Esta universidad queda en los suburbios del norte de Melbourne y, por ello, el cuerpo de los estudiantes era de clase trabajadora o migrantes de primera generación, que en muchos de los casos era la primera vez que asistían a una universidad. Los estudiantes tomaron esto de diferentes maneras: para algunos era fantástico, porque tenían la posibilidad de no avergonzarse por ser de clase trabajadora o migrantes de primera generación; porque no era su culpa la exclusión que ellos sentían de frente a la ley y a otras instituciones, sino una condición estructural. Así, para algunos, esto fue algo así como una epifanía. Sin embargo, otros entraban a la universidad para lograr superar el estado que generaba esa condición de marginalización, que querían llegar al poder, que querían alcanzar la riqueza. Recuerdo, por ejemplo, a un estudiante que en su primer día de clase dijo que había entrado a la facultad de derecho porque quería tener una secretaria muy guapa. Naturalmente, la Pedagogía de los oprimidos no era muy interesante para él; pero hubo algo que le aprendí (como lo hacemos todos los que aprendemos de nuestros estudiantes). Allí había una lección valiosa: debía traducir las nociones del potencial político, de la creatividad y de la contingencia que yo misma estaba aprendiendo en ese entorno; tenía que llevarlo al lenguaje del derecho, tal y como lo señalaba Martti. Era mi trabajo hacer esto idiomáticamente accesible a través del derecho y fue algo que aprendí precisamente de Martti. Es posible hacerse entender en términos del lenguaje para los abogados sin que ello suponga perseguir la posición dominante de un proyecto en el escenario jurídico en un momento determinado.
En discusiones que tuvimos en otra oportunidad, las personas decían “bueno, estás diciendo que no hay esperanza, porque el derecho liberal internacional es un problema”, pero solo lo es si uno piensa que lo único que existe es el derecho liberal internacional. Por el contrario, no creo que ese sea el caso; pienso que hay muchas otras maneras en las que podemos imaginar el derecho internacional y un buen lugar para hacerlo es la universidad.
Ahora bien, en esa facultad de derecho de las que les he hablado, el derecho se entendía como algo mucho más amplio de lo que suele entenderse en otras escuelas de derecho a las que he asistido. Un ejemplo de una universidad mucho más tradicional es la Universidad de Melbourne. Desde la década de los noventa, su Facultad de Derecho ha estado completamente comprometida con el pluralismo y, por ello, en ningún momento marginalizamos a alguien que sea crítico.
También es un sitio donde yo siento que hay una moral atada a las preguntas y cuestionamientos; por ello, si usted es una persona doctrinal y cree que hay algo ambivalente en la moral de los abogados, entonces hay diferentes formas de abordarlo, aunque suene como un argumento; y si usted es una persona crítica, y tiene esa percepción sobre la ambivalencia, no sabe exactamente qué van a decir los demás. En mi caso, mucho de mi carrera ha sido experimental: que tuviese la suerte de tener mi primer puesto como profesora no quiere decir que haya estado en lo correcto moralmente; recibí una formación tanto como abogada como para la enseñanza, y fui afortunada en llegar a esta posición.
La posición ideal para nosotros es ciertamente ser fluidos en los diferentes idiomas, como ser bilingües (posiblemente) y traducir proyectos críticos jurídicos; lo que de hecho nos piden mucho nuestros estudiantes. A decir verdad, actualmente enseño en el doctorado, y creo que es allí donde realmente tiene lugar la formación para ese trabajo. Por ello, creo que son esas personas que adelantan sus estudios doctorales quienes después van a hacer las respectivas traducciones una vez llegue su momento.
Considero que la universidad es una institución extraordinaria. Si ustedes diseñaran una institución que contribuyera a muchas posibilidades políticas, sería la misma universidad. En tal sentido, cuando algo va mal, siempre pienso que es una batalla que hay que luchar y por ello hay que reconocer las circunstancias y los lugares en los que podremos librarla.
Antony Anghie: Con relación a la pregunta sobre el imperialismo y cómo ha afectado nuestras experiencias como docentes, debo reconocer que el imperialismo fue esencial para entender quién soy y conocer mis antecedentes. La pregunta es si reconocemos que esa parte de nuestro ser es una entidad propia o si, más bien, se trata de encontrar nuestra identidad en un mundo más amplio y civilizado que fue construido en esencia por Occidente.
En términos de mi propia educación, casi desde el comienzo tuve la intuición de que existía esa relación entre el imperialismo y lo que estaba estudiando. Dejé Sri Lanka en 1976, y ello coincidió con un año muy especial para el movimiento de los no alineados, porque en ese momento la conferencia se llevaba a cabo en Colombo (Sri Lanka) y fue una de las últimas en las que se mantuvo esa idea optimista de tener un nuevo orden internacional. Para ese entonces, yo era parte de ese orden, si se quiere, su heredero. Viendo hacia atrás, fui afortunado; durante cada etapa de lo que he hecho en la vida he encontrado a las personas correctas que me han motivado a mantener y a cultivar esos intereses.
Después llegué a Harvard y encontré a la persona adecuada, David Kennedy. Él me dio toda la motivación. Hice la investigación en la Facultad de Derecho de Harvard y fue para mí una oportunidad extraordinaria. Debo admitir que conocí la política de producción de conocimiento con la proximidad de la reputación de Harvard, que me permitió hacer eso y todo fue gracias a David. Él me dio toda su confianza y me mantenía presionando para que yo hiciera oír mi voz. Yo había estado trabajando mucho tiempo en este tema y cuando David era escéptico, me decía que no tenía sentido, mostrándome los diferentes argumentos.4
Tal y como lo hemos conversado con Martti, creo que es crucial ser competente en el derecho internacional y ese ha sido el trabajo que ha realizado él. En From Apology to Utopia5 se presentan todas las visiones que representan los diferentes sectores, cada uno con su correspondiente experticia. En cada etapa de mi carrera ha habido una comunidad donde personas importantes (para mí) me han impulsado a perseguir este objetivo en lugar de haberme rechazado, de haberme hecho sentir marginal o de privarme de la oportunidad de perseguir mis objetivos profesionales, lo que tiene que ver en muchos sentidos con el idioma. La cuestión es que el idioma del derecho internacional ha sido construido en gran medida por Occidente y nosotros mismos hemos sido construidos en muchos sentidos por ese idioma y por el mundo colonial y poscolonial.
Allí es donde yo creo que tenemos una alternativa. Hay una identidad que debemos escoger. ¿Cómo se expresan nuestras realidades en ese idioma que ha sido construido por Occidente (y el cual yo argumento que es el que ha venido del mundo europeo)?
Yo escogí este idioma para enseñar ese arte de una manera u otra, y sin él no podría conocerse el sentido de la conducta más brutal de la cual surgen normas: la esclavitud. Es un idioma que me permite darle forma al rechazo a la esclavitud. El esclavo dice: “usted me enseñó el idioma y es lo que yo sé para maldecir también. Usted me motivó a que aprendiera ese mismo idioma y al aprenderlo y utilizarlo para maldecir, estoy negándome a mí mismo”.
Si llevamos esta reflexión al idioma del derecho internacional y reconocemos que nosotros venimos del mundo colonizado, al aceptarlo estamos negándonos a nosotros mismos. Pero entonces ¿cómo podemos formular un nuevo lenguaje que exprese nuestra realidad? Por ejemplo, José Manuel Álvarez dice que podemos expresarnos a nosotros mismos en este mundo del derecho internacional, y yo creo que este es el gran desafío que tenemos todos nosotros como académicos.
Martti