–Perdona –se disculpó con aspereza.
Layla se sintió herida en su orgullo.
–No tienes que disculparte –replicó–. No has hecho nada.
Logan se pasó una mano por la cara.
–Deberías haberme despertado –la reprendió en el mismo tono áspero. Una sombra de culpa y desprecio por sí mismo había oscurecido su mirada.
Layla puso los ojos en blanco.
–¡Por favor! ¿Por qué estás haciendo una montaña de un grano de arena? Estaba a gusto durmiendo contigo a mi lado, entre tus brazos.
Logan apretó los labios.
–Hay que parar esto –masculló, bajándose de la cama–. Tengo que parar esto –murmuró, como si se lo estuviera recordando a sí mismo.
Layla dobló las rodillas y se las rodeó con los brazos.
–¿Por qué?
–Ya sabes por qué.
–¿Porque te parece que estás traicionando el recuerdo de Susannah?
Logan la miró como si estuviera hablándole en chino.
–No. Por supuesto que no. Esto no tiene nada que ver con Susannah.
–Entonces es por mí –murmuró Layla, sin poder disimular su abatimiento.
Logan se pasó una mano por el cabello y suspiró con pesadez.
–No, es por mí. Porque no quiero acabar haciéndote daño. El sexo puede ser solo sexo, pero entre nosotros no sería solo sexo, y lo sabes. Nos conocemos de toda la vida, y meter el sexo en esa ecuación haría las cosas mucho más difíciles cuando termine el año y llegue el momento de poner fin a este matrimonio.
Layla estiró las piernas y se cruzó de brazos.
–¿Y qué pasa si cuando termine el año decidimos que no queremos ponerle fin? Podríamos plantearnos alargarlo un poco más y…
–No –la tajante respuesta de Logan le dolió a Layla como una bofetada–. No vamos a hacer eso. Si puse esas reglas fue por una razón.
–Pues a mí me parece que las pusiste porque en el fondo quieres algo más de lo que pretendes hacer creer a todo el mundo –replicó ella bajándose de la cama y yendo junto a él–. Sigues castigándote por la muerte de Susannah, y es comprensible porque fue una tragedia que perdieras al amor de tu vida, pero te mereces ser feliz, aunque ella ya no esté, aunque no puedas llegar a ser tan feliz como lo habías sido con ella.
Logan masculló un improperio y la atravesó con la mirada.
–No era el amor de mi vida –le espetó–. No te esperabas oír eso, ¿no? Al principio creí que la quería, pero luego empecé a tener dudas. Sabía que algo fallaba en nuestra relación, pero lo achacaba a que estaba demasiado volcado en el trabajo. Estaba en medio de unos cuantos proyectos importantes y tenía que viajar mucho. De hecho, creo que tardé tanto en darme cuenta de que lo nuestro no funcionaba porque pasaba demasiado tiempo fuera. Debería haber roto con ella cuando por fin me di cuenta, pero había empezado a preocuparme su fragilidad emocional. Fui tan estúpido que dejé que nuestra relación se prolongase agónicamente lo que quedaba de año, y resultó que teníamos motivos reales para preocuparme.
Layla lo escuchaba sobrecogida. Le puso una mano en el brazo y murmuró:
–No sé qué decir, aparte de que siento que aquello fuera tan… difícil para ti.
La tensión se disipó ligeramente de las facciones de Logan, que exhaló un pesado suspiro. La tomó de la mano y le acarició el dorso con el pulgar distraídamente.
–Lo que me atormenta es… –continuó, contrayendo el rostro, como si le doliera recordarlo–… que creo que Susannah sabía que quería romper con ella. Estaba esperando el momento adecuado, cuando sintiera que ella sería capaz de sobrellevarlo un poco mejor. Pero no sabía lo de su trastorno alimentario. Luego supe que lo padecía desde antes de que nos conociéramos, pero sigo sin poder perdonarme por no haberme dado cuenta de lo mal que estaba. Probablemente empeoré su situación al haber estado tan ausente todos esos meses.
Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se acercó un poco más a Logan y lo abrazó. Él la rodeó también con sus brazos, fuertes y cálidos, y sintió que se estremecía de placer. Apoyó la cabeza en su pecho.
–Sé que no sirve de nada que te diga que no te culpes, pero permaneciste a su lado y fuiste más considerado con ella de lo que lo habrían sido la mayoría de los hombres.
Logan se puso a acariciarle el cabello, y abrazada como estaba a él, con los senos pegados a su ancho pecho y la pelvis tan cerca de la suya, notó como su miembro se movía contra ella y sintió que su sexo palpitaba de deseo.
Logan se echó hacia atrás para mirarla y tomó su rostro entre ambas manos.
–Me juré que esto no iba a pasar –dijo con voz ronca. Sus ojos descendieron a sus labios–. Te mereces algo mejor que lo que yo puedo ofrecerte. Algo mucho mejor.
–¿Y si me basta con lo que tú me ofreces? –le espetó Layla, poniéndole las manos en el pecho–. ¿Y si quiero que me beses y que me hagas el amor, aunque solo sea durante el tiempo que dure este matrimonio?
No podía creerse que estuviese ofreciéndose a él así, sin el menor pudor. ¿Qué había sido de su sueño de encontrar un amor para toda la vida, con ese convencimiento secreto de que existía el «felices por siempre jamás», como en los cuentos de hadas?
Lo que había ocurrido era que no había contado con la fuerte atracción que sentía por Logan. El deseo que despertaba en ella anulaba cualquier consideración racional.
Logan cerró los ojos con fuerza un instante, como si estuviese intentando sacar fuerzas de flaqueza para no sucumbir.
–No quiero hacerte daño. De un modo u otro siempre acabo haciendo daño a las personas que me importan.
Layla le rodeó el cuello con los brazos, y sus dedos juguetearon con los mechones de su nuca.
–Solo me harás daño si no me besas, si me dijeras que no me deseas como yo a ti. Pero sé que sí me deseas. Dime que sí. ¿O son solo imaginaciones mías?
Logan le puso una mano en el hueco de la espalda y la apretó contra su miembro erecto.
–No, estás imaginándolo. Te deseo tanto que me estoy volviendo loco porque no sé cómo sofocarlo.
Layla se puso de puntillas para acercar sus labios a los de él.
–No quiero que lo sofoques. Ahora no; aún no –murmuró. «No lo sofoques nunca…».
Logan inclinó la cabeza y gruñó de satisfacción cuando sus labios se encontraron, fundiéndose en un beso explosivo. Su lengua se enroscó con la de ella, juguetona, pícara, y enredó los dedos en su melena mientras apretaba su pelvis contra la de ella, desesperado.
Layla se frotó contra él por instinto, deleitándose en lo erótico y emocionante que era sentir cómo palpitaba su miembro. Las piernas le temblaban y se le había acelerado el pulso.
Logan le puso las manos en las caderas y despegó sus labios de los de ella.
–Todavía estamos a tiempo de parar –le dijo jadeante–. Quiero que estés segura, completamente segura de que es esto lo que quieres.
Layla subió una mano a su mejilla y se la acarició.
–Es lo que quiero –le respondió en un murmullo, pero con firmeza–. Quiero que me hagas el amor.
Las manos de Logan le apretaron con fuerza las caderas, y por un momento pensó que iba a apartarla de él, pero en vez de eso la atrajo aún más hacia sí e inclinó la cabeza para besarla con un beso tan embriagador