El tercer día, en el desayuno, Logan le sugirió que, en vez de hacer turismo, podrían quedarse en la villa.
–Hoy va a hacer un día de bastante calor, y he pensado que agradecerías un plan más tranquilo: pasar un rato al sol, darnos un chapuzón en la piscina… –le dijo mientras le servía zumo.
Layla tomó el vaso y contestó:
–La verdad es que no me gusta mucho nadar, pero me distraeré viéndote hacer largos.
Era algo que había disfrutado haciendo en secreto durante años.
Logan escrutó su rostro.
–¿Te duele la pierna cuando nadas?
–No, es que… –Layla bajó la vista a su copa de zumo–. Me siento un poco cohibida en bañador, por las cicatrices de la pierna.
–Aquí estamos los dos solos; y conmigo no tienes motivos para sentirte tímida.
El tono amable de Logan la hizo vacilar. ¿Debería arriesgarse?, ¿debería dejar que viera sus cicatrices? Volvió a alzar la vista hacia él y murmuró:
–La verdad es que hace mucho que no nado.
La sonrisa de Logan y el brillo cálido en sus ojos hicieron que el estómago le diese un vuelco.
–Yo estaré a tu lado por si necesitas ayuda.
Una hora después Layla salía al patio donde se encontraba la piscina con su bañador verde, el pareo liado a la cintura y el cabello recogido en una coleta alta. Logan ya estaba en el agua, haciendo largos y se quedó observándolo a la sombra del seto.
Logan se detuvo al llegar al extremo más cercano a donde ella estaba y se peinó el cabello mojado hacia atrás con los dedos.
–Espera, te ayudaré a bajar los escalones –le dijo. Apoyó las manos en el borde y se impulsó con sus fuertes bíceps para salir del agua. Le tendió la mano con una sonrisa–: Venga, no voy a dejar que te escaquees.
Layla inspiró profundamente antes de desanudarse el pareo, que cayó a sus pies, dejando al descubierto las cicatrices dentadas y blanquecinas que le iban desde el muslo a la pantorrilla, testigos mudos de la operación que le habían hecho para no tener que amputarle la pierna.
Esperaba que Logan la mirara repugnado, o espantado, como tantas otras personas habían hecho, pero en vez de eso recorrió su cuerpo con una mirada de deseo, deteniéndose en el escote del bañador. Una mirada que la hizo sentirse más femenina que nunca.
Tomó la mano que le tendía, y cuando Logan apretó la suya sintió como si le hubiera infundido ánimo y valor.
–Está bien… vamos allá… –murmuró Layla.
Bajó con él los escalones que se adentraban en el agua. No podía ignorar lo cerca que estaba Logan de ella, que su bañador lo cubría aún menos que a ella el suyo, ni tampoco lo deprisa que le latía el corazón y cosquilleo de deseo que notaba entre los muslos.
Cuando el agua le llegó hasta la cintura, Logan le soltó la mano.
–Déjate flotar; no te resistas, déjate llevar por el agua.
Layla rebotó suavemente con los pies contra el fondo de la piscina y se quedó flotando, permitiendo que el agua sostuviese su peso. Era una sensación maravillosa. Empezó a nadar a crol porque así tenía que hacer menos esfuerzo con las piernas. Como le era imposible de todo punto hacer un viraje, cuando llegó al extremo de la piscina se detuvo, recobró el aliento y se giró para nadar en la dirección opuesta. Sus músculos estaban disfrutando con el ejercicio, y la caricia del agua en su piel era deliciosa.
Al llegar al extremo contrario, del que había partido, Logan estaba esperándola. Se paró y le sonrió, apartándose el cabello mojado de la cara.
–No estoy a tu altura –le dijo–, pero gracias por animarme a hacerlo.
–Pues a mí me parece que estás como pez en el agua… o más bien como una sirena –respondió él con voz ronca, mientras sus ojos azules le miraban largamente el escote.
Las miradas de ambos se encontraron, y de repente, sin saber cómo, el espacio que los separaba se había desvanecido. Estaban prácticamente pelvis contra pelvis, con solo uno o dos milímetros de agua entre ellos. Como atraída por una fuerza magnética, Layla se inclinó hacia él hasta que sus senos quedaron aplastados contra su pecho musculoso. Logan le puso las manos en las caderas, y notó su incipiente erección. El tiempo se detuvo durante una fracción de segundo.
Logan inclinó la cabeza y sus labios tomaron los de ella en un beso sensual que sabía a sol y a agua salada. Layla abrió la boca y cuando las lenguas de ambos se entrelazaron un escalofrío de placer la recorrió. Logan le puso una mano en el hueco de la espalda, apretándola contra su miembro palpitante, y movió la lengua dentro de su boca de un modo muy erótico.
Un gemido escapó de la garganta de Layla, que subió una mano hasta su nuca mientras con la otra lo asía por la mandíbula. Todo su cuerpo titilaba de deseo y las piernas le temblaban.
La mano de Logan subió a uno de sus senos y lo apretó en su palma, y gruñó excitado antes de despegar sus labios de los de ella. La asió por los brazos, jadeante.
–Lo siento –murmuró en tono cargado de remordimiento. La soltó y se apartó de ella con el ceño fruncido.
Layla se pasó la lengua por los labios, que aún sabían a él.
–No tienes que disculparte. Yo…
–No quiero darte una impresión equivocada –masculló él, frotándose la cara con la mano con frustración–. No es justo por mi parte confundirte de esta manera, diciéndote una cosa y luego haciendo otra.
–La impresión que me ha dado es que querías besarme y que lo has disfrutado tanto como yo –repuso ella, desafiándolo con la mirada a que lo negara.
Logan bajó la vista a su boca y resopló, sacudiendo la cabeza.
–Sí, lo he disfrutado, pero eso no significa que vaya a volver a pasar –le espetó. Se dio media vuelta, se apoyó en el borde de la piscina y salió del agua–. Me voy a correr un rato –le dijo sin apenas girarse–; luego te veo.
Layla suspiró mientras lo veía alejarse y se puso a nadar de nuevo. Quizá unos cuantos largos la ayudarían a aplacar el deseo insatisfecho que la consumía por dentro.
A pesar de que sus músculos protestaban de cansancio, Logan seguía corriendo por la playa. Estaba decidido a vencer aquella obsesión que tenía con besar a Layla. Había sido él quien había hecho las reglas; ¿por qué entonces le resultaba tan endiabladamente difícil atenerse a ellas? Porque sus labios eran como una droga a la que se había vuelto adicto y no era capaz de resistirse a ella ni con toda su fuerza de voluntad.
De pronto un pensamiento cruzó por su mente. Tal vez no debería resistirse; quizá podría alterar ligeramente las reglas y ver qué pasaba. Aquella idea se quedó flotando en su mente como el típico pelmazo que se presentaba sin avisar, se aposentaba en el sillón y hasta subía los pies en la mesita del salón, pero Logan la apartó sin miramientos. Sabía lo que pasaría si alteraba las reglas y tenía que evitarlo a toda costa. No se había perdonado el daño que le había hecho a Susannah, y no podía permitir que algo así volviera a ocurrir.
Capítulo 7
TRAS unos cuantos largos en la piscina Layla estaba cansada, así que después de darse una ducha se echó en la cama para descansar un rato. Mantuvo el oído atento, esperando oír la puerta de la entrada cuando Logan regresara de correr, pero se le empezaron a cerrar los ojos y al cabo se quedó dormida.
Hacía años que no tenía aquella pesadilla. Volvía a estar