—¿Cómo?
—¿Te apetece un poco de té?
—¿Té? No sé qué es el té.
—Ah, bueno. Verás cómo te gusta —respondió el misterioso y benevolente hombrecillo.
El hombrecillo entró en otra habitación y tras un corto y breve espacio de tiempo, apareció con una bandeja y dos pequeñas tazas de las que salía vapor. Éste se encorvó para que Libo cogiera una de ellas. El hombrecillo hizo un pequeño gesto con la cabeza indicando afirmación para que Libo probase el té. Libo le dio un pequeño sorbo y un agradable sabor comenzó a recorrer su paladar, y después continuó por su garganta, así que siguió bebiendo. Al cabo de unos minutos, comenzó a sentir una extraña sensación de paz y tranquilidad. Hacía mucho que no se sentía de esa forma.
—Por cierto, ¿el dibujo ese que está tallado en la puerta qué significa? —preguntó Libo.
El hombrecillo, con una media sonrisa en su rostro, se acariciaba la frondosa barba sutilmente; parecía saber que tarde o temprano le preguntaría por ello.
—Bueno, ese es un símbolo muy antiguo. Representa la vida, la muerte y la reencarnación. Se llama triqueta.
—¿Reencarnación? Yo no creo en esas cosas —comentó Libo.
—Ajá. ¿Y en la transformación?
—¿En la transformación?
—Sí, transformación, ¡transmutación!, ¡alquimia!, ¡evolución! —respondió con ímpetu el hombrecillo.
—Transformación sí, supongo que sí, pero las otras cosas que has dicho no tengo ni idea lo que son.
El humanoide sonrió levemente.
—Pues quédate con eso. Cada ser puede transformarse, mejorarse, pulirse y ¡evolucionar!
—¿Y eso cómo se hace?
—Pues primero hay que querer. También hay que creer e imprescindible el cuerpo mover.
—¿El cuerpo mover?
—Caminar…, tomar acción — respondió con paciencia el humanoide.
—Pero ¿caminar hacia dónde? ¿Y qué quiere decir con tomar acción?
De repente, después de darle otro sorbo a aquel rico té, la habitación comenzó a difuminarse poco a poco, cada vez más; todo empezó a verse con menos nitidez y más borroso y, finalmente, también la imagen del misterioso y amable hombrecillo, que se iba desvaneciendo junto con una amigable sonrisa de complicidad. Libo se despertó; no recordaba bien el sueño, solo algún fragmento aislado. De lo que sí se cercioró fue de que albergaba en su interior una sensación agradable y positiva. Libo se incorporó y comenzó a reflexionar: «Si solo tengo una vida y esta que estoy viviendo no me satisface, ¿por qué quedarme dónde estoy? ¿No sería ese el verdadero fracaso? Caerse es parte de la vida, es parte del camino. ¿Por qué darle tanta importancia a caer? Soy yo quien le está dando esa importancia, ¿por qué no darme más margen de error? Sé que puedo hacerlo. No sé cuándo, pero mientras más veces lo intente, antes lo lograré, de eso estoy seguro».
El amanecer llegaba sin prisa, pero sin pausa por el horizonte; era el momento perfecto para levantarse e ir a por su anhelada meta. De este modo, Libo volvió a intentarlo una vez más. Comenzó a subir por la rocosa pared con ímpetu; después de un pequeño suspiro, clavó sus patitas delanteras en aquella rocosa pared y, haciendo fuerza con estas, incorporó las otras dos patas traseras. Con esfuerzo y concentración comenzó a subir, todo iba bien hasta que uno de los agarres de sus patas falló y se deslizó por la pared, haciendo que resbalara y cayera a la arena. Libo se sacudió el polvo y la tierra y volvió a la carga una vez más, esta vez más decidido aún. De nuevo, comenzó a subir y, al cabo de un rato de estar subiendo, Libo se dio cuenta de que ya no se cansaba tanto como antes; además, para su sorpresa, había llegado más lejos que en los anteriores intentos. Entonces se miró las patas y se percató de que ya no eran tan finas y delgaditas como antes. De tanto intentarlo, y sin ser consciente de ello, había conseguido fortalecer su cuerpo y desarrollar unas patas más fuertes y resistentes. Ahora podía llegar más lejos en aquella rocosa pared; ese primer objetivo ya no parecía estar tan lejos como al principio. Eso hizo que Libo se sintiera más motivado. Sin embargo, se volvió a caer al suelo una vez más. Creedme, no es nada agradable caer, ya seas un bicho o lo que quiera que seas, pues caer siempre implica algún tipo de dolor.
Los otros bichos pasaban por allí frecuentemente; era un lugar habitual de tránsito para hormigas, gusanos, ciempiés, moscas, insectos palo, escarabajos, caracoles, etc. Había veces que se podría decir que había incluso demasiado tráfico, produciéndose hasta caravanas.
De repente, por un momento, todos aquellos bichos pararon de hacer aquello que estaban haciendo, eso que solían hacer de forma automática una y otra vez, para mirar al pequeño Libo. Comenzaron a formarse corrillos en los que apostaban sobre Libo : algunos apostaban sobre cuándo abandonaría, otros sobre en qué momento volvería a caer el pequeño Libo, si llegaría a tal punto o si sobrepasaría tal otro… Eso sí, cuando este se caía todos se reían.
Después de una de sus caídas, el pequeño Libo, que no había dejado de oír los comentarios acerca de las apuestas, las críticas, las risas y las burlas que todos esos bichos tenían a su costa, se acercó y se dirigió a todos ellos:
—¿Qué es lo que os hace tanta gracia?
—Verte intentar algo que es imposible para ti —respondió un gusano gordo y grande.
—Parece que os produce placer ver caer a alguien que intenta algo nuevo y diferente. ¿Os gusta ver cómo falla alguien que trata de superarse? ¿Sabes qué? Será imposible para ti, yo sé que puedo lograrlo —respondió con decisión el pequeño Libo.
—¿Sabes que puedes lograrlo y no dejas de caerte? —contestó entre risas el gusano de forma burlesca, al que, cada vez que se reía, se le movían la barriga y sus mollas.
Tras unos instantes en silencio, el pequeño Libo hizo un ejercicio de introspección y respondió:
—La verdad es que sí lo sé, porque no voy a dejar de intentarlo hasta que se haga realidad. ¡No pararé hasta conseguirlo! No me importa que llueva, que nieve, que haga muchísimo calor o muchísimo frío; no importa las veces que me caiga y me pueda hacer una herida, lo que importa son todas las veces que soy capaz de levantarme; lo que realmente importa es que lo consiga una sola vez. Voy a seguir intentándolo, y por eso sé que lo voy a lograr.
Todos comenzaron a murmurar. Podían oírse cosas como «pobre soñador», «eres demasiado débil y pequeño para conseguirlo», «si ni siquiera puede volar», «olvídalo», «este se ha vuelto loco» …
Lleno de coraje y corazón, el pequeño Libo se pronunció una vez más:
—Solo hay una cosa que tengo clara, y es que no voy a vivir una vida mediocre. Y por esta sencilla razón no puedo escucharos, puesto que aquí no veo a nadie que pueda servirme de ejemplo. Ninguno de vosotros ha cumplido una gran meta, tan solo habéis seguido el camino marcado por vuestra especie, el camino que os dijeron que debíais seguir. No habéis hecho nada nuevo, no habéis hecho nada diferente del resto; ¡yo he nacido para vivir una vida de grandeza!
—¿Sí? ¿Y eso quién te lo ha dicho? —preguntó el gusano de manera antipática.
Entonces Libo, sin tiempo de pensarlo, dio la respuesta más auténtica y sincera que encontró dentro de sí mismo.
—Yo ¡Yo lo he decidido!
—¡Bah! Déjalo, que siga intentándolo. Tan solo es un pobre soñador —decía por ahí alguno de los otros bichos allí reunidos.
Después de esas palabras, cada bicho siguió con sus tareas y quehaceres. Ahora más bien ignoraban la presencia del pequeño Libo, aunque, eso sí, seguían riéndose cuando Libo se volvía a caer al suelo.