Hay un tiempo para estar solo y un tiempo para estar acompañado y ambas posibilidades son necesarias para un correcto equilibrio de la vida personal.9
• En cuarto lugar, a invertir energías en mí misma. Recuerdo que solía ser la típica novia porrista, lo cual no está mal, siempre y cuando una no se descuide a sí misma. El problema es que al no saber estar sola, lo único que conocía era hacer de la vida de mis parejas mi proyecto de vida. Cuando asumí la soledad como proceso terapéutico, redirigí todas esas energías motivantes hacia mí y el resultado ha sido impresionante. De la noche a la mañana, comencé a formalizar proyectos propios.
• En quinto lugar, a coger mi esquina. Cuando te encuentras allí, controlas mejor la impulsividad. La soledad resulta ser una especie de gimnasio de la paciencia, donde uno se vuelve prácticamente un maestro “zen” y los conflictos se vuelven algo fastidiosos. De hecho, llegas a valorar la tranquilidad mental y emocional que has obtenido con esfuerzo y sacrificio, lo que te lleva a saber escoger las batallas y hasta saber cuándo rendirte, de ser necesario.
• En sexto lugar, a disfrutar mis propias felicidades y sufrir mis propios malestares. Cuando uno no sabe estar solo, crea una personalidad codependiente que te lleva a vivir vidas ajenas. En pocas palabras, te alejas de ti misma y comienzas a sufrir las tristezas y las felicidades de tu pareja. Nunca se me va a olvidar un año que hice un recuento de mis tristezas y ninguna tenía que ver conmigo, todas mis angustias y malestares eran las de mi pareja. Fue ahí donde me pregunté: “¿Pero cuáles son mis tristezas? ¿Y mis felicidades?”. ¡Quiero tener mi propia vida, disfrutarla y sufrirla, pero a mi modo!
No podemos ser nosotros mismos si no nos entrenamos a frecuentar la soledad. Al tomar esta ruta, se llega a un momento de perplejidad, de desconocimiento, casi de vértigo, porque caen las máscaras, los tópicos y prejuicios que cada uno se ha construido de sí mismo. Entonces, una vez a la intemperie, se deja de saber quién es y esta perplejidad mueve a ir más a fondo y a indagar quién se esconde detrás del personaje que dice ser.10
Tarde o temprano toca y no hay forma de rechazar la visita de la soledad; más bien, hay que recibirla como amiga, confiar en ella y apostar a que algo bueno saldrá de esa convivencia. Poder estar solas es el desafío. Claro que el otro nos suma, nos expande pero no es una condición sin ecuánime para ser feliz. Llenar nuestra soledad con uno y con otro no es la solución. Una cree que la soledad te hace sentir sola. Yo pienso que rodearse de gente equivocada es lo que te hace la persona más solitaria del mundo. Cambiar de figuritas no es lo ideal y lo que nos llevará a sentirnos plenas. La realización y la felicidad personal en primer lugar se encuentran en “una misma” y no en “el otro”, y para ello necesitamos darnos cita, no faltar a ella y encontrarnos. Ser feliz con una misma para después poder ser feliz con el otro. No dejes que el miedo a la soledad te lleve a correr a los brazos de alguien que desde un principio sabes que no es para ti.
Entrada, plato principal y postre
Todas las pasiones son buenas cuando uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando ellas nos esclavizan.
JEAN ROSSEAU
Menú completo
La vida es como el menú de un restaurante: hay unas opciones más tentadoras que otras, pero no siempre son las más saludables. Tú escoges lo que pondrás en tu plato. En una oportunidad una persona me comentó: “Antes de desgastarme en una lucha, lo pienso porque en esta vida hay que saber escoger las batallas”. Y es que desde pequeños nos han enseñado que uno nunca debe rendirse, que la esperanza es lo último que se pierde. Sí, estos pensamientos son bastante románticos y alentadores. Pero, ¿hasta qué punto pensar así nos estanca?
Lo cuestiono porque en el amor hay dos cosas básicas que debemos aprender para vivirlo de forma saludable: disfrutarlo sin miedo y sin complejos, pero a la vez saber cuándo renunciar por causa justificada. Y hoy se lo dedico a la segunda porque, muchas veces, caemos en la trampa de nuestros propios miedos.
Si estás en una relación en la que no respetan quién eres, tus principios se ven invalidados, te humillan (o más bien te humillas a ti misma), pierdes más de lo que ganas y te sientes emocionalmente drenada, al punto que ya no te reconoces, es evidente que no te conviene, independientemente del amor que exista.
El hecho de que sea bueno no necesariamente significa que sea bueno para ti.
Las personas suelen pensar que el amor debe ser incondicional, que si no se sufre no es verdadero amor. Pareciera ser que las novelas se han metido en nuestro interior, en nuestra psiquis, y terminamos pensando que si no sufrimos como las protagonistas, el amor que vivimos no es verdadero ni apasionado. Una suegra horrenda, una cuñada que nos odia, intereses que no nos permiten conocer a la familia de nuestro enamorado, diferentes clases sociales, etc., etc. A menudo escuchamos decir: “A pesar del daño que nos hacemos, nos amamos demasiado y eso es lo que importa”. “En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo ‘permanente’, de lo eternamente estable. El efecto tranquilizador que esta creencia tiene para los adictos es obvio: la permanencia del proveedor garantiza el abastecimiento. Aunque es claro que nada dura para siempre (al menos en esta vida el organismo inevitablemente se degrada y deteriora con el tiempo), la mente apegada crea el anhelo de la continuación y perpetuación ad infinitud: la inmortalidad”.11
Pensar, como lo explica Walter Riso, en un amor inmortal, eterno e indestructible, una especie de ave fénix que resucita permanentemente de las cenizas del desamor o del despecho, es una de las creencias más comunes de los enamorados del amor, pero es un concepto que no hace para nada bien a quienes lo padecen.
Amarse demasiado, necesitarse, buscarse apasionadamente, atraerse, tener piel es muy bonito pero yo me pregunto: ¿de qué sirve amarse tanto, si ese amor te cae mal y poco a poco te está destruyendo? Estas relaciones son como la comida chatarra que nos encanta, sabe riquísimo y puede convertirse en una adicción. Como un combo de comida rápida es de lo más tentador, nos satisface en el momento, pero en el fondo no le hace bien a nuestro cuerpo. Ser adictas a un amor que nos enferma, que no nos enseña a crecer, a volar, a depender de nosotras mismas, no es una actitud sana. A veces hay que aceptar que, a pesar de que amas al otro, estás mejor sin él.
Algunas personas están hechas para amarse, pero no para estar juntas. Y renunciar a una relación no significa que perdiste, que no crees en el amor o que eres una persona a la que no le gusta el compromiso. Todo lo contrario, significa que eres una persona sensata que está pensando en su salud y que cree en el amor verdadero: el amor sano y equilibrado. Aprender a perder es aprender a ganar, cuando aprendes la lección. Fracasar en tal caso sería no tener la visión para aprender de las caídas. Y parecería magia pero, al dejar de forzar las cosas sobre todo en el amor, automáticamente todo comienza a fluir.
Cuando somos jóvenes y aventadas, solemos pensar que entre más rápido nos emborrachamos mejor se disfrutan los momentos. De repente, nos encontramos mezclando