SACERDOTE: ¿Petrona decís?
ISABEL: Sí ¿La conoce? La del pelo (hace un gesto exagerando un peinado raro) A mí no me quiere, me parece. Me tiene bronca.
SACERDOTE: Petrona ha sido una madre para vos. Cuando… (Se detiene, se pone mal)
ISABEL: ¡Padre! ¿Otra vez? (Lo semblantea) Pero, ahora se pone mal.
SACERDOTE: (Disimulando muy mal) Estoy bien, Isabel. A veces me pica la garganta y no me doy cuenta de que pongo cara de preocupado. Es la garganta (Carraspea falsamente) ¿Ves?
ISABEL: Bueno. La llamo a mamá ¿Sí? (Va a salir, él la frena con su palabra)
SACERDOTE: ¡No!
ISABEL: Ay, padre ¿Qué pasa? ¿Por qué me grita?
SACERDOTE: No… no quise gritarte… discúlpame.
Te quería decir que… tu mamá… va a tardar en volver… ¿Te molestaría darle un rato de charla a este pobre viejo?
ISABEL: Ay, padre, no se tire tan abajo. Usted no es un viejo… Es un señor mayor… pero parece más joven, cuando habla. Es raro…
SACERDOTE: ¿Soy raro?
ISABEL: (Se ríe) ¡No! ¡Usted no! Es raro eso que le digo, que cuando habla parece más joven de lo que es.
SACERDOTE: ¿No será que cuando no hablo parezco más viejo de lo que soy?
ISABEL: Uy, me embromó. Déjeme adivinar. Usted debe tener…. ¿No se va a enojar si le doy más edad de la que tiene?
SACERDOTE: (Sonríe) No, no me voy a enojar.
ISABEL: Usted debe ser más o menos como mi abuelo.
SACERDOTE: (Se ríe, sorprendido) ¡No!
ISABEL: No, no. (Miente, piadosa) Usted es mucho más joven que mi abuelo. Lo que pasa es que con esa ropa, parece más grande de lo que es.
SACERDOTE: Claro, seguro.
ISABEL: Usted debe tener… ¿Seten…?
SACERDOTE: ¡No!
ISABEL: ¡Escuchó mal! Dije… ¿Sesen…?
SACERDOTE: Seguí.
ISABEL: ¿Ti…?
SACERDOTE: Acordate que esta ropa me hace parecer mayor.
ISABEL: Ay, no sé. Me hace confundir. ¡Ya sé! ¡Mejor adivino el año en que nació! ¿Le parece?
SACERDOTE: (Muy serio) No. No. Dejémoslo ahí.
ISABEL: Bueno, si sabía que se iba a poner así. Mamá lo retaría por coqueto. Le diría…
SACERDOTE: Un chico como vos, que va a ser sacerdote, no puede hacerse el coqueto. Eso es vanidad.
ISABEL: (Muerta de risa) ¡La imita igualita a mamá, padre! Parece que hablara ella.
SACERDOTE: Ya te dije… yo me crié en esta casa.
ISABEL: Ay, padre, no me diga que usted tiene la edad de mi mamá, y yo le dije que era como mi abuelo, pobre.
SACERDOTE: No, soy mucho más joven que tu mamá.
ISABEL: Ay, sonamos. Entonces está hecho bolsa, padre. Con todo respeto, digo. (El sacerdote se acerca a la ventana, mira hacia abajo, pensativo) ¿Usted se crió en esta casa? ¿Dijo que es de la familia? Nunca supe que hubiera un cura en la familia.
SACERDOTE: Son tantas las cosas que no sabés, Isabel. Pero eso no importa mucho ahora.
ISABEL: ¿Es o no es de la familia?
SACERDOTE: ¿Vos estabas abajo, recién?
ISABEL: Sí. (Piensa, se pone un poco seria) Qué raro.
SACERDOTE: ¿Qué cosa, Isabel?
ISABEL: No sé. Tuve una sensación rara. (Pensativa, se pone muy triste)
SACERDOTE: ¿Cómo qué?
ISABEL: Estaba triste.
SACERDOTE: ¿Cuándo?
ISABEL: Recién. Estaba muy triste. Pero me había olvidado. Por eso me reía con usted. (El cura se acerca, compasivo, la deja hacer) ¿Usted siempre quiso ser cura?
SACERDOTE: ¿Eh?
ISABEL: Si siempre quiso ser cura.
SACERDOTE: ¿Por qué me preguntás eso?
ISABEL: (Piensa) No sé. Me salió preguntarle. No lo pensé. ¿Le molesta?
SACERDOTE: No, no. Sí.
ISABEL: ¿Sí qué? ¿Le molesta que le pregunte o siempre quiso ser cura?
SACERDOTE: (Sonríe) No me molesta. Siempre quise ser cura.
ISABEL: Qué suerte. Porque es muy feo ser lo que uno no quiere ser. O no ser lo que uno quiere ser. Si usted siempre quiso ser cura no lo va a entender. Porque es feliz siendo lo que siempre quiso ser.
SACERDOTE: Hay tantas cosas que no sabés, Isabel.
ISABEL: ¿Nunca quiso ser médico? ¿O maestro?
SACERDOTE: No lo sé. En realidad (se contagia del ánimo de Isabel) nunca se me cruzó por la cabeza otra cosa.
ISABEL: ¿En serio? ¿Desde chiquito quería ser cura?
SACERDOTE: En realidad sí se me cruzó otra idea.
ISABEL: ¿No jugaba a la pelota como los otros chicos? (Levanta el ánimo, se anima a una burla suave) ¿Jugaba a que daba misa?
SACERDOTE: Fue un momentito, una cosa de un segundo.
ISABEL: (Sigue en el chiste) ¿Confesaba a sus amiguitos? (Se ríe) Ego te absolvo por hacer pichí en las macetas, in nominipatri…
SACERDOTE: Pero me duró toda la vida.
ISABEL: ¿Qué cosa, padre?
SACERDOTE: Una duda, Isabel. Una duda.
ISABEL: ¿Qué duda? No entiendo.
SACERDOTE: Lo peor es la duda. Todos los días. Cada uno de los días. Cada noche al acostarte.
ISABEL: ¿De qué habla? ¿Qué le pasó?
SACERDOTE: Algo… terrible.
ISABEL: Padre, me asusta.
SACERDOTE: Yo no podía hacer trampas.
ISABEL: Padre, se me pierde…
SACERDOTE: (Imita a mujer mayor, pero esta vez con angustia o rabia) Un chico como vos, que va a ser sacerdote, no puede hacer trampas.
ISABEL: Padre…
SACERDOTE: No puede mentir… (Ella lo mira, confundida) No puede atarle un moño en la cola al gato y prenderle fuego…
ISABEL: ¡No! ¿Usted también hizo la del gato? Es un clásico ese ¿No?
SACERDOTE: Un chico como yo, que iba a ser sacerdote, no podía hacer nada. (Pausa) Y así y todo, era feliz. Pero tuvo que pasar eso.
ISABEL: ¿Qué le pasó padre? Me preocupa.
SACERDOTE: Un beso.
ISABEL: ¿Eh? ¿Un beso? ¿Y qué tiene de terrible? (Semblantea al cura, que la mira inquisitivo) ¡Ay, no!
SACERDOTE: ¿Qué pasa?
ISABEL: Ay, no, ahora recuerdo por qué estaba triste. Qué mala soy. (Da vueltas en redondo, angustiada) Padre… ¿De verdad, lo peor es la duda? Soy mala, padre. ¿Es pecado un beso?
SACERDOTE: No, salvo que sea incorrecto.
ISABEL: ¿Darle un beso a un primo cuando se está por ir al seminario es pecado?
SACERDOTE: No… pecado no, pero…