ISABEL: (Fingiendo inocencia, exageradamente) ¿Yo? ¿Qué cosas dice, padre? (Se ríe).
(Pausa.)
SACERDOTE: Yo volvía cada año con el seminario, de retiro, a la casa que está sobre la loma. Y me escapaba a aquella curvita del río.
(Pausa.)
Ese lugar fue perdiendo magia, Isabel. Vos no estabas. Las micas ya no brillaban como cuando vos estabas. El olorcito de los yuyos ya no era dulce, me repugnaba. El agua, que con vos era cantarina y alegre, ahora hacía un sonido pavo, insulso. Me terminaba aturdiendo.
Todo porque pensaba en vos, en tu risa. Claro, era tu risa el sonido cantarino, no era el agua. Pero vos ya no estabas. Aparecías en mi mente con tu carcajada exagerada y las chispitas de tus ojos, y de pronto se me caía encima tu cama de enferma. La peperina se volvía alcanfor.
¿Entendés lo que me pasó? Comencé a odiar las cosas que quería.
Esta casa, que siempre fue alegre y ruidosa y llena de escondites y de recovecos, se transformó en un panteón. En tu ´panteón. Se puso fría. Parece que el sol ya no calentara en estas galerías.
ISABEL: Ya sé lo que te pasó, Julio. Vos me querías mucho ¿Cierto?
SACERDOTE: Mirá las cosas que me preguntás.
ISABEL: En serio te pregunto ¿Vos me querías mucho?
SACERDOTE: Por supuesto. Eras a quien más quería.
ISABEL: Claro. Ahora entiendo tu sufrimiento. Empezaste a odiar a las cosas que más querías. Yo era una de las cosas que más querías.
SACERDOTE: ¡Vos no sos una cosa!
ISABEL: Yo no era una cosa. Cuando era así (se señala a sí misma) Pero empecé a dejar de ser esto, para ser aquello (señala hacia su habitación) Empezaste a odiarme, Julio. Eso te pasó. Empezaste a odiarme porque ya no cantaba, ni me mataba de risa, ni hacía pichí en las macetas y te echaba la culpa a vos. Ya no era yo, eso que estaba en mi cama era una cosa. La cosa que más odiabas en la vida, porque ya no te acompañaba, ni te hacía reír, ni te abrazaba cuando la asustabas con tus cuentos de terror a la noche. Vos querías que te dijera si me había tirado o me había caído del balcón, para recobrar la paz. Para volver a tener esperanza. Vos tenías que decirle a la gente que la esperanza ilumina el mundo, pero vos no tenías esperanza. Y la culpa era mía. Empezaste a odiarme, Julio. Eso fue lo que te pasó.
(Pausa.)
SACERDOTE: (Desarmado) Perdoname.
ISABEL: ¿Cómo se puede llegar a odiar a alguien a quien querías tanto?
SACERDOTE: No lo sé. Es terrible. Uno hace fuerza para que las cosas cambien, para que despertaras, pero no. Imposible. No una semana, ni un año, cuarenta y cinco años, Isabel ¿Se puede vivir cuarenta y cinco años con eso?
ISABEL: Pobrecito. Entonces ya no tengo dudas. Yo te arruiné la vida. Qué triste. Yo, justamente yo, que fui la causa de tu felicidad durante diecisiete años, fui el motivo de tu angustia durante cuarenta y cinco. No te merecías esto, Julio.
SACERDOTE: Y vos menos.
ISABEL: ¿Qué puedo hacer para devolverte un poco de paz?
SACERDOTE: No sé. Estoy como confundido. No sé qué sos.
ISABEL: ¡Julio! ¿Cómo decís eso? ¡Soy Isabel, tu prima preferida!
SACERDOTE: ¿Y la que está en tu cama?
ISABEL: ¿La vieja? Será una forma extraña del tiempo.
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: (Sonríe) Se me ocurrió.
SACERDOTE: Nunca había pensado que el tiempo tuviese forma.
ISABEL: Yo tampoco (Se ríe) Se ve que ahora me vienen ideas a la cabeza sin pensar. ¿Será que estoy…? (Cambia de idea de golpe) Olvidate de la vieja. Tengo una idea ¿Las hamacas del patio grande siguen estando?
SACERDOTE: Sí. Están un poco oxidadas. No hay chicos. Cuando hay viento chirrían, parece que se hamacaran fantasmas.
ISABEL: (Divertida) Y, a lo mejor no parece…
SACERDOTE: ¡Isabel! No hagas bromas con esas cosas.
ISABEL: Vamos a hamacarnos.
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: Vamos a hamacarnos ¿Te volviste sordo, además de viejito?
SACERDOTE: ¿Cómo, hamacarnos? ¿Vos podrás salir?
ISABEL: Probemos. Lo peor que podría pasar es que desparezca de golpe, otros cuarenta y cinco años (Se ríe) ¿Me esperarías otros cuarenta y cinco años, Julito?
SACERDOTE: Estás más loca que una cabra.
ISABEL: Siempre lo estuve. Vamos. Vamos a hamacarnos.
SACERDOTE: No sé, Isabel. ¿Y si la gente te ve?
ISABEL: ¿Quién me va a ver? ¿Una enfermera?
SACERDOTE: Por ejemplo.
ISABEL: ¿Y vos pensás que si una enfermera ve a una chica de diecisiete años hamacándose en el patio va a pensar que es Isabel? (Con intención) Hay que estar un poco loco para pensar que yo soy Isabel ¿No te parece?
SACERDOTE: ¿Y si no te ven?
ISABEL: No me ven.
SACERDOTE: Van a ver a un cura grande, hamacándose en las hamacas que chirrían y hablando solo como un loco. Van a pensar que enloquecí.
ISABEL: Y, sí, un cura que habla con su prima de diecisiete años que está a punto de morir siendo vieja debe estar un poco loco.
SACERDOTE: No. Vos te estás burlando. Vos me querés hacer creer que no existís y que sólo yo te veo.
ISABEL: (Fingida inocencia) ¿Yo? ¿Cómo me preguntás eso? ¿Te parece que sería capaz de hacerte pensar eso?
SACERDOTE: (Simpático) Vos serías capaz de cualquier cosa con tal de divertirte.
ISABEL: Bueno, vamos, entonces. Vamos a hamacarnos.
SACERDOTE: (Duda) No me animo.
ISABEL: ¿Tenés miedo de caerte?
SACERDOTE: Tengo miedo de que desaparezcas otra vez. En serio, no me animo. Ahora me hiciste preocupar.
ISABEL: ¡Siempre mi culpa! (Divertida) Ahora el señor se preocupa y la culpa es mía.
SACERDOTE: Vos me dijiste que a lo mejor sólo yo te veo, y ahora no sé si creer que de verdad estás conmigo o si son mis ganas de verte y mi desesperación las que tramaron una ilusión.
ISABEL: ¿Vos querés una prueba de que yo soy yo y no soy obra de tu imaginación? ¿Qué diría Jesús?
SACERDOTE: ¿Qué tiene que ver Jesús?
ISABEL: Él te diría: “¿Quieres pruebas, Julio? Hombre de poca fe”. (Se mata de risa)
SACERDOTE: Ni siquiera ahora podés hablar en serio.
ISABEL: ¿Viste? Esa es una prueba, si de pronto hablara en serio ¿Sería yo? Imposible. Eso es irrefutable.
SACERDOTE: No tiene nada de irrefutable, si yo te estoy imaginando, entonces te imagino cómo te conozco, y no tiene nada de irrefutable.
ISABEL: (Sigue en broma) Ahora entiendo, yo no te arruiné la vida, te la arruinaste vos pensando tanto.
SACERDOTE: ¡Estoy discutiendo conmigo mismo! ¡Yo imagino mis preguntas e imagino tus respuestas! Isabel, por favor, ayúdame.
ISABEL: Está bien, si no confiás en mí, y pensás que vos me estás imaginando, vamos a tratar de descubrirlo juntos.
SACERDOTE: Sigo igual. Puede ser todo maquinación mía.
ISABEL: