Según pasan los años. La vejez como un momento de la vida. Susana E. Sommer. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Susana E. Sommer
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789876145466
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      Cuando éramos niños

      los viejos tenían como treinta

      un charco era un océano

      la muerte lisa y llana

      no existía.

      luego cuando muchachos

      los viejos eran gente de cuarenta

      un estanque era un océano

      la muerte solamente

      una palabra.

      ya cuando nos casamos

      los ancianos estaban en los cincuenta

      un lago era un océano

      la muerte era la muerte

      de los otros.

      ahora veteranos

      ya le dimos alcance a la verdad

      el océano es por fin el océano

      pero la muerte empieza a ser

      la nuestra.

      1. Introducción

      “Envejecer no es nada; lo terrible es seguir sintiéndose joven”

      Oscar Wilde

      Algunos calculan que en el año 2050, un quinto de la población tendrá más de 65 años. ¿Qué significa esa cantidad de personas mayores? ¿Qué simboliza el paso del tiempo? Es el envejecer, ¿una época de decadencia o de integración? ¿Con las dietas apropiadas y el correspondiente ejercicio, retardaremos el proceso? ¿La respuesta estará en la genética?

      A veces adoptamos la actitud de ignorar el envejecimiento, como una suerte de cábala, para pensar que no va a ocurrir. Pero, fundamentalmente, porque nos resistimos a pensar en la pérdida de integridad corporal, en la disminución de nuestra lucidez mental, en el menoscabo de la propia independencia. Por lo general, esta perspectiva nos aterroriza. Si no nos podemos valer solos, ¿reconoceremos ese momento? ¿Qué haremos?

      Este libro es producto de la necesidad de reflexionar sobre algunas cuestiones, a saber: ¿cómo deseamos pasar nuestros últimos años?, ¿qué podemos y debemos hacer ahora para que nuestra aspiración se cumpla?

      Por lo general, hay un momento en el que empezamos a pensar en los años que pasan, y coincide cuando el almanaque nos anuncia una cierta edad. Es muy simple comprobarlo: vean quiénes conversan sobre el tema. Nos miramos en el espejo, y a veces, no nos reconocemos, ¿será porque vemos menos?, ¿porque estamos cambiados?, ¿porque el sueño de la eterna juventud nos lleva a rechazar nuestra nueva imagen?

      Además de darle importancia a los aspectos más privados e íntimos de nuestro proceso de envejecimiento, pensemos en datos objetivos y comprobables sobre el tema. Las preguntas que surgen son varias. ¿Cuántos años vamos a vivir? ¿Viven los mismos años hombres y mujeres? ¿La edad de la muerte es independiente del lugar donde vivimos? ¿Viven igual número de años un maestro que un plomero? ¿La gente muere antes en Buenos Aires, en Alaska, en la China, etc.? ¿Cuáles son los cambios biológicos que se producen en el organismo en el proceso de envejecimiento que culmina con la muerte? Afortunadamente existen algunas estadísticas confiables sobre estas cuestiones. Veamos algunos datos.

      El valor promedio del número de años que vive una población se denomina longevidad o esperanza de vida. Este valor, todos lo sabemos, ha ido variando a lo largo de la historia. A modo de ejemplo, tanto en la Grecia Clásica como en la Antigua Roma, la esperanza de vida era de 28 años. A principios del siglo XIX es de 30 a 40 años y llega a ser de 50 a 65 en el comienzo del siglo XX. Estos cambios se deben a las mejoras en los sistemas de agua potable, cloacas, cuidado de la salud y educación, mucho más que al progreso de la medicina, con lo cual sabemos que los promedios de longevidad en los países pobres y ricos, son muy distintos.

      Podemos suponer que la mayoría de nuestros contemporáneos vivirán más años que sus padres o abuelos. Y es un desafío para cada uno de nosotros indagar cómo viviremos esa etapa, no sólo como individuos sino como sociedad. Este desafío ha sido uno de los motores impulsores del libro.

      Los desafíos

      Cómo es posible aceptar algunas limitaciones físicas, sin considerarnos discapacitados en las cosas que sí podemos hacer todavía. Por ejemplo, luchar contra la discriminación por edad, un prejuicio tanto o más arraigado que el machismo, el sexismo o el racismo.

      Es imprescindible tener claro que por ser viejos no somos de inmediato discapacitados mentales o como niños menores, salvo que además suframos una enfermedad seria que comprometa nuestra capacidad. Al fin y al cabo, crecimos y nos educamos sin computadoras y las hemos conquistado, o al menos las usamos. En resumen, vivir tanto como podamos con buena calidad de vida y conservando la alegría de vivir.

      Me importa dejar en claro en esta introducción que el tema del envejecimiento no se agota en la gente vieja, tampoco en el agudo problema de las magras jubilaciones y de la atención o falta de atención de la salud. Concuerdo con el texto de la Declaración de Madrid4, que propone enfocar al envejecimiento y a los desafíos de la edad desde un punto de vista activo, para producir sistemas sociales flexibles y robustos de beneficio para todos. Lo que está en juego es la creación de nuevas instituciones sociales, capaces de dar cuenta de los cambios y transformaciones del siglo XXI. Esto involucra acciones a nivel nacional e internacional, que se ocupen de la salud y el bienestar en la vejez, asegurándoles a las personas mayores acceso a la atención preventiva y curativa en salud, además del acceso a viviendas acogedoras en entornos adecuados. Una agenda para la vejez no puede ser reducida a temas de salud y jubilaciones, es un desafío que implica integración social, derechos y bienestar.