Hamlet. William Shakespeare

media docena de firmas, casi todas abreviadas.

      Éstos, y unos pocos más, son los datos establecidos de una manera incontrovertible sobre la vida de Shakespeare. Menos es lo que se sabe de su intimidad, pero de todos modos, se conoce tanto o más que acerca de otros escritores de su época. Está ya descartada la discusión sobre si Shakespeare es o no el autor de las obras que corren con su nombre, basada en estudios ingenuos o parciales que, sin embargo, han apasionado en particular al público menos informado.

      La primer noticia sobre la vida de Shakespeare fue escrita por Edward Phillips, sobrino de Milton, en su Teatrum poetarum (1675) y la primera biografía, por Nicholas Rowe, en la edición de sus Obras el año 1709. Desde entonces hasta hoy han aparecido numerosos estudios sobre su vida.

      Pero el mayor conocimiento de los detalles de su biografía no quitará la razón a quienes afirman que el conocimiento más auténtico de Shakespeare es el que surge de la lectura de sus obras. El dramaturgo inglés, como los grandes creadores —Dante, Cervantes, Goethe—, ha engendrado toda una literatura y ha sido convertido en una masa de problemas técnicos o en un campo de teorías especulativas. Shakespeare debe, sin embargo, ser considerado como artista, cuyo interés fundamental reside en las obras que nos ha legado. “Si nos preguntamos cuál es la mejor manera de acercarse a Shakespeare —apunta sagazmente J. W. Mackail, en The Approach to Shakespeare