Defensiva: se define como una actitud rígida de autoprotección automática ante lo que es percibido como un ataque, eludiendo cualquier cuota de responsabilidad en la construcción del conflicto, en la interacción o situación de pareja, y así anulando toda percepción u opinión del otro. Es típico en este estilo de comunicación recurrir a tácticas de negación, que una o ambas partes no admitan su error o equivocación, la búsqueda constante de excusas o la puntualización de causas externas, responder con otra queja y/o contraatacar. Con estas estrategias de comunicación, lo que ocurre es que se está indirectamente culpando a la pareja y a la vez invalidando su queja o anulando su voz. El mensaje que se emite es: “Yo no soy el o la del problema, lo eres tú”.
Desprecio: se refiere a mirar con menosprecio al otro, en ocasiones hasta sentir aversión, no tenerle respeto. En la comunicación se manifiesta con el excesivo uso del sarcasmo, el humor hostil, la burla y el insulto directo. Existen señales de lenguaje no verbal que denotan esta postura, por ejemplo: poner cara de asco, ira, torcer la boca, voltear los ojos con gesto de resignación y la ridiculización de los gestos del otro, dando a entender que uno es superior al otro mostrándose en ocasiones condescendiente, y en otras indigno.
Indiferencia: postura evasiva de distanciamiento y/o desconexión en la que se ignora al otro como si no importara. Se recurre a las maniobras de poner cara inexpresiva, apartar la mirada, responder lacónicamente o mantenerse en total silencio. Con ello se manda el mensaje de condena en contra de la pareja, desvirtuando y anulando su queja. Se aplica la insensibilidad como única salida, pensando que es la menos destructiva. Pero cuando se aplica como una costumbre, más que una táctica de contención, termina siendo una táctica de defensa, un muro de frialdad y distanciamiento.
Se necesita ser valiente para poner punto final a una relación que va directamente al fracaso y al caos. Se necesita saber que uno no puede conformarse con “lo que hay”, “lo que pinte”, y no con nada menos de “lo mejor”, “lo que merecemos”, “lo que soñamos”. No es verdad que al amor hay que padecerlo, soportarlo o tolerarlo; al amor hay que vivirlo, disfrutarlo, gozarlo. Hay momentos en los que no hay más qué decir, más qué hacer sino reconocer que lo vivido tal vez fue bueno, fue rico, pero lo mejor todavía está por venir.
La mente en sí, y solo por sí, puede hacer del paraíso un infierno y del infierno un paraíso.5
Reconocer el fin de una relación también es ser maduro, es haber crecido, es respetarse uno mismo como también al otro.
Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos del otro. Cuando su media naranja les dice: “Ya no te quiero, lo siento”, el dolor y la angustia se procesa solamente de manera autorreferencial: “¡Pero si yo te quiero!”. Como si el hecho de querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno. Aunque sea difícil de digerir para los egocéntricos, las personas tienen el derecho y no el “deber” de amarnos. No podemos subordinar lo posible a nuestras necesidades. Si no se puede, no se puede.6
Los comportamientos, no las palabras, reflejan nuestro pasado y predicen nuestro futuro.7
Se necesita coraje y determinación para saber que nadie nos debe nada y nosotros no le debemos nada a nadie. Aunque no queramos enfrentarlo, cuando el amor se termina, lo más sano es reconocerlo. Evitarlo, eludirlo no hará que la situación cambie simplemente porque no estamos dispuestos a verla ni reconocerla. Negar una situación nunca es la solución.
Afrontar el ocaso de una relación es enfrentar los miedos comunes de “¿qué haré ahora sin él?”, “¿con quién saldré?”, “¿cómo me arreglaré?”, “¿qué le diré a la gente?”… explicaciones que tendremos que dar (¡si vale la pena darlas!).
“Cambiar significa siempre un desafío. Por eso el salto nos da miedo, esa sensación de pánico y fascinación de una experiencia cuya consecuencia no conocemos. Acorazarse ante cualquier clase de cambio equivale a correr el riesgo de que se nos fosilice la vida”.8
Asumir el miedo a lo desconocido, a lo que vendrá, a empezar de nuevo es todo un desafío. Pero no nos resistamos al cambio. No hagamos caso al refrán que dice: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”. ¡No es así! Si tu sueño es vivir un gran amor, no te conformes con menos. Pablo Neruda escribió: Muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño.
La soledad no es un objeto, ni una cosa. Tampoco es un bien que podamos vender o comprar. Es una vivencia del alma, una experiencia por la que podemos pasar. El ser humano no es solo el animal social que teje vínculos con los suyos para defenderse de los enemigos y para ayudarse mutuamente. También se retira, toma distancia, se aleja de la comunidad, no por despecho, ni por odio, sencillamente porque siente la necesidad y cree que le hace bien.
FRANCESC TORRALBA
En busca de mí misma
Las voces de amigos, familiares y conocidos que se levantan para decirnos que así como estamos no estamos bien no alcanzan para ponerle fin a una relación y hacer un stop para estar solas y ver hacia dónde vamos y con quién queremos comenzar a caminar nuevamente. Lamentablemente no se aprende por cabeza ajena, así que todos necesitamos un tiempo personal para mirar hacia adentro y poder entender cómo funcionamos.
Sucede que a veces en un año ocurre lo que no pasa en dos, tres o cinco años, o creces todo lo que no habías crecido en toda una década. A eso es lo que el buen panameño llama “sacarse el dedo”. Atrevernos a estar solas o, mejor dicho, con propia compañía es nuestro desafío. Yo misma he pasado por un momento de encuentro conmigo misma y quiero contarte que fue totalmente positivo. Me gustaría compartir contigo algo de aquello que hice en ese tiempo de encuentro.
Aprendí a:
• En primer lugar, a secar mis propias lágrimas. Cuando te permites estar sola, no te queda otra que sobrellevar los sube-y-baja emocionales por tu propia cuenta. Aprendes el arte de la autorregulación emocional. Al principio es difícil, porque juras que es el fin del mundo, que no vas a dejar de llorar o de enfurecerte; pero luego con el tiempo, le permites a tu sistema digerir con calma y a su propio ritmo las cosas que tienes enquistadas en el alma.
• En segundo lugar, a escucharme a mí misma. Antes me la pasaba escuchando a los demás, sin darme cuenta de que estaba apartándome de mi voz interior. Esto hacía que yo recurriera a otras personas para que me respondieran lo que yo significaba y valía. Cuando asumí mi período de soledad, comencé a escucharme lo bueno y lo malo, para posteriormente responderme esas preguntas.
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