Violencia social, violencia escolar. Silvia Bleichmar. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Silvia Bleichmar
Издательство: Bookwire
Серия: Conjunciones
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789875386198
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con lo que está pasando en estos últimos tiempos: en mi escuela, un 80 o un 90% de chicos viven con sus familias en hoteles de los distintos planes que dan las autoridades del gobierno de la ciudad o nacionales. Los alumnos que están en primero o en segundo grado, jamás vieron levantarse a sus padres a la hora en que lo hacemos todos para ir a trabajar, es decir que no tienen incorporada la cultura de los padres que trabajan, que se sacrifican para ir a buscar el sustento, y desde ahí son muy demandantes, junto con sus padres, de la institución-escuela. Le piden, le exigen todo a la escuela. Y así como exigen, usan una libertad que avasalla las libertades y los derechos, no solamente de sus pares, sino también de los propios maestros que en este momento veo muy indefensos respecto de toda la protección que tienen los chicos. Es bienvenido que la tengan, pero no como contrapartida los adultos, los maestros en este caso, deben quedar muy desprotegidos”.

      Es muy importante lo que este director plantea: el problema de los niños que ingresan a primer grado, provenientes en general de familias carenciadas y que viven en hoteles asistidos por el Estado o por el gobierno de la ciudad, que no respetan pautas, que tienen una enorme exigencia con respecto a lo que esperan que la escuela les dé. Pero, al mismo tiempo, parece que ellos no pueden aceptar las pautas de integración necesarias y los límites que se les proponen y creo que en esta situación aparece una cultura de desrespeto como cuestión de base.

      Pero el desrespeto no surge de los más carenciados, es el modo con el cual se expresa en sus relaciones mutuas la falta de respeto que el sistema en general tiene hacia ellos.

      En primer lugar, es indudable que la cultura del trabajo no ha operado, porque no hay posibilidad. En un panel que compartí con un filósofo, él se refirió al cuento de la cigarra y la hormiga, de Jean de La Fontaine. Y yo le respondí: “El problema en la Argentina no es que no trabajamos durante años como hormigas, es que un día vino alguien y se llevó todo lo que habíamos ahorrado a otra cueva, nos despojó de todo lo que habíamos sacrificado y guardado. Por lo tanto, no es que nosotros no trabajamos y cantamos todo el tiempo como una cigarra haragana. Es que trabajamos durante años y de todas maneras eso no funcionó”.

      Para ilustrar esta situación podemos referirnos a la maestra que tuvo a los Kirchner en la escuela, una mujer muy mayor. Ella comentó que cuando era joven, un maestro ganaba lo mismo que un comisario. Qué comparación extraordinaria. Ir a la escuela a trabajar era, además, una tarea bien remunerada. No es necesario hablarles a los docentes de la degradación del precio del trabajo y de su precio simbólico en nuestro país. En este sentido parece que nos hemos convertido en los maquiladores simbólicos del mundo, porque en Argentina se hacen y se filman películas que no produjimos, se hacen planos para construcciones que nunca veremos, se atienden teléfonos de empresas del exterior por salarios absurdos. Con su capital simbólico, este país sigue participando del mundo. Pero los niños han quedado excluidos de la adquisición de ese capital simbólico. Los padres los mandan a la escuela con muy poca confianza en el futuro.

      Yo también recuerdo el orgullo del guardapolvo blanco, mi madre sentía que era un símbolo del progreso para el que yo estaba convocada. Los niños de hoy, cuando ven un guardapolvo blanco, ven un uniforme de pobre, ésta es la realidad. Un niño rico me dijo un día: “Y si no estudio y soy tachero, ¿voy a tener que mandar a mis hijos a una de esas escuelas pobres de guardapolvo blanco?”. Así, ese guardapolvo blanco ha dejado de ser un símbolo de pertenencia para ser un símbolo de exclusión en la Argentina. Y esto es gravísimo, porque atenta contra la identidad de los niños que lo portan y hacia su perspectiva de futuro.

      Es imposible mantener la oposición escuela-padre, pero al mismo tiempo hay que tener en claro qué les vamos a plantear a los padres. Es absurdo pensar que los maestros tienen que incrementar las tareas escolares y los padres, ayudar con eso. Mi padre a duras penas escribía el castellano. En su vida se le hubiera ocurrido saber cuáles son las reglas de acentuación. Yo no tuve padres que se sentaran a hacer la tarea conmigo, creo que ni entendían la tarea que hacía; sin embargo, yo llegué a la universidad y al doctorado porque había una profunda confianza en ellos con respecto al estudio y al futuro que me esperaba.

      No podemos plantearles a los padres que su función es ayudar en la transmisión de los conocimientos.

      LA ESCUELA COMO LUGAR DE RECOMPOSICIÓN SUBJETIVA

      La función de la escuela consiste hoy en recomponer también la subjetividad de los padres. No se va a poder educar a estos niños, si no se hace algo con esos padres. Creo que, por una parte, hay que romper la antinomia. Por otra parte, la escuela tiene que ser un lugar de recomposición. En este sentido, lo que dice el director con respecto a los chiquitos es muy impresionante: es indudable que el ingreso a la escolaridad no es hoy un símbolo de orgullo para ellos, a diferencia de lo que era en mis tiempos, cuando soñábamos con el jardín de infantes. Yo lo veo todavía hoy en algunos chicos, o en mis nietos, que, en el primer día de escolarización, salir del jardín es un acto solemne, y sigo llorando en la entrega de diplomas, como muchos en los casamientos y en los nacimientos. Entonces, eso hace que mis nietos tengan esa concepción transmitida del valor del conocimiento. En cambio, en esta escuela tenemos padres que han quedado totalmente deportados de la vida. Cuando decimos que no se levantan para trabajar… ¿a dónde, en qué, de qué? Si lo que reciben del Estado es más de lo que cobrarían en negro y, además, a veces ni siquiera consiguen un trabajo. Entonces, tenemos que rescatar al sujeto social y la escuela tiene que ser un lugar de contención de la subjetividad y de recomposición.

      Es evidente que los medios no lo van a hacer, porque son corporativos y tenemos muy pocas fuerzas contra esas corporaciones. Es evidente que venimos de un país que ha destruido la salud, la educación y el trabajo, y tenemos que recomponerlos. Pero lo primero que tenemos que recomponer es el proyecto educativo. Y decidir qué proyecto queremos: ¿el proyecto es transmitir conocimientos que van a ser perimidos en cinco años, o el proyecto es transmitir capacidad de pensar o capacidad de inserción con el otro para un país que queremos construir?

      También hay que convocar a los padres para esto, sacarlos de la pasividad. Es una tarea hercúlea, pero no es mayor que la que se planteó Sarmiento para alfabetizar, no es mayor que la que se propusieron muchos de los que construyeron este país. Fue una tarea enorme y ellos no estaban desgastados porque tenían un futuro por delante y nosotros tenemos un pasado muy atroz por detrás. En un siglo hemos hecho una colección de infamias, y eso está inscripto en los argentinos de una manera profunda. Quiero pasarme el próximo siglo sin tener que buscar a los desaparecidos, ni las manos de Perón, ni el cuerpo de Lavalle, ni todo eso que ha marcado mi historia y, además, retribuir a los chicos del presente esa posibilidad que nos dieron a nosotros. No es sencillo, pero es la única vía que veo. Entonces hay que establecer un reordenamiento psíquico en los niños de primaria, y ubicar el nivel inicial en los términos en que tiene que estar: como semillero de sujetos sociales. Frente a esto, me importa muy poco la acomodación psicomotriz.

      Con respecto a esta cuestión, voy a referirles un caso. Cuando me tocó dirigir, en conjunto con Carlos Schenquerman -que además de ser mi marido compartió conmigo la dirección del proyecto de recomposición para las víctimas del terremoto de México y del atentado a la AMIA-, la asesoría de un proyecto para menores infractores en el estado de Tabasco, México, nos encontramos ante un chico que había liquidado a un taxista de una puñalada directa al corazón. Entonces le hicieron todos los test, y el informe decía: “se nota una excelente acomodación perceptivo-motriz”. ¡Cómo no la iba a tener, si le dio justo en el corazón pasando la hoja entre las costillas! No hacía falta hacer un test para darse cuenta de eso. A quién le importa la acomodación perceptivo-motriz, lo que tiene que interesar es otra cosa. Olvidémonos de la acomodación perceptivo-motriz, salvo cuando es un problema que indica no descentramiento con respecto al semejante. Preocupémonos cuando el chico no tiene descentrado el espacio con respecto al otro.

      En nuestras escuelas de la infancia, pese a todas sus virtudes, estaban más preocupados por la caligrafía que por enseñarnos el valor y la continuidad de la historia argentina. Nos aburría el acartonamiento de los próceres, que sentíamos tan ajenos…

      En definitiva, es momento de repensar qué vamos a enseñar y a transmitir. Y en los niños de nivel inicial, esta cuestión es fundamental.

      Tengo