–No nos precipitemos –respondió, pero suavizó sus palabras con una media sonrisa–. Si decidiéramos cambiar las reglas, hay consecuencias que habría que sopesar.
–Lo sé –dijo ella–, pero estoy dispuesta a aceptar las consecuencias si tú también lo estás.
Logan trazó el arco de su labio inferior con el índice y volvió a ponerse serio.
–La curioso es… que me asusta lo poco que me importan ahora mismo las consecuencias, y por eso me voy a mi habitación. Los dos necesitamos un poco de espacio para pensar con claridad.
Cuando se hubo marchado, Layla se dejó caer de nuevo sobre los almohadones. Ella no necesitaba espacio; lo necesitaba a él.
Logan renunció a cualquier esperanza de conciliar el sueño en lo que quedaba de noche y se puso a pasear arriba y abajo por su habitación. Estaba hecho un lío. No podía perdonarse por no haberse percatado de la falta de experiencia de Layla.
¿Cómo podía haber estado tan ciego? Echando la vista atrás, ahora se daba cuenta de que todas las pistas habían estado ahí, delante de sus narices. Nunca la había oído mencionar a ningún novio, ni había llevado a ningún hombre a Bellbrae.
Cierto que no sabía demasiado de su vida en Edimburgo, pero sus ambiguos y equívocos comentarios acerca de su vida amorosa le habían hecho creer que sí tenía experiencia.
No, si lo había creído había sido sobre todo porque había estado buscando una excusa para acostarse con ella. Eso era lo que hacía que le remordiese la conciencia. Había incumplido sus propias reglas, las reglas que había propuesto para protegerla y que no acabara con el corazón roto. Se había saltado las reglas y había hecho el amor con ella. ¿Cómo podía no haber imaginado que era virgen? «¿En qué estabas pensando? Le has hecho daño…».
El viaje de vuelta a Escocia fue terriblemente silencioso. Layla intentó una o dos veces entablar conversación con Logan durante el vuelo, pero él se limitaba a contestar con monosílabos, y parecía absorto en sus pensamientos. De hecho, parecía estar rehuyendo su mirada. ¿Seguiría sintiendo remordimientos por haber hecho el amor con ella?
Se había mostrado tan tierno y tan considerado, que en su pecho había germinado la esperanza de que pudiera estar de acuerdo en profundizar en su relación. ¿Habría sopesado las posibles consecuencias y decidido que no merecía la pena?, ¿que ella no merecía la pena?
Durante el trayecto del aeropuerto de Inverness a Bellbrae, Logan condujo con la mandíbula apretada y el ceño fruncido, lo que no alentaba demasiado esa pequeña esperanza que albergaba en su corazón.
–¿Sabes?, no vamos a resultar muy convincentes como pareja si de cuando en cuando no cruzamos siquiera unas palabras por cortesía –dijo Layla.
Logan le lanzó una mirada.
–Perdona, ¿has dicho algo?
Layla se rio con aspereza.
–Llevo intentando entablar conversación contigo desde que salimos de Honolulu. Apenas me has dicho cuatro o cinco palabras. Supongo que significa que ahora sí que se ha acabado la luna de miel, ¿no?
Logan contrajo el rostro al oírle decir «luna de miel».
–No sabes cuánto lamento lo que pasó. Me odio por haberte hecho daño.
–¿Quieres dejar de darle tanta importancia? Tuvimos relaciones, sí, ¿y qué? Hay quien lo hace hasta con extraños. Además, estoy perfectamente.
Logan le lanzó otra mirada.
–¿Seguro?
–Pues claro –se apresuró a insistir ella.
Pero apretó las piernas, disfrutando en secreto de las ligeras agujetas que sentía en la parte más íntima de su cuerpo. Había revivido en su mente una y otra vez la noche pasada, recordando cada caricia y cada beso que habían hecho que su cuerpo estallara en llamas. Ansiaba volver a experimentar esas sensaciones mágicas.
Durante lo que quedaba de trayecto los dos permanecieron en silencio, pero cuando estaban subiendo el camino de asfalto que subía hasta el castillo, Logan soltó una palabrota.
–¿Qué pasa? –inquirió ella.
–Ese que hay ahí es el coche nuevo de Robbie –contestó él, señalando un llamativo deportivo de color rojo que acababa de cruzar la verja de entrada–. Solo Dios sabe cómo lo estará pagando. Ese coche cuesta por lo menos quinientos mil euros.
Layla vio que el coche giraba en el patio de entrada, antes de detenerse, haciendo que los neumáticos escupieran grava a ambos lados.
–¿Llegaste a hablar con él después de… la boda? –le preguntó Layla.
–Le mandé un e-mail. Me di por vencido después de ver que no devolvía las llamadas ni los mensajes de texto –le explicó él en un tono de hartazgo–. Le escribí diciéndole que habíamos iniciado una relación hace un tiempo y que habíamos decidido casarnos.
Layla sintió como los nervios le atenazaron el estómago. Sería difícil convencer a su hermano de que su matrimonio era auténtico si Logan se empeñaba en mantener las distancias con ella.
–Pero habrá visto el testamento, ¿no? ¿No crees que habrá atado cabos al leerlo?
–Lo que piense Robbie es irrelevante; el matrimonio es legal.
Layla se mordió el labio.
–Está bien; intentaré no fallarte.
Logan esbozó una breve sonrisa, una sonrisa amarga.
–Eso ya lo hago yo, fallarle a la gente –murmuró.
Tras aparcar, salió del coche y ayudó a Layla a bajar. Le pasó un brazo por la cintura mientras su hermano se dirigía hacia ellos sin prisa, y Layla se abrazó a él. El olor de su champú hizo que le entraran ganas de hundir el rostro en sus sedosos cabellos castaños y aspirarlo, como cuando habían hecho el amor.
Robbie los miró con las cejas enarcadas.
–Vaya, vaya, vaya… ¿Qué tenemos aquí? Enhorabuena, Layla, has pescado un buen ejemplar. Para una simple limpiadora, quiero decir…
Logan notó como Layla se tensaba. Si no fuera por su capacidad de autocontrol, le habría pegado un puñetazo a su hermano por ser un imbécil y un esnob. Apretó a Layla contra sí y le lanzó a Robbie una mirada de advertencia.
–Si no tratas a mi esposa con respeto, no serás bienvenido aquí, Robert. ¿Estamos?
–¿Tu esposa? –Robbie echó la cabeza hacia atrás y se rio–. ¿Esperas que crea que lo de vuestro matrimonio es de verdad?
–Tenemos los documentos que lo prueban –dijo Logan–. Y ahora, si nos disculpas, Layla está cansada del viaje y…
–Seguro que fuiste tú quien le metió en la cabeza al viejo la idea para que cambiara el testamento –le dijo Robbie a Layla con desdén–. Siempre estuviste coladita por Logan. Solo que él ni se habría dignado a mirarte si no se hubiera visto presionado. ¿Y qué mayor presión que encontrarse con que podría perder su adorado Bellbrae?
Logan sintió vergüenza de sí mismo al oír a su hermano acusar a Layla como él había hecho.
–Layla no tuvo nada que ver con ese cambio en el testamento. El abuelo lo hizo para empujarme a rehacer mi vida, porque veía que después de perder a Susannah no levantaba cabeza. Y me he dado cuenta de que tenía razón. ¿Por qué esperar, cuando Layla ama este lugar tanto como yo?
–Personalmente, no sé qué le veis ninguno de los dos a este sitio –dijo Robbie lanzándole al castillo una mirada de desagrado–. Es viejo, y frío, y está demasiado lejos de cualquier lugar con un poco de acción. Os lo podéis quedar.
Con las mejillas encendidas y la barbilla bien alta, Layla retó a su