Dopaje sanguíneo
La práctica del aumento artificial del hematocrito (dopaje sanguíneo) como medio para mejorar el rendimiento atlético se considera inmoral y un riesgo grave para la salud de los atletas (100). No obstante, los estudios de investigación sugieren que esta práctica mejora el rendimiento del ejercicio aeróbico y tal vez la tolerancia a ciertas condiciones ambientales (112).
El dopaje sanguíneo se practica mediante la inyección de los propios glóbulos rojos del individuo o los de otra persona, o mediante la administración de eritropoyetina (EPO), la cual estimula la producción de eritrocitos. La inyección de eritrocitos aumenta rápidamente el hematocrito, pero solo unas semanas (97), mientras que los efectos de la droga EPO conllevan cambios durante semanas y duran mientras se siga administrando la EPO (112). En cualquier caso, se plantea la hipótesis de que el aumento de la masa eritrocitaria puede incrementar la capacidad de la sangre para transportar oxígeno y, por tanto, aumentar la disponibilidad de oxígeno en los músculos ejercitados. Se ha demostrado que el consumo máximo de oxígeno aumenta hasta un 11% con la inyección de eritrocitos o con la administración de EPO (112, 113). Con cargas de trabajo submáximas estandarizadas, el dopaje sanguíneo también se ha asociado con una disminución de la frecuencia cardíaca y del lactato en sangre, así como valores de pH más altos (112).
Los efectos del dopaje en sangre sugieren la posibilidad de disminuir el impacto de distintas condiciones ambientales. Los efectos de la altitud parecen aminorarse con el dopaje sanguíneo, aunque, a medida que aumenta la altura geográfica, se reduce la influencia positiva del dopaje en sangre (107). Factores ambientales estresantes, como la exposición al calor y al frío, también se ven afectados por el dopaje sanguíneo. Durante la exposición al calor, un atleta dopado tolerará más fácilmente el esfuerzo submáximo del ejercicio (63, 111-113). El aumento de la volemia asociado con el aumento de la masa eritrocitaria permite al cuerpo desviar más sangre a la piel para mejorar la termorregulación pero irrigando con suficiente sangre los músculos activos para suministrar oxígeno. Sin embargo, parece que el dopaje sanguíneo confiere esos beneficios sobre todo a personas que ya están aclimatadas al calor y aporta poca ayuda relativa a la respuesta al calor de los que no están aclimatados (112). Se sabe mucho menos sobre el dopaje en sangre respecto al estrés por frío, y aunque se ha sugerido algún beneficio teórico, esta práctica podría posiblemente aumentar los riesgos para la salud (112).
Los riesgos para la salud asociados con el dopaje en sangre complican más todavía la controversia que rodea esta práctica. En teoría, niveles altos de hematocrito pueden aumentar el riesgo de episodios de embolia como ictus, infarto de miocardio, trombosis venosa profunda o embolia pulmonar. La elevación de la tensión arterial, los síntomas gripales y el aumento de los niveles plasmáticos de potasio tal vez se manifiesten con el consumo de EPO (113). Por último, hay un riesgo asociado con la infusión o transfusión de sangre, aunque en la mayoría de los casos el riesgo es relativamente pequeño (113).
Potencial genético
El límite superior del potencial genético de una persona contribuye significativamente a la magnitud absoluta de las adaptaciones al entrenamiento. La magnitud del cambio también depende del estado actual de entrenamiento de la persona. Cada adaptación del sistema biológico, como la del sistema cardiovascular, tiene un límite superior, y a medida que el atleta se aproxima a ese límite superior, se observan cada vez mejoras más pequeñas. En algunas competiciones de elite (p. ej., natación), pequeñas mejoras en el rendimiento marcan la diferencia entre la medalla de oro y el puesto vigésimo sexto. Por tanto, en una prueba en que la que décimas o centésimas de segundo marcan una gran diferencia, tal vez valga la pena el tiempo adicional de entrenamiento para obtener esa mejora del 0,05% en el rendimiento. Debido a las pequeñas mejoras posibles con el entrenamiento entre los atletas de elite, el cuidadoso diseño y control de los programas se vuelve más crítico si cabe (26, 70, 77, 135).
Edad y sexo
Las adaptaciones fisiológicas al entrenamiento de la resistencia aeróbica varían de acuerdo con la edad y el sexo (3, 131). La potencia aeróbica máxima disminuye con la edad en los adultos como consecuencia de diversos cambios fisiológicos que acompañan al envejecimiento, por ejemplo, la reducción de la masa muscular y la fuerza (también llamado sarcopenia) (79), y el aumento de la masa adiposa (3, 78). Como media, cuando mujeres y hombres se agrupan por la edad, los valores de la potencia aeróbica de las mujeres se sitúan entre un 73% y un 85% de los valores de los hombres (131). No obstante, la respuesta fisiológica general al entrenamiento es parecida en hombres y mujeres (84). Las diferencias en la potencia aeróbica tal vez estén causadas por varios factores, como el mayor porcentaje de grasa corporal y los valores más bajos de hemoglobina en sangre en la mujer, y el mayor tamaño del corazón y la volemia más alta en el hombre (13, 18).
Sobreentrenamiento: Definición, prevalencia, diagnóstico e indicadores potenciales
La mejora del rendimiento deportivo de los atletas de competición mediante programas de entrenamiento diseñados adecuadamente es crucial para el éxito. De la misma importancia para el éxito de los atletas en cualquier deporte es una adecuada recuperación de un entrenamiento intenso. Cuando existe un desequilibrio entre las cargas y la recuperación del entrenamiento, se corre peligro de sufrir sobreentrenamiento y desarrollar el síndrome de sobreentrenamiento (SSE) (28). Aunque hay un número considerable de estudios sobre el SSE, persiste la controversia sobre cómo definir, evaluar y poner remedio a este síndrome (73, 121).
Recientemente, el Colegio Europeo y el Colegio Americano de Medicina del Deporte publicaron una declaración conjunta de consenso sobre el síndrome de sobreentrenamiento (92). Esta sección del capítulo presenta alguno de los datos de su declaración de consenso, sobre todo en lo referente a las definiciones, marcadores potenciales y prevención.
Para un estudio eficaz del SSE, se necesita una terminología uniforme. Las recomendaciones de la declaración de consenso proceden de los estudios de Halson (47) y Urhausen (130). En estas definiciones, el sobreentrenamiento se considera un proceso que puede causar una extralimitación a corto plazo (extralimitación funcional) o una extralimitación extrema (extralimitación no funcional [ENF]) o un SSE a largo plazo. Todas estas afecciones causan un decremento del rendimiento deportivo, que es un signo característico de sobreentrenamiento. En el caso de la extralimitación funcional, el entrenamiento se intensifica a propósito para causar un breve decremento del rendimiento seguido por unos días o semanas de recuperación. El resultado es una mejora del rendimiento por supercompensación. Un ejemplo es una sesión final de entrenamiento máximo (que provoca extralimitación funcional) unas pocas semanas antes de una competición, seguida por un período de disminución gradual que termina con una mejora del rendimiento. La extralimitación no funcional se caracteriza por un estancamiento o disminución del rendimiento deportivo, lo que exige la recuperación durante semanas a meses para que el atleta vuelva al nivel previo de rendimiento. Si la intensificación del entrenamiento sigue sin una recuperación adecuada, los atletas pueden terminar con un SSE, en el cual el rendimiento disminuye y se requieren meses de recuperación para que los atletas recuperen el nivel previo de rendimiento. Estas definiciones de sobreentrenamiento asumen un continuo del que el desencadenante habitual de la progresión —desde la extralimitación funcional hasta el SSE— es la continuación de un entrenamiento intensificado sin suficiente descanso. Aunque sea difícil medir la prevalencia del SSE, un reciente estudio (105) ha registrado que