado de la bahía de Florida, el de sobra conocido Vito Genovese, hacía su propio solitario. Él había traicionado a Mussolini y volvió de Italia como héroe del desembarco. Vito se sentía defraudado, y es que él también echó el ojo a Cuba con su potencial gigantesco de un contingente de trescientas mil rameras… Pero el principal motivo de Vito era la muy remota enemistad hacia Albert Anastasia y el deseo de ocupar la sólida posición en la jerarquía mafiosa, que él había cedido debido a la forzada “comisión de servicio”. A su ex patrón Lucky Vito no lo tomaba en serio. En primer lugar, porque a Luciano lo deportaron a Italia, y segundo, aquel bailaba al son que le tocaba el judío Lansky, el cual convenció al “capo de todos los capos”, que Vito apunta al puesto del rey… ¡Pues que sea así! Con qué satisfacción Vito le agujeraría la frente a este pícaro zorro Lansky. Pero este se ocultaba tras la espalda del matón «Bugsy» Siegel y se amparaba en la amistad con el indubitable “Lucky”, al cual hasta ahora le respetaban y temían.
En lo que se refiere a Lansky, Vito decidió no apresurarse. Pero, en cuanto a Anastasia, ya no se podía demorar más. De otra manera, el jefe del clan de asesinos profesionales personalmente se las arreglaría con él. Vito con anticipación entabló contacto con uno de los “capos” de la familia de Anastasia, Carlo Gambino, prometiéndole respaldo en el caso de que liquidara a su jefe. Pronto Alberto Anastasia desapareció. Encontró su muerte en una peluquería. Carlo Gambino encabezó su propia familia y Genovese podía tranquilamente dirigir la mirada a Cuba y así impedir que Meyer Lansky gobernara indivisiblemente la isla. El rey del “gambling” estaba en guardia. Luego regaló a Batista el hotel “Nacional”, en La Habana, y prometió pagar tres millones de dólares al año reservándose el derecho exclusivo de repartir los terrenos para edificar hoteles y casinos en el litoral cubano.
Pero hasta ese momento había aún tiempo de sobra. Casi cinco años. Mientras tanto, Lansky y los socios tuvieron que luchar contra Genovese. Menospreciaron su audacia. En 1948, Vito logró entablar amistad con el nuevo presidente de Cuba, Prío Socarrás. Sin embargo, las ambiciones de Vito de ninguna manera dominaban sobre su previsión. La victoria provisional sobre Lansky y otras familias neoyorquinas estaba dispuesta a cambiarla por un armisticio a largo plazo, con la condición de que se le concedieran iguales oportunidades para blanquear los beneficios en la isla de los prostíbulos y casinos. El acuerdo para organizar la revuelta, encabezada por el “sargento de bolsillo” de Lansky, Fulgencio Batista, Genovese lo aprobó solamente en 1952 tras el exitoso atentado contra Albert Anastasia y las palabras de Joe Bonano, que aseguró que ni Lansky ni nadie más se pondría a obstaculizar el business hotelero y el negocio de apuestas de Vito en La Habana, así como también atentar contra la vida de su “amigo” cubano Prío Socarrás. Además, sabiendo las prioridades de la organización de Genovese, se declaró que la familia de Bonano no admitiría la venta de drogas: “Uno puede relajarse sin esta mierda cuando hay tantas “terneras” y ron.”
El “legítimo” presidente derrocado, aunque adquirió una imagen estable de ladrón, podía servir en el caso de que el dictador empezara a rebasar todos los límites. De tal modo, Vito convenció a los jefes de las otras familias que ellos necesitaban a Prío vivo. En eso quedaron de acuerdo. En la época de Batista, Vito edificó un hotel con un casino en La Habana. Transcurrían los años, y el dictador no lo irritaba, podemos decir, que luego, pasados los años, podía ser ofrecido Socarrás al feroz Fulgencio y a los colegas de la mafia. Echa un hueso al perro y se olvidará de la pechuga de pato.
Dejó de existir la necesidad de Vito de contactar con Socarrás, aún porque los competidores no se resistían a sus contactos directos con Fulgencio, sin la mediación de ellos. Este galgo resultó ser un buen chico. Espacio bajo el sol había para todos. Cuba era una “mina de oro”, cada año iba convirtiéndose en un auténtico “El Dorado”. La dictadura de Batista servía a todos los que tenía dinero.
No era casual que apostaran por él. A diferencia del ladrón-liberal Socarrás, el “mestizo rabioso” podía asegurar la entereza de las inversiones norteamericanas, aplastar cualquier heterodoxia y romper la oposición en el huevo. Para estos fines disponía de un ejército de cuarenta mil personas, armado con el dinero de la mafia.
Quien, en aquella época, en 1947, en el carnaval, cuyo motivo oficial era crear el Comité de Amistad Americano–cubana, pudo pensar que la vida del siguiente, a continuación, destronado presidente de Cuba, el aristócrata Prío Socarrás, sería salvada, en cierto grado, gracias a la revolución. En la multitud de miles de pazguatos estaba parado un altaricón forzudo con facciones correctas de la cara y con una mirada ojimorena ardiente, al cual le estaría predestinado encabezar la revolución. Mirando el aquelarre, organizado por los gánsteres y oligarcas, el muchacho dijo entre dientes con odio:
– Los yanquis ahora se limpiarán las botas con nuestra bandera. Para ellos nuestra bandera es solamente una toalla en una guarida, en la que están convirtiendo nuestra isla… Pasados algunos años, bajo la dirección de este joven, los cubanos expulsarán a todos los que hoy han estado dirigiendo este carnaval ejemplar. Batista apenas se quitó de en medio, salvando su vida. Rockefeller perderá sus refinerías de petróleo, plantaciones de café y tabaco. Los latifundistas quedarán sin los inmensos campos de caña de azúcar. Meyer Lansky, yéndose precipitadamente, olvidará en la isla el maletín con quince millones de dólares en efectivo y se despedirá de la esperanza de recuperar sus inversiones. En Cuba, el que menos sufrió de toda dicha epopeya fue Vito Genovese, pero solamente debido a que, para el momento de la marcha triunfal de los rebeldes barbudos, en