El caso de historia. Claudio Espínola Lobos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Claudio Espínola Lobos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789568675806
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y pasillos el primer día de clases en ese lejano marzo de 1970. Fuimos encerrados en una sala de clases del departamento de Historia. Un alumno de los cursos superiores nos hizo creer que era un catedrático. Hizo una entretenida clase. Nosotros muy concentrados, le escuchábamos atentamente. Luego de una pausa, nos dijo sutilmente:

      —Ahora, muchachos, a bañarse.

      No entendíamos. Solo veíamos caras que nos observaban desde los ventanales. El supuesto catedrático, lentamente, fue sacándose la ropa para quedar en traje de baño. Se abrieron las puertas conminándonos a salir al patio del departamento de Historia. Era el bautismo a los novatos o mechones. A la salida, los alumnos de cursos superiores nos esperaban con bolsas de harina para hacernos ver que éramos la nueva generación de estudiantes y debíamos ser reconocidos como tales por la comunidad universitaria. Todo en un ambiente de mucha alegría y camaradería.

      Ahora, el camino lo hago de manera pausada. Nuevamente, recorro los jardines, árboles y pasillos que llevan de un edificio a otro, como un gran laberinto rodeado de prados y flores. Quería palpar y sentir la atmósfera tan especial que solía tener nuestra casa de estudios en aquellos años, los años anteriores al golpe cívico-militar. Evocaba esa atmósfera donde los estudiantes mezclábamos el estudio, el amor, la política y la rebeldía, tan propia de la juventud, en todas sus dimensiones. En cada rincón había música, protesta, diálogo, conversaciones profundas, arenga, mitines, preparación de propaganda, foros, discusiones que, a veces, alcanzaban momentos de violencia. También deseaba recorrer, con especial nostalgia, el antiguo pabellón «J», lugar donde residí por tres años hasta el 11 de septiembre de 1973, y según se decía, era un refugio del MIR.

      Respecto de la crónica, me movía otra inquietud. Deseaba indagar entre los jóvenes de esta casa de estudios el grado de conocimiento que tenían sobre la detención y desaparición de los tres estudiantes y del profesor del departamento de Historia. Tenía el leve presentimiento de que, para ellos, es un hecho olvidado, del cual nadie se acuerda. Encaminé mis pasos hacia un grupo de seis alumnos que se encontraban conversando animadamente. Les pregunté sobre María Cristina, Félix y Herbit, los estudiantes detenidos desaparecidos, para confirmar si tenía asidero la idea de que la sociedad olvida con facilidad.

      —Muchachos, ¿ustedes estudian aquí? —respondieron que sí.

      —¿Qué saben de los tres estudiantes de Historia, de esta misma universidad, que fueron secuestrados por la DINA, detenidos y desaparecidos, en 1974 y 1975, aquí en Santiago?

      —¡Nada! No tenemos idea de lo que nos está hablando respondieron, dejándome perplejo—. ¿Sabe?, una de nuestras compañeras, la actual delegada de curso tiene algo de información de lo que usted pregunta, pero ahora no se encuentra por aquí —agregaron.

      Era un día de la primera semana del mes de enero. Se acercaba el inicio de las vacaciones de verano del año 2016. No se apreciaban docentes a la vista para haberle formulado la misma pregunta. Me propuse hacerlo en otra oportunidad.

      Mirando el frontis de la entrada del departamento de Historia, pude observar una pequeña placa en recuerdo a uno de los estudiantes del «Pedagógico»: Eduardo Vergara Toledo. El asesinato suyo y el de su hermano Rafael, perpetrados el 29 de marzo de 1985, conmocionó al país y dio origen a la conmemoración del «Día del joven combatiente». Sin embargo, de los tres estudiantes detenidos desaparecidos y del profesor Ortiz no hay nada que los recuerde.

      Durante tres años, mi hogar fue el pensionado de la universidad. Había cuatro al interior del «Pedagógico». Dos estaban destinados a los varones, pabellones J y K en el sector norte y dos a las damas, los pabellones L y M, estos últimos, en el patio central. En cada hogar, vivían alrededor de cincuenta estudiantes, la mayoría de provincia.

      Deseaba admirar nuevamente los hermosos jardines, la arquitectura inglesa de los edificios, con ladrillos y albañilería a la vista; el casino, aquel lugar que era centro de las disputas ideológicas; la biblioteca Central con su antiguo sistema de calefacción por radiadores, donde solíamos permanecer largas horas leyendo para capear el frío en las mañanas de invierno; la cancha de futbol y retrotraerme a los campeonatos interdepartamentales. En fin, todo aquello que me hacía recordar los mejores años de mi vida.

      La entrada al Instituto Pedagógico sigue siendo imponente y atractiva. Ahora, pintada de un intenso azul, con sus puertas de acceso, sus ventanales rectangulares angostos y las ventanas circulares ojos de buey, pintadas de un hermoso color blanco. Su elevada techumbre de tejas rojizas y los hermosos jardines dan solemnidad a una edificación que mantiene su impecable estilo inglés. Grandes letras metálicas color plateado dan sello a la identidad institucional y la función pedagógica que tiene la nueva universidad.

      Sin embargo, ahora, todo es muy diferente. Nada es como antes, ni siquiera perecido. La atmósfera estudiantil que pude observar tampoco es comparable a la de aquellos años. El casino, centro de la vida juvenil, hoy es una oficina de contabilidad de la nueva universidad, tal vez, un signo del economicismo actual que permea las actividades del país. Los pensionados o residencias estudiantiles dejaron de existir y cumplir la función social que tenían: se han transformado en múltiples salas y oficinas. Algunos terrenos, al parecer, fueron vendidos a inmobiliarias porque se levantan imponentes edificios en la parte sur oriente del Pedagógico, en el sector que da a la avenida Grecia. Otro signo también del tiempo presente.

      Por su parte, al departamento de Historia no le vi la grandeza que solíamos atribuirle en nuestros años de estudiantes, donde compartimos con María Cristina López, Félix de La Jara y Herbit Ríos, una vida normal de estudiantes de una época de sueños juveniles, de compromisos ideológicos que recién se empezaban a anidar en cada uno. Fueron años maravillosos vividos plenamente en democracia, que, con altibajos y todo, nos representaba plenamente. Fueron tres años muy agitados.

      No obstante, esa normalidad estuvo atravesada por la inminencia de una reacción fascista que incubaba la derecha económica y política contra el progresismo establecido en el «Programa de gobierno del presidente Salvador Allende». Era algo que se evidenciaba.

      El Pedagógico reunía en esa época a los mejores historiadores y geógrafos del país. Formaba a los futuros profesores de Historia y Geografía como también a los estudiantes de post-grado que se especializaban en Geografía, Historia, Arqueología y Antropología. La imponencia que le atribuíamos, no la tenía ninguna otra universidad. Los Catedráticos que daba clases eran personas de reconocida formación intelectual. La mayoría con estudios en Europa y Norteamérica.

      Mirando, ese día de enero, el interior de las salas, no pude dejar de recordar a los grandes maestros de aquel tiempo: Guillermo Feliú Cruz, Mario Góngora, Sergio Villalobos, Rolando Mellafe, Eugenio Pereira Salas, Hernán Ramírez Necochea (Decano), Cristian Guerrero, Néstor Meza, Osvaldo Silva, Álvaro Jara, Ximena Bulnes (fallecida mientras dirigía el departamento de Historia), Sonia Pinto, Genaro Godoy, Mario Céspedes, Greta Mostny, Hugo Marín, Salvador Dides, Fernando Ortiz (detenido desaparecido), María Eugenia Horwitz, Hugo Cancino, Miguel Rojas Mix, Cesar de León (panameño), Julio Retamal, Pedro Cunill (exiliado en Venezuela), Eusebio Flores, Juan Francisco Araya, Reynaldo Borguel, Enrique Péndola, Carlos Andrade, Carlos Gissen, Víctor Gacitúa, Héctor Herrera Cajas (vicerrector en Valparaíso y rector delegado UMCE), Elsita Urbina, Héctor Soto, Mario Orellana y muchos otros que la memoria, después de 40 años, tiende a olvidar. Muy ilustres y destacados docentes de todas las corrientes ideológicas, filosóficas e historiográficas y religiosas. Era otra de las motivaciones que teníamos los estudiantes para estudiar esta carrera, en esta universidad.

      Volviendo a la crónica. Debo señalar que nace de una reflexión personal sobre la memoria y el tiempo histórico. El interés por escribirla se fue acrecentando cada vez que caminaba por avenida José Domingo Cañas y detenerme en el número 1367, en la «Casa de la Memoria». Cuando supe que ahí estuvo detenida mi compañera María Cristina López, visité el lugar y me conmovió. Hoy solo quedan los cimientos de lo que fue el Lager como le llamó Primo Levi a los campos de concentración de Auschwitz, en la obra «Si esto es un hombre». Este interés de recabar nuevos antecedentes, me llevó, posteriormente, a visitar otros lugares de detención como «Venda sexy» (no hay memorial, solo una casa