Hamlet es un personaje dual. Al analizarlo tropezamos a cada paso con la contradicción. Es un héroe de la duda, pero al final deja desbordar su energía. Resulta a veces admirable pero da muestras de perversidad de carácter; es una mezcla de violencia y de debilidad, de pesimismo y obstinación. Hay en él constantemente dos fases; ofrece siempre varias posibilidades de interpretación, y en muchas ocasiones, como la fuente, suele devolvernos nuestra propia imagen. En esta suerte de continua ambivalencia, puede que los impulsos que nos arrastren a una conclusión sean verdaderos o falsos, o ambas cosas a la vez. Cualquiera sea el camino que tomemos, tendremos una perspectiva mutilada. No existe el Hamlet romántico ni el Hamlet antirromántico, existe el Hamlet-puzzle, el Hamlet problema.
ANTONIO PAGÉS LARRAYA
Hamlet, acto III, escena 2.
El tema primario de la obra es muy antiguo. Gilbert Murray lo ha visto como manifestación de la difunta historia ritual de los Reyes de Rama dorada. En lo que atañe al asunto mismo encontró, en un ensayo tan breve como sugestivo (Hamlet and Orestes. A Study in Traditional Types, Oxford, 1914), profundas concomitancias entre Orestes —el hijo de Clitemnestra, atormentado por las furias que le recuerdan su horrendo crimen—, el antiguo Amlodi —prototipo de Saxo Grammaticus— y Hamlet.
Ese problema de la acción originada por la muerte de un padre o de un hijo está desarrollado de una manera similar en obras contemporáneas, como en la ya citada Spanish Tragedy, de Kyd y Antonio’s Revenge, de Marston. Lo que nos parece propio del Hamlet de Shakespeare es también una característica de estas obras, inspiradas en Séneca: la dilación de la venganza producida por la actividad intelectual del héroe y el contraste de una corte brillante con el horror del crimen.
Hay una divinidad que determina nuestros designios, aunque los desbastemos a nuestra voluntad (acto V, escena 2).
Por lo demás, y para que esa profunda falla del protagonista cobre mayor relieve, Shakespeare ha trazado un conflicto paralelo que destaca con nitidez los rasgos de Hamlet. La conducta de Laertes —que marcha sin hesitaciones, apasionadamente resuelto, a la venganza de su padre asesinado por el príncipe—, se opone a la del propio Hamlet, que vacila en matar al rey usurpador. Es casi una cruel ironía que sea el propio rey Claudio inmune quien elogie la acción e incite a obrar y conduzca a Laertes a la venganza.
Frank Harris apunta agudamente al respecto: “[...] con su inquietud intelectual, su mórbida introversión, el análisis cínico de sí mismo y su aversión al derramamiento de sangre, es un personaje mucho más típico del siglo XIX que del XVI”. (El hombre Shakespeare y su vida trágica.)
¡Yo, a quien el cielo y el infierno impulsan a tremenda venganza, desahogo mi corazón cual hembra, con palabras, y a maldecir me doy como ramera o grumete! (Acto II, escena 2; traducción de G. M.)
Acto IV, escena 4.
El famoso monólogo que comienza: To be or not to be... (III, 1) ha dado lugar a complejas discusiones críticas, centradas principalmente en la cuestión de si Hamlet es inspirado primeramente por pensamientos de suicidio o de activa oposición al rey. Ha asombrado a los estudiosos cómo este desarrollo se aparta de los hechos, y se ha señalado su ausencia de elementos directamente alusivos. Hasta se pensó que habría sido intercalado por su relación con la atmósfera de la escena. En un momento vibrante de su dolor, Hamlet lo generaliza, lo intelectualiza.
Acto V escena 2.
Fragilidad, tienes nombre de mujer (I, 2ª).
Como amor de mujer (III, 2ª).
Hamlet no puede matar como Orestes. En todo momento Shakespeare ha soslayado la idea del matricidio. Ni el fantasma paterno le ordena venganza contra la madre, ni el príncipe la desea. Quiere influir sobre ella, alejarla del pecado, redimirla, pero no puede cegar la fuente de su infinita congoja.
¿Y no ha de volver nuevamente? (IV, 5ª).
III, 2ª
Edith Sitwell ha precisado, en averiguación a la vez precisa y poética, el significado de las flores con que Ofelia se adorna en la escena de la locura, y las que ofrece a los demás. Todas ellas descubren emblemáticamente su tragedia: romero, flor de los funerales y las bodas; hinojo, flor del galanteo y la lisonja; aguileña o pajarilla, flor de los amantes separados; ruda, hierba de la Gracia; margarita, flor de protección para las mozas frente a las promesas de los solteros.
NOTA PRELIMINAR
William Shakespeare nació en Stratford-on-Avon el año 1564. Fue el tercero de los ocho hijos de John Shakespeare y Mary Arden, familia burguesa acomodada. Cursó estudios primarios en la escuela de la villa de Stratford. A los diecinueve años se casó con Anne Hathaway, ocho mayor que él. Marchó a Londres por razones desconocidas, se ignora en qué fecha.
Desde 1592 está probada la actividad de Shakespeare en Londres como autor y actor dramático, con alguna fama y muchas pretensiones según las mordaces alusiones de Robert Greene en Un ardite de ingenio (A Groatsworth of Wit). Su primera tarea literaria fue quizá restaurar viejas obras para la representación.
En 1593 publicó su poema Venus y Adonis. Está probado que trabajó desde la Navidad de 1594 en la compañía de Lord Chamberlain,