Bannerman mantuvo una respetuosa distancia, paseándose entre el límite de la sala de estar y la ventana, mirando hacia el jardín que se hallaba fuera de la oficina.
Karen notó de inmediato que el escritorio miraba hacia la pared. No era demasiado inusual; tenía entendido que para la gente con problemas de atención era una excelente forma de mejorar su concentración. También sabía que ello significaba que probablemente nunca supo lo que venía hasta que sucedió.
Sus sospechas se volvieron automáticamente hacia el marido. Quienquiera que la mató había entrado a la casa silenciosamente y hecho muy poco ruido.
Eso, o ya estaba aquí y ella no sospechaba nada.
De nuevo, todos los indicios apuntaban al marido. Pero era una calle ciega: basándose en todo lo que sabían, el marido tenía una sólida coartada. Ella podía verificarla pero la historia le decía que no solía haber fisuras en las coartadas laborales.
Antes de enunciar tal cosa a DeMarco o Bannerman, puso un pie en la sala de estar. Para pasar a la oficina, uno tenía que pasar por la sala de estar. El piso estaba cubierto con una muy hermosa alfombra oriental. El sofá parecía que raramente era usado y el piano lucía como una antigüedad —de la clase que nunca era tocado pero que era agradable de ver.
En las paredes había un surtido de libros, muchos de los cuales le parecieron que nunca habían sido abiertos… solo eran libros de mesa de café que se veían bonitos en los estantes. Casi al final del estante más alejado vio libros que lucían en cambio gastados y usados: algunos clásicos, unas pocas novelas de suspenso en tapa blanda, y varios libros de cocina.
Buscó algo extraño o fuera de lugar pero no encontró nada. DeMarco entró también a la sala de estar. Frunció el ceño y se encogió de hombros.
—¿Ideas? —preguntó Kate.
—Creo que necesitamos hablar con el marido. Incluso con tan sólida coartada, quizás pueda desvelar algún pequeño dato.
Bannerman estaba parado en la entrada de la sala de estar, con los brazos cruzados mientras las miraba. —Lo hemos interrogado, por supuesto. Su coartada es a prueba de balas. Al menos nueve personas en su trabajo lo vieron y hablaron con él mientras su esposa era asesinada. Pero también declaró que estaba dispuesto a contestar cualquier pregunta que tengamos.
—¿Dónde se está quedando? —preguntó Kate.
—En casa de su hermana, como a cinco kilómetros de aquí.
—Sheriff, ¿tiene un archivo de la primera víctima?
—Lo tengo. Puedo hacer que alguien le envíe por correo-e una copia si gusta.
—Eso sería grandioso.
Bannerman tenía tanta edad como experiencia. Sabía que las agentes habían terminado su escrutinio de la residencia Hopkins. Sin que se lo dijeran, se giró para encaminarse a la puerta principal con Kate y DeMarco detrás de él.
Al caminar hasta sus autos, agradeciendo a Bannerman por reunirse con ellas, el sol finalmente había alcanzado su sitio de permanencia en el cielo. Eran poco más de las ocho de la mañana y Kate sentía que el caso ya estaba casi en movimiento.
Esperaba que fuese un buen presagio.
Por supuesto, cuando se subieron al auto y notó que unas nubes grises venían flotando, intentó ignorarlas.
CAPÍTULO TRES
Bannerman había llamado para avisarle al marido que el FBI venía a hablar con él. Cuando Kate y DeMarco llegaron a la casa de su hermana diez minutos después, Gerald Hopkins estaba sentado en el porche con una taza de café. Al subir los escalones, Kate vio que el hombre estaba agotado. Sabía cómo se veía la pena, y nadie se veía bien con ella. Pero cuando la fatiga formaba parte de la ecuación, era mucho peor.
—Gracias por aceptar hablar con nosotras, Sr. Hopkins —dijo Kate.
—Por supuesto. Cualquier cosa que pueda hacer para encontrar al que hizo esto.
Su voz sonaba ronca y débil. Kate imaginó que había pasado buena parte de los últimos dos días llorando, sollozando, y quizás incluso gritando. Y durmiendo muy poco entretanto. Contemplaba su taza de café, sus ojos pardos parecían a punto de cerrarse en cualquier instante. Kate pensó que de no haber estado envuelto en tan horrendo pesar, Gerald Hopkins sería probablemente un hombre apuesto.
—¿Está su hermana? —preguntó DeMarco.
—Sí. Está adentro, encargándose de los… arreglos —hizo una pausa, inhaló con fuerza para luchar con lo que Kate supuso eran unas ganas de llorar, y luego tembló un poco. Sorbió un poco de café y prosiguió—. Ella ha sido increíble. Manejando todo, enfrentando las cosas por mí. Manteniendo alejados a los entremetidos de esta ciudad.
—Sabemos que la policía ya lo ha interrogado, así que seremos breves —dijo Kate—. Si puede, me gustaría que describiera la última semana que pasó con Karen. ¿Podría hacerlo?
Se encogió de hombros. —Supongo que fue como cualquier otra semana. Me iba al trabajo, ella se quedaba. Yo venía a casa, hacíamos todo lo básico de una pareja casada. Habíamos caído en un programa… algo aburrido. Algunas parejas lo llamarían rutina.
—¿Pasaba algo malo? —preguntó Kate.
—No. Nosotros solo… No sé. En los últimos años, desde que los chicos se fueron, de alguna manera dejamos de intentarlo. Todavía nos amábamos pero todo era muy simple. Aburrido, ¿entiende? —suspiró y se estremeció una vez más— Oh, Dios, los chicos. Todos ya vienen para acá. Henry, el mayor, debería estar aquí en la próxima hora. Y luego yo tengo… tengo que atravesar por esto...
Bajó la cabeza y dejó escapar un gemido desesperado que acentuó unos sollozos entrecortados. Kate y DeMarco se apartaron, para darle espacio. Le tomó dos minutos calmarse. Cuando lo hizo, enjugó sus ojos y las miró como si se excusara.
—Tome su tiempo —dijo Kate.
—No, está bien. Es solo que desearía haber sido un mejor esposo hacia el final, ya sabe. Yo siempre estuve cerca, pero nunca estuve realmente allí. Creo que ella se estaba sintiendo sola. De hecho, sé que así era. Es solo que yo no quería invertir un mayor esfuerzo. ¿No ha sido miserable de mi parte?
—¿Sabe de alguien con quien ella pudo haberse reunido en los últimos días? —preguntó Kate— ¿Alguna reunión, cita, o algo parecido?
—Ni idea. Karen se encargaba de la casa. Ni siquiera sé que pasaba en mi propia casa… en mi propiavida la mitad del tiempo. Ella lo hacía todo. Hacía la contabilidad, fijaba las citas y la agenda, planeaba las cenas, cuidaba su condenado jardín, estaba pendiente de los cumpleaños y las reuniones familiares. Yo era bastante inútil.
—¿Nos permitiría tener acceso a la agenda de ella? —preguntó DeMarco.
—Lo que necesiten. Cualquier cosa. Bannerman y sus hombres ya tienen acceso a nuestra agenda conjunta. Hacíamos todo en nuestros teléfonos. Él puede indicarles.
—Gracias. Sr. Hopkins, le dejamos por ahora, pero por favor... si piensa en algo de interés, ¿podría por favor contactar con nosotras o con el Sheriff Bannerman?
Asintió, pero era evidente que estaba a punto de sollozar de nuevo.
Kate y DeMarco se marcharon, dirigiéndose de regreso a su auto. No había sido una reunión muy productiva, pero convenció a Kate de que no había forma de que Gerald DeMarco hubiera asesinado a su esposa. Uno no puede simular un dolor como ese. Había visto muchos hombres en el curso de su carrera y siempre había reconocido cuando era auténtico.