Insisto: hay que terminar con el mito de que la violencia es producto de la pobreza. La violencia es producto de dos cosas: por un lado, el resentimiento por las promesas incumplidas y, por el otro, la falta de perspectiva de futuro.
LA RENUNCIA AL GOCE INMEDIATO ESTÁ GUIADA POR LA PERSPECTIVA DE FUTURO
¿Por qué cumplimos la ley? ¿Por qué aceptamos las normas? Porque sabemos que siempre perdemos algo a cambio de ganar algo. Se renuncia a un goce inmediato para cuidar la salud, por ejemplo. Supongamos que, ahora que sabemos que existe el colesterol, miramos un huevo frito y lo vemos como un misil. A partir de esa mirada, ¿por qué dejamos de comerlo? Porque queremos vivir más. Uno no se alcoholiza todo el tiempo porque quiere estar lúcido para poder estar con otros o para poder hacer cosas. Por lo tanto, conservar o cuidar la vida implica una permanente renuncia a goces inmediatos, siempre y cuando se puedan proyectar en el futuro.
Sin embargo, en nuestro país una enorme cantidad de chicos no tienen claro cuál es su futuro o directamente no anhelan un futuro y viven en la inmediatez total. Y esto es lo que vemos reflejado en su imposibilidad de aprender. No está dado porque no sean inteligentes, está dado porque no creen que los conocimientos que reciban puedan servirles para enfrentar la vida. Se ven reducidos a la inmediatez de la vida que les ha tocado y nadie les propone soñar un país distinto desde una palabra autorizada.
La escuela, como conformadora de subjetividad, debe tener en cuenta estas dos variables: por un lado, la producción de legalidades, no la puesta de límites; por otra parte, la capacidad de recuperar las preguntas que inclusive no pueden formular los niños o los jóvenes mismos, y en principio, antes de responderlas, poder transcribirlas y repensarlas. Creo que esto es una función central: nosotros mismos vamos armando nuestros propios interrogantes cuando escuchamos a los chicos y cuando vamos estableciendo con ellos estos interrogantes.
Es evidente que tenemos muy pocas respuestas hoy. La primera tarea es reconocer que estamos frente a formas de subjetividad que no se ajustan a las del pasado, y que hay que rescatar algunas cosas del pasado y otras no. Por ejemplo, yo no rescataría de la escuela de mi infancia el carácter militarizado con el cual había que ponerse el pañuelo sobre la mano extendida, o la forma en que teníamos que tomar distancia para entrar al aula. Esas no eran formas que tenían que ver con la pautación normativa, eran formas que tenían que ver con un país autoritario en el cual siempre estuvieron impresas las formas de normas que no tenían que ver con la convivencia y con el aprendizaje. Pero al mismo tiempo, en esa escuela hubo una enorme vocación de aprender y de superar el presente para construir un futuro, y esta es una idea que quiero transmitir.
LAS NORMAS SON INTRÍNSECAS A LA CONSTITUCIÓN PSÍQUICA
Una última cuestión a la que me quiero referir es la siguiente: las normas son intrínsecas a la constitución psíquica.
Empecemos por la primera norma que un sujeto acata, que es el control de esfínteres. El déficit de control de esfínter vesical, luego de cierta edad y no habiendo causas orgánicas, se relaciona con cierta imposibilidad de renunciar a cierta inmediatez para poder tener en cuenta la presencia de los otros.
Cuando los niños pequeños aceptan el control de esfínteres, en realidad lo aceptan como una forma de demostrar el amor hacia el otro. Yo no creo en la vieja idea freudiana de que el niño le regala las heces a la madre. Lo que le regala el niño a la madre es la renuncia a las heces, que es muy diferente, porque el niño no dice “ay, se las regalo a mami y mami me hace una tortita con eso”, no. Es patética esa idea. En cambio, a mi entender, el niño regala su deseo de evacuar en cualquier lado, en cualquier momento, por amor a la madre. Esta inscripción de la norma va marcando ya una renuncia en el interior de la cultura.
Es muy interesante que en el libro de la Biblia titulado el Deuteronomio haya leyes sanitarias que son extraordinarias. Por ejemplo, yo pasé mucho tiempo tratando de entender qué quería decir “hacer cosas indebidas dentro del campamento”, y era simplemente evacuar. También dice que hay que llevar siempre una vara para hacer un hoyito y tapar. Entonces en la Biblia, los guerreros que junto con su lanza llevan siempre una vara, y todos esos supuestos viejitos que andan con su cayado, no son sabios con bastones, sino que lo hacen para no dejar al aire sus excrementos. Estamos hablando del respeto al otro, al semejante.
LA CONSTRUCCIÓN DE LEGALIDADES Y EL UNIVERSO DEL SEMEJANTE
Precisamente, el problema de la construcción de legalidades pasa por esto, por la posibilidad de construir respeto y reconocimiento hacia el otro y por la forma en cómo se define el universo del semejante. Ustedes vieron la cantidad de barbaridades que propician en este momento los juegos infantiles, desde el “Moco de King Kong”, famoso en una época y realmente asqueroso, hasta comerse gusanos de gomita y todo lo que estamos viendo, que son formas de degradación autoerótica. O como el caso de Suiza, donde se han construido baños en los que uno ve desde adentro todo lo que pasa afuera, pero de afuera no lo ven. Refiriéndose a esto, una paciente adolescente muy graciosa me dijo: “Yo creo que esos tipos no aguantan ni siquiera estar solos en el baño”. Me pareció extraordinaria su observación, porque yo pensé: “Qué horror de cumplimiento de una fantasía exhibicionista: estar mostrándose, pero al mismo tiempo guardar el pudor”, lo cual demuestra que acá la norma es límite exterior y no norma internalizada. En otras palabras, el sujeto goza de estar viendo para afuera, con lo cual siente la sensación de que es visto, pero al mismo tiempo no es visto. El pudor como cuidado del propio cuerpo, el control de esfínteres, todas estas cuestiones tienen que ver con los primeros modos de reconocimiento del otro, y aquello a lo que se renuncia por reconocimiento hacia el otro. Entonces, cuando el niño renuncia a ciertas cosas, lo hace porque no quiere perder el amor, pero también porque no quiere producir sufrimiento en el otro.
Veamos otro caso. Hace un tiempo pasó algo que me conmovió mucho: una nena se había olvidado la muñeca más querida en la casa de su mejor amiga, una niña de tres años, y esa amiga no pudo dormir en toda la noche pensando que la otra iba a extrañar a la muñeca. Yo dije: acá tengo un sujeto ético, acá tengo a alguien capaz de sentir que el otro está sufriendo, empatizar con el sufrimiento de otro, sentirlo como una responsabilidad propia. Entonces, la crueldad no es solamente el ejercicio malvado sobre el otro, sino que es también la indiferencia ante el sufrimiento del otro. Es una forma de inmoralidad y de crueldad la indiferencia ante el sufrimiento.
Sobre estos principios son sobre los que tenemos que educar, si queremos recomponer un país en el cual podamos reconocer lo profundamente afectados que están nuestros jóvenes. Y tenemos que hacerlo de una manera que no sea una propuesta idealista de hacer todos un pacto de llevarnos bien y entendernos, sino de entender los nexos profundos que hay entre una cultura que durante años propuso el “no te metás” mientras se asesinaba al semejante, que se continuó después en un individualismo de “salvarse solo, a costa de lo que sea” convertido en un principio de vida y una cultura como forma de picardía que se convirtió en modelo de ejercicio social.
Tenemos que partir de reconocer el país que construimos o que deconstruimos para poder educar a los jóvenes en el país que queremos construir.
Intervención de los asistentes
“Soy director de una escuela primaria de la Ciudad de Buenos Aires y me preocupan problemas que yo veo sobre todo en relación a los chicos más pequeños. Mi escuela no tiene jardín de infantes, por lo que recibo a los que vienen de otras escuelas.
Con respecto a la preocupación por construir legalidades, a mí me preocupa justamente cómo podemos hacer desde la educación para ir dándoles a los chicos los límites que no traen de la casa. Porque a pesar de que algunos cursaron el nivel inicial, no tienen incorporado el respeto que solíamos tener nosotros de chicos. En aquella época, por el solo hecho de entrar a una institución como la escuela y ver el guardapolvo blanco, sabíamos que de determinados límites no se podía pasar. Los chicos de hoy no tienen esos límites,