Pero ese pensamiento, como el potencial mensaje de voz que estaba en espera, se sentían como una bomba atascada en un lugar largamente olvidado, haciendo tictac y aguardando a explotar.
CAPÍTULO CINCO
La residencia Hix estaba como a dieciocho kilómetros de la dirección de los Hopkins. Localizada justo fuera de los límites de la ciudad de Frankfield, estaba suficientemente cerca de la ciudad como para brindarle a Bannerman y su gente autoridad en el caso. Chicago estaba situada veinte minutos al sur, dejando a la sección del medio en una zona gris cuando se trataba de la jurisdicción. La urbanización era un poco menos extravagante que la de los Hopkins, aunque no mucho. Los patios eran más pequeños, la mayoría separados del siguiente por olmos y robles. Con la lluvia cayendo, los árboles hacían que las casas y sus jardines se vieran un poco siniestros cuando Kate y DeMarco ingresaron a la vía de acceso de los Hix.
DeMarco usó la llave que Bannerman les había dado. Según les habían dicho, el marido se había ido a Chicago, para quedarse con su hermano tras el funeral. Nada se sabía de cuándo podría regresar.
Sin embargo, no mucho después que Kate y DeMarco habían entrado, otro auto ingresó a la vía de acceso y se puso detrás del suyo. Las agentes esperaron en la puerta para ver quién era el visitante. Observaron como una rubia de mediana edad se bajaba de un bonito Mercedes. Kate notó que el auto tenía las placas de un corredor de bienes raíces.
—Hola —dijo la mujer, presumiblemente una corredora de bienes raíces, al acercarse a las escalinatas. A todas luces estaba confundida—. ¿Se puede saber quiénes son ustedes?
Kate mostró su placa, no por fanfarrona sino para no dar rodeos. —Agentes Wise y DeMarco, FBI. Es usted una corredora, supongo.
—Así es. Nadine Owen. Estoy aquí para hacer un último recorrido por la casa antes de que la pongamos en el mercado.
—No estaba al tanto de que iba a ser puesta a la venta —dijo Kate.
—Nos llamaron ayer por la mañana. El Sr. Hix no regresará. Ha contratado a un equipo de mudanzas para que venga mañana y empaque todo. Hoy voy a hacer una lista de chequeo para asegurarme que los de la mudanza la dejen como está. Dios sabe que será difícil venderla en estas condiciones.
—¿Por qué? —preguntó DeMarco.
Kate sabía la respuesta, habiendo estado en varios casos en los que un corredor de bienes raíces había intervenido. —Los corredores tienen que revelar que ha ocurrido un homicidio recientemente en una propiedad —dijo Kate.
—Correcto —dijo Nadine—. Y en este caso, el Sr. Hix está donando prácticamente todo lo que tiene. Estaba muy mal cuando hablé con él. Sencillamente no quiere nada que le recuerde a su esposa en cualquier lugar que escoja como su siguiente morada. Eso es bastante triste, de hecho.
Eso es bastante sospechoso, si me preguntan, pensó Kate.
—¿Cuánto tiempo ha pasado el Sr. Hix en Chicago? —preguntó.
—Se fue el día después del funeral… así que diría que tres días, creo.
—Si no le importa, nos gustaría revisar el lugar antes de que proceda con su lista de chequeo —dijo Kate.
—Por supuesto.
Las tres mujeres entraron a la casa. Kate la encontró impecable. De nuevo, no era tan bonita como el hogar de los Hopkins, pero era mucho más de lo que Kate alguna vez hubiese podido permitirse. No era solo la casa; todo el mobiliario se veía también bastante costoso.
Al hacer la revisión, DeMarco iba detrás de Kate, revisando en pantalla los informes electrónicos de la policía. Leía en voz alta las partes importantes mientras hacían el recorrido de la casa.
—Marjorie Hix fue hallada muerta en su dormitorio, con medio cuerpo saliendo del baño principal —leyó—. Ella, también, fue estrangulada hasta morir pero no había sangre o cortes como los hubo con Karen Hopkins. Había magulladuras en su garganta pero no había indicios de huellas. Se cree que pudo haber sido estrangulada con un cinturón o alguna clase de cuerda suave.
La planta baja era principalmente abierta, con una sala y una cocina separadas solo por una gran columna. La otra área parecía servir como estar, donde un televisor de aspecto costoso se hallaba colocado entre dos estanterías de libros. Un elegante piano ayudaba también a separar las áreas. Kate sabía muy poco acerca de pianos pero estaba bastante segura de que este era la versión pequeña de un Steinway… y que eso probablemente valía un año de su salario. Era simplemente difícil imaginar al marido donando un objeto así en lugar de venderlo. Eso envió un pequeño aviso de alarma al cerebro de Kate.
Un área de lectura y el espacio de una mini-oficina se hallaban en el extremo izquierdo, metidos en una esquina que miraba a un espacioso porche a través de un ventanal. En conjunto, lucía sencillo e idílico.
—Recuérdame lo que los reportes dicen acerca de la evidencia colectada por la policía —dijo Kate.
—El marido voluntariamente entregó su propio portátil, que le fue devuelto con bastante rapidez —dijo DeMarco, todavía leyendo los reportes—. También entregó el portátil de Marjorie y el celular. Había un cinturón en el closet de la planta alta que fue colectado por los forenses como una potencial arma homicida, pero se concluyó que no había sido usado.
Tras mirar un poco más de la planta baja, subieron las escaleras ubicadas a la derecha de la planta baja, paralelas al espacio de la pequeña oficina. La planta alta estaba conformada.por un ancho corredor y cuatro habitaciones: un baño, dos habitaciones de huéspedes, y un gran dormitorio principal. Fueron directamente al dormitorio principal y se detuvieron en la entrada para examinar el interior.
La cama no estaba hecha, pero apartando eso el sitio estaba impecable. Kate miró el área que estaba delante del baño e intentó imaginar un cuerpo. Sabía que las fotos de la escena de crimen estaban en los archivos del caso y estaba segura de que los vería más tarde. Por ahora, sin embargo, estaba tratando de percibir la habitación como lo haría un asesino —un asesino que probablemente había sido invitado por una u otra razón.
La habitación estaba dispuesta de tal manera que alguien que saliera del baño no vería de inmediato a quien entrara a la misma. Si el asesino había logrado deslizarse hasta la habitación mientras Marjorie Hix estaba en el baño, él habría pasado desapercibido.
—¿No hay pistas de ningún tipo en el dormitorio? —preguntó Kate.
—Nada de eso se menciona en el reporte. Ni siquiera una gota de sangre. Nada.
Kate caminó por la habitación y se detuvo junto a la ventana más cercana a la cama. Tuvo que correr las cortinas, pero vio que miraba a un patio trasero con un terreno más allá rodeado de una cerca de madera. Fue entonces al baño. Este, como casi todo en la casa, era grande y ostentoso. Se inclinó todo lo que pudo para atisbar bajo los pequeños espacios que había entre la parte inferior de los gabinetes instalados bajo los lavabos y el piso. Aparte de unas motas de polvo y pelusa, no había nada.
—¿Qué hay del sistema de seguridad? —preguntó Kate.
—Hum —dijo DeMarco mientras recorría los reportes—. Aparentemente, no hay sistema de seguridad. Pero tienen una de esas cámaras junto al timbre de la puerta.
—Perfecto. ¿La policía obtuvo acceso a ella?
—Sí. Aquí dice que el marido le dio a Bannerman la contraseña. Aparentemente, es accesible desde la aplicación móvil de la cámara.
—¿Alguna idea de qué app es?
—No lo dice. Estoy segura de que Bannerman lo sabe.
—Espera un momento —dijo Kate. Salió del dormitorio con DeMarco detrás de ella, aún repasando en pantalla los registros.
Encontraron a Nadine Owen revisando