La teología necesita ahí de la filosofía, de sus reflexiones críticas y orientadoras, pero la filosofía necesita también de la teología, pues sin tener en cuenta la religión o la significación que las distintas religiones tienen para la naturaleza del hombre y para la construcción de una totalidad que englobe hombre y mundo —verdadero objeto de la religión—, nunca podrá elevarse a una comprensión verdaderamente global del ser humano y de su lugar en el mundo.53
Por su parte, Carlos Cásalle Rolle ha analizado con profundidad la importancia de la filosofía en la articulación de la teología sistemática de Pannenberg. Mientras pondera su enorme trabajo, señala que el teólogo de Múnich no puede ser sin más definido como un racionalista. Explica:
Es difícil encontrar entre los teólogos protestantes del siglo pasado —quizá con la excepción de Tillich— un abogado de la filosofía tan entusiasta como Pannenberg. Su deseo primordial es que la teología, hecha en íntimo diálogo con el pensamiento filosófico, permita a los creyentes comprender hasta qué punto la fe cristiana es verdaderamente razonable. […] Pero el entusiasmo de Pannenberg por la razón no le convierte, como algunos críticos han pretendido, en un racionalista. La razón y la filosofía no son para él ni el principio ni el fin de la labor del teólogo. Un buen teólogo sabe tanto de la necesidad como de la insuficiencia de la filosofía para su trabajo; insuficiencia que aparece allí mismo donde se mostraba la necesidad: en el nivel material, en el metodológico y en el pastoral.54
En suma: el verdadero y más íntimo deseo de Pannenberg es entrar en diálogo fecundo, respetuoso y abierto con la filosofía, no para convertir la fe en una especie de “filosofía cristiana”, sino para mostrar su racionalidad. Su teología se distingue de la filosofía como tal al afirmar los dos elementos particulares que la convierten en una ciencia distinta: la fe y la revelación en la historia. En ese sentido, el teólogo luterano se ubica en una posición contraria a muchas tradiciones del protestantismo, entre otras: Martín Lutero, Karl Barth y Rudolf Bultmann.55
Conclusiones:
Aunque desde los comienzos la teología cristiana recibió el influjo de la filosofía griega, siempre resulta necesario distinguirlas cuidadosamente. Mientras la filosofía implica una reflexión sobre “la totalidad de lo real”, “la realidad”, “el mundo”, “el ser”, sin un objeto de estudio que la convierta en una ciencia, la teología, si bien trata mucho de esos temas, lo hace siempre “desde la perspectiva de Dios”, siendo su tema central el Dios revelado.
Un asunto decisivo en la teología y ausente en la filosofía es la fe. Como dice Tillich, “el teólogo está determinado por su fe.” Por lo tanto, la teología es un pensamiento que se hace discurso a partir de la fe, realidad existencial o evento del cual no pueden decir nada ni la ciencia ni la filosofía, pues es de una naturaleza diferente de los temas abordados por esas disciplinas.
Los problemas surgen no sólo cuando ambos saberes dejan de distinguirse cuidadosamente, sino cuando la teología, procurando responder a los cuestionamientos filosóficos, elabora un pensamiento reflexivo que, en ocasiones, hasta puede tomar como soporte o punto de partida cierta escuela filosófica. En otras palabras, cuando la teología toma prestados conceptos de la filosofía, pueden sobrevenir equívocos y confusiones. En este caso los caminos se entrecruzan y, por momentos, no se sabe si estamos frente a un texto filosófico o teológico, o una mixtura de ambos. Esto ha sucedido desde los comienzos de la teología occidental, especialmente la alejandrina, pero también se ha podido percibir en San Agustín, en Santo Tomás de Aquino y, mucho más adelante en la historia, en Sören Kierkegaard, quien, definiéndose como “un pensador cristiano”, da un impulso nuevo al pensar filosófico centrado en la “existencia”, cosa admitida aun por el propio Martín Heidegger.56
En toda elaboración teológica sistemática es importante no mezclar ambas disciplinas o subsumir una disciplina a otra, pues no se trata de domesticar a la filosofía desde la teología ni viceversa. Tampoco se trata de que mientras la filosofía formula preguntas, la teología las responde, pues, como acertadamente dice Paul Ricoeur, “me cuido de aplicar a la relación entre filosofía y fe bíblica el esquema pregunta-respuesta. Como si la fe aportara sus propias respuestas a las preguntas que la filosofía plantearía o dejaría abiertas”.57
Por un lado, se trata de teologizar con mentalidad filosófica inquisitiva y crítica, y, por otro, de filosofar reconociendo el valor de la teología como disciplina y su influencia en la historia del pensamiento, incluyendo el filosófico. Hablar de “teología”, a secas, no define demasiado más allá de su etimología: “un λογος del θεο῀ porque, como se sabe, la teología puede ser elaborada aplicando distintas metodologías, que derivan en “teología bíblica”, “teología histórica”, “historia de las doctrinas”, “teología práctica” y “teología sistemática”, entre otras. En esta última modalidad se dan los puntos de mayor contacto y, a la vez, de mayor rispidez y conflicto, porque el teólogo que desarrolla una teología sistemática debe ser crítico de los presupuestos de la teología, aspecto que no siempre es reconocido por los filósofos.
En lo que se refiere a los conflictos entre ambas disciplinas, nos parece más realista la visión de Pannenberg. En efecto, mientras para Tillich no puede haber conflicto entre filosofía y teología, Pannenberg admite las tensiones que se producen entre ambas al señalar:
… filosofía y teología seguirán viendo caracterizadas sus relaciones por grandes tensiones, porque la teología está obligada a pensar la totalidad del hombre y del mundo a partir de Dios y de la revelación, mientras que la filosofía retrocede a un fundamento absoluto a partir de su experiencia del hombre y del mundo.58
La diferencia sustancial entre filosofía y teología radica en que, aun si las consideramos a ambas como una visión totalizante, mientras la segunda parte del presupuesto de la revelación de Dios y la fe en ella como experiencia subjetiva, la filosofía se atiene rigurosa y plenamente a la razón sin depender de otro recurso. Extrema las posibilidades del pensamiento, sin miedo a que sus conclusiones puedan desmentir algún dogma o principio religioso. Por esto, es en vano todo intento por elaborar una síntesis entre ambas disciplinas. La historia del pensamiento occidental es una prueba de ello: las síntesis logradas en cierto momento de la historia, sobre todo la Edad Media, quedaron luego desfasadas por los avances de la propia filosofía y de las ciencias sociales.59 De todos modos, tanto la filosofía como la teología interactúan entre sí y pueden influirse mutuamente para enriquecimiento de ambas. La historia del pensamiento occidental está atravesada por el diálogo entre la filosofía y la teología. Los teólogos alejandrinos hicieron uso de la filosofía platónica para la articulación de su pensamiento. San Agustín fue influido por el neoplatonismo y el maniqueísmo. Ya en el escolasticismo, se perciben las claras influencias aristotélicas en el pensamiento teológico, sobre todo de Santo Tomás, quien, a su vez, reactualiza la filosofía del Estagirita. Es conocido por todos que el impulso para el desarrollo de la hermenéutica como una rama de la filosofía moderna procedió de las clases que sobre el tema desarrolló el teólogo reformado Friedrich Schleiermacher. Y, en lo que se refiere a una temática de rigurosa actualidad, la filosofía política o, más específicamente, la moderna teoría del Estado, está imbuida, como ha demostrado Carl Schmitt, de conceptos tomados de la teología cristiana.
En síntesis, no queda otro camino que, como dice Juan Luis Segundo, “sumar” la filosofía a la teología, aunque ésta ya sea en sí misma intrincada y oscura, y a pesar de que al hacerlo, le agreguemos la pesada carga especulativa propia de la filosofía, que pareciera ser un “tembladeral”