Dewey sostiene que no se puede establecer una jerarquía de valores entre los estudios, ya que cada uno tiene una función única e irreemplazable en la experiencia en la medida en que indica un enriquecimiento característico de la vida. Entiende que la educación no es un medio para vivir, sino que es idéntica a una vida fructífera, por lo que el único valor último que puede establecerse es precisamente el proceso mismo de vivir.42 Pero no es un fin para el cual los diversos estudios y actividades son medios subordinados. Éstos no son más que las diversas partes del todo del cual son integrantes. De allí que sostenga que los educadores «han de estar en guardia» contra los fines que se alegan como generales y últimos. Esto nos hace retroceder a considerar el enseñar y el aprender como meros medios que prepararían para llegar a un fin desconectado de los medios, ya que ningún estudio o disciplina son educativos si no tienen un valor propio inmediato.
El fin debe ser siempre una consecuencia de las condiciones existentes y nunca puede estar fuera de nuestras actividades, como si fuese proporcionado por alguna fuente exterior. La idea de un fin externo al proceso educativo mismo lleva a la separación de los medios respecto al fin. Esto se contrapone con su concepción de que un fin se desarrolla dentro de una actividad como plan de su dirección, siendo entonces siempre a la vez fin y medio y su distinción es solamente una cuestión de conveniencia. Todo fin llega a ser un medio de llevar más allá la actividad tan pronto como se ha alcanzado. Lo llamamos fin, escribe Dewey en Democracia y educación, cuando señala la dirección futura de la actividad a que estamos dedicados; lo llamamos medio cuando indica la dirección presente. Por eso escribe: «En nuestra indagación acerca de los fines de la educación no nos interesa por tanto encontrar un fin fuera del proceso educativo al cual esté subordinada la educación. Nos lo prohíbe toda nuestra concepción. Nos preocupa más bien el contraste que existe cuando los fines se hallan dentro del proceso en que operan y cuando se implantan desde fuera».43 Según esto es un error —bastante reiterado— sostener que la educación para Dewey no tiene fines. Los tiene, con la condición de que una vez alcanzados se transforman en medios para alcanzar otros fines. Lo que Dewey rechaza es un fin último y universal de la educación, un fin que no resulte del proceso educativo mismo, que siempre debe estar orientado al presente que constituye su medio social. Por eso la idea de la «reconstrucción» está presente en su concepción tanto en el ámbito filosófico como pedagógico, a punto tal que podría afirmarse que la filosofía puede definirse como la teoría general de la educación, puesto que ambas son instancias de la situación del hombre de su época, que lo arroja al mundo de la producción al que debe encontrarle sentido a través de la comprensión de que el valor social de su trabajo implica un replanteo no solamente especulativo, sino también soluciones concretas.
Todo lo anterior indica la connotación marcadamente social que tiene la educación para Dewey. No se trata ya de preparar para un futuro ignoto sino de vivir el presente de una manera cada vez más socializada. Por eso considera que la escuela debe transformarse en una comunidad en miniatura, donde el alumno «aprende haciendo» y no recibe la ciencia hecha sino que la va gestando a través de su propio esfuerzo, creando los modos de vida propios de la sociedad democrática. La democracia es entendida por Dewey como un ideal ético más que como una forma de gobierno, en el que se destaca el grado en que los intereses de un grupo son compartidos por todos sus miembros, y la plenitud y la libertad con la cual un grupo actúa en relación con los otros grupos. En su concepción la formación del espíritu democrático se debe al trabajo, que engendra costumbres sociales de colaboración. Esto, sin embargo, no implica que esta acción obedezca a un fin predeterminado y externo a la acción misma. El fin nunca se halla fuera del proceso y debe ser una consecuencia de las condiciones existentes. Su validez está determinada solamente por su eficacia, que debe ser necesariamente moralmente aceptable, por lo menos para el consenso social.
La escuela, escribe en Mi credo pedagógico, es primariamente una institución social. Siendo la educación un proceso social, la escuela es simplemente la forma de vida en comunidad en la cual se han concentrado todos los medios más eficaces para llevar al niño a participar en los recursos heredados y a utilizar sus propias capacidades para fines sociales. La educación es un proceso de vida y no una preparación para la vida ulterior. La escuela ha de representar la vida presente, que tiene que ser tan real para el niño como la que vive en su casa o en su medio social cotidiano. Para Dewey el hogar es la forma de vida social en la que el niño se ha creado y donde ha recibido su educación social. La función de la escuela es profundizar y ampliar su sentido de los valores recibidos en el hogar. Por eso la escuela tiene una función subsidiaria, que viene a ser como una extensión de la formación familiar.
La educación debe estimular la capacidad del niño por las exigencias sociales en las que se encuentra, estimulándolo a actuar como miembro de una unidad social más amplia que el hogar. Pero no por esto el niño pierde su individualidad, ya que su crecimiento individual y el interés por el orden social deben estar en armonía. La democracia no se puede desarrollar sin una educación que la haga posible, y la escuela es un agente esencial en este proceso.
En lo que respecta a la función del docente Dewey consideró que su función era la de proporcionar las circunstancias que facilitaran una buena experiencia. No es un mero transmisor de información, sino que debe organizar las actividades de modo que se produzca en el alumno un proceso de descubrimiento en el que lo experimental tiene un papel muy importante. Además, coherentemente con todo lo que he expuesto antes, la misión del docente no es la de proporcionar herramientas útiles para un futuro ignoto sino la de formar un ambiente en el cual el alumno participe de una verdadera vida social. Entiende que allí está la mayor dignidad de la