—Nada, porque usted ha anticipado mi contestación.
—Entonces me habrías dicho que las cosas podrían haber ocurrido así, o no. ¡Ay, Elinor! ¡Qué incomprensibles son tus sentimientos! Prefieres admitir lo malo antes que lo bueno. Prefieres buscar la desventura para Marianne y la culpa para el pobre Willoughby, antes que una disculpa para él. Estás decidida a creerlo culpable, porque se despidió de nosotras con menos cariño del que en general nos ha demostrado. ¿Y no te es posible hacer alguna concesión al aturdimiento, o a un ánimo deprimido por desengaños recientes? ¿Es que no puede aceptarse ninguna probabilidad, simplemente porque no es una certeza? ¿Nada se le debe al hombre al que tenemos tantos motivos para querer, y ninguno en el mundo para desconfiar? ¿No debemos abrirnos a la posibilidad de que haya motivos incuestionables en sí mismos, pero inevitablemente secretos durante un tiempo? Y, después de todo, ¿de qué lo haces sospechoso?
—Tampoco lo tengo claro. Pero no se puede evitar sospechar algo malo después de comprobar un trastorno tan enorme como el que observamos en él. Hay una gran verdad, sin embargo, en su insistencia respecto de las concesiones que debemos hacer en su favor, y es mi deseo ser objetiva en todos mis juicios. Es indudable que Willoughby puede tener bastantes motivos para haberse conducido así, y espero que los tenga. Pero habría sido más propio de su carácter haberlos revelado. La reserva puede ser aconsejable, pero incluso así no puedo evitar asombrarme de encontrarla en él.
—No lo culpes, sin embargo, por apartarse de su carácter, allí donde la desviación es necesaria. En todo caso, ¿realmente sí admites la justicia de lo que he dicho en su defensa? Eso me reconforta... y a él lo redime.
—No del todo. Puede que sea adecuado ocultar su compromiso (si es que están comprometidos) a la señora Smith; y si tal es el caso, debe ser extremadamente conveniente para Willoughby estar lo menos posible en Devonshire por el momento. Pero eso no es excusa para esconderlo a nosotras.
—¡Ocultárnoslo a nosotras! Mi niña querida, ¿acusas a Willoughby y a Marianne de ocultamiento? Esto es en verdad extraño, cuando tus ojos los han acusado a diario por su falta de tacto.
—No me falta prueba alguna de su cariño —dijo Elinor—, pero sí de su compromiso.
—A mí me son suficientes las que tengo de los dos.
—Pero ni una palabra le han dicho, ninguno de los dos, sobre esta cuestión.
—No han sido precisas palabras donde las acciones han hablado por sí mismas con tanta claridad. Su conducta hacia Marianne y todas nosotras, al menos durante la última quincena, ¿acaso no ha demostrado que la amaba y la consideraba su futura esposa, y que sentía por nosotras el aprecio que se tiene por los parientes más cercanos? ¿No nos hemos entendido mutuamente a la perfección? ¿No ha solicitado a diario mi visto bueno a través de sus miradas, sus modales, sus atenciones afectuosas y llenas de afecto? Elinor, hija mía, ¿es posible dudar de su compromiso? ¿Cómo pudiste alimentar tal idea? Es imposible suponer que Willoughby, convencido como debe estar del amor de tu hermana, fuera a abandonarla, y quizá por meses, sin hablarle de su amor; imposible pensar que pudieran separarse sin intercambiar estas mutuas expresiones de confianza.
—Confieso —replicó Elinor— que todas las circunstancias salvo una hablan en favor de su compromiso, pero esa una es el completo silencio de ambos sobre esta cuestión, y para mí casi anula el resto.
—¡Qué extraño! Ciertamente debes pensar monstruosidades de Willoughby si, después de cuanto ha pasado entre ellos a la vista de todos, puedes dudar de la naturaleza de los lazos que los unen. ¿Ha estado representando una comedia frente a tu hermana todo este tiempo? ¿Lo crees de verdad insensible a ella?
—No, no puedo creer tal cosa. Estoy segura de que él debe amarla, y que la ama.
—Pero con una extraña clase de ternura, puede dejarla con tal insensibilidad, con tal despreocupación por el futuro como la que tú le concedes.
—Debe recordar, madre querida, que jamás he dado por ciertos estos problemas. Confieso que he tenido mis dudas; pero son menos fuertes de lo que eran, y puede que muy pronto se hayan esfumado por completo. Si descubrimos que se corresponden en su amor, todos mis temores ya no existirán.
—¡Mira qué gran consuelo! Si los vieras ante el altar, dirías que se iban a casar.
—¡Qué niña desagradable! Pero yo no necesito tales pruebas. Nada, a mi juicio, ha pasado que justifique las dudas; no ha habido intentos de mantener nada a escondidas; en todo ha habido igual claridad. No pueden caberte dudas acerca de los deseos de tu hermana. Entonces debe ser de Willoughby que sospechas. Pero, ¿por qué? ¿No es acaso un hombre honesto de magníficos sentimientos? ¿Ha mostrado alguna negligencia capaz de crear alarma? ¿Es capaz de engaño?
—Espero que no, realmente creo que no —exclamó Elinor—. Quiero a Willoughby, de verdad lo quiero; y las sospechas sobre su integridad no pueden ser más dolorosas para usted que para mí. Lo he hecho sin querer, y no atizaré esa tendencia en mí. Me sobresaltó, es verdad, el cambio en su trato esa mañana; al hablar parecía una persona diferente a la que hemos tratado, y no respondió a la amabilidad que usted tuvo hacia él con ninguna muestra de afecto. Pero todo esto puede explicarse por estar tumbado por alguna situación como la que usted cree. Se acababa de separar de mi hermana, la había visto alejarse en la mayor de las pesadumbres; y si se sentía obligado, por temor a ofender a la señora Smith, a resistir la tentación de volver aquí luego, y aun así se percataba de que al declinar su invitación diciendo que se iba por algún tiempo parecería estar actuando de manera miserable y sospechosa hacia nuestra familia, bien puede haberse sentido avergonzado y perturbado. En tal caso, pienso que un reconocimiento simple y franco de sus dificultades lo habría honrado más y habría sido más coherente con su carácter en general. Pero no criticaré la conducta de nadie sobre bases tan débiles como una diferencia entre sus opiniones y las mías, o una desviación de lo que yo considero correcto y lógico.
—Lo que expresas es perfecto. Es cierto que Willoughby no merece que sospechen de él. Aunque nosotras no lo hemos conocido durante mucho tiempo, no es un desconocido en esta parte del mundo; ¿y quién ha hablado en contra de él? Si hubiese estado en situación de actuar con independencia y casarse de inmediato, habría sido extraño que nos dejara sin decírmelo todo al momento; pero no es el caso. Es un compromiso iniciado, en algunos aspectos, bajo auspicios no favorables, porque la posibilidad de una boda parece estar lejos todavía; e incluso, según lo que se observa, puede que sea aconsejable mantener las cosas en secreto de momento.
Se vieron interrumpidas por la entrada de Margaret, lo que dio libertad a Elinor para meditar sin trabas en los planteamientos de su madre, reconocer que muchos de ellos eran probables, y confiar en que todos fueran ciertos.
No vieron a Marianne hasta la hora de la cena, cuando entró a la habitación y ocupó su lugar en la mesa sin rechistar. Tenía los ojos rojos e hinchados, y parecía que incluso en ese instante reprimía las lágrimas sin poder hacerlo. Evitó las miradas de las demás, no pudo comer ni charlar, y después de un rato, cuando su madre le oprimió silenciosamente la mano en un gesto de tierna compasión, el pequeño ápice de fortaleza que había mantenido hasta entonces se desmoronó, rompió a llorar y abandonó la estancia.
Esta implacable tristeza siguió durante toda la tarde. Marianne era impotente frente a ella, porque carecía de toda voluntad de control sobre sí misma. La más pequeña mención de cualquier cosa relativa a Willoughby sobrepasaba enseguida en ella toda resistencia; y aunque su familia estaba angustiosamente atenta a su felicidad, si llegaban a hablar les era imposible evitar todos los temas que sus sentimientos ligaban al