XV.2 DE AGOSTO DE 1980: LA MATANZA DE LA ESTACIÓN DE BOLONIA
2.Un itinerario judicial largo y atormentado
3.Las anticipaciones de Luigi Vettore Presilio
4.Las revelaciones de Massimo Sparti
5.La llamada telefónica de Ciavardini, el «trueque» y la girándula de las coartadas
6.El homicidio de Francesco Mangiameli
2.Las incertidumbres acerca del móvil de la falsa pista de matriz P2
3.La pista Kram: ¿de nuevo una acción de despiste o una sugestiva coincidencia?
XVII.EL SISTEMA P2 DESPUÉS DE LA MASACRE DE BOLONIA
1.La P2 según Corriere della Sera entre la masacre de Bolonia y el registro de Castiglion Fibocchi
2.Los episodios posteriores al registro de Castiglion Fibocchi y a la caída del gobierno Forlani
3.Epílogo. Licio Gelli se retira
Prólogo a la edición española
EL PODER OSCURO NO TIENE PATRIA
Perfecto Andrés Ibáñez
Italia oculta, es obvio, versa sobre vicisitudes italianas (de los años 1978-1980: logia masónica Propaganda 2, secuestro y asesinato de Moro, masacre de la estación de Bolonia, complots, intentos de golpe de Estado…). Terribles vicisitudes que cualquiera habría creído imposibles en un escenario de la Europa occidental de los últimos años setenta del pasado siglo. El autor, Giuliano Turone, discurriendo sobre estas con el consistente soporte de datos, la precisión y el rigor con que lo hace, estimula y alimenta una reflexión imprescindible, cuyo alcance trasciende fronteras de tiempo y espacio y, por ello, concierne también al lector español interesado por el mundo en que vive. Es que, en realidad, habla del poder, de su peor rostro, de su más atroz ejecutoria1, de la más odiosa. De un poder, el más canalla, institucional y delincuente al mismo tiempo, que no conoció límites ni escrúpulos2. Que —aun en el marco de una democracia constitucional del primer mundo— arrasó, a sangre y fuego, derechos y vidas de personas de carne y hueso; se expresó con el lenguaje de las masacres; con carnicerías que no tienen absolutamente nada que envidiar a las peores del Dáesh, aun cuando perpetradas en nombre de supuestos valores occidentales que, por ese medio —un cruel sarcasmo— se habría tratado de preservar. Valores, se supone que entonces en riesgo, debido al avance de la izquierda en las urnas de aquel país y a que un sector de la Democracia Cristiana (encabezado por Aldo Moro3) parecía dispuesto a dar el paso hacia alguna forma de entendimiento con el Partido Comunista (el llamado «compromiso histórico»)4. Lo que implicaría abrir el camino al cambio político, a una política progresista —he aquí el verdadero problema— sensible a requerimientos constitucionales, sistemáticamente desatendidos por el partido confesional, que ya había demostrado con suficiencia tener en las leyes fascistas el instrumento jurídico más funcional a su proyecto5, y que contaba con poderosas razones para temer una modificación de los (des)equilibrios políticos fraguados por él a lo largo de tantos años de gobierno.
Pier Paolo Pasolini, en un incisivo texto de 1975 —expresivamente titulado «Habría que procesar a los jerarcas democristianos»6—, hacía hincapié en la necesidad de conocer «toda la verdad del poder» de esos años, poniendo fin a la práctica consistente en «compartimentar los fenómenos», con objeto de «devolverles así su lógica al formar un todo único»7. Pues bien, no tengo la menor duda de que el autor de tal penetrante observación se reconocería en el impecable trabajo de Turone. Porque este, entre sus muchas virtudes, tiene la de recomponer el complejo rompecabezas de la atormentada realidad de aquel periodo, mediante el uso de una riquísima información, y poniendo en juego una estrategia ejemplar en el plano del método, consistente en integrar todas las variables dispersas, cuya reunión, en busca de la imprescindible unidad de sentido, reclamaba el primero. Con la particularidad de que la obra se ha beneficiado de la condición profesional de Turone, de su experiencia de magistrado8, que le ha permitido llevar a cabo una exhaustiva explotación de fuentes judiciales, de acceso y lectura seguramente no fácil para el historiador, que en este caso resultan ser de una importancia fundamental. Tanto que, entiendo, sería imposible documentar lo acontecido en el periodo objeto de análisis, sin contar con ellas. Pero esto, no simplemente por la razón de que los casos contemplados adquirieron en algún momento estatuto procesal. Sino también porque aquí concurre una relevante particularidad. La de que una parte esencial de lo sucedido en Italia en el terrible periodo de que se trata, fue en algún momento investigada, en especial, por los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, profundamente innovadores en lo relativo a la técnica de indagación. En efecto, pues ambos tuvieron pronto la evidencia de estar enfrentados a una complejísima fenomenología delictiva, que no podía ser afrontada simplemente desde la perspectiva y con la habitual óptica del caso, que acostumbra a asumirlo en una suerte de insularidad, la propia de las acciones integrantes de la delincuencia común convencional, aquí del todo improcedente. Ambos instructores fueron tempranamente conscientes de las dimensiones de la mafia como fenómeno9: de su articulación unitaria, su estructura vertical, su difusión territorial y en el interior de las instituciones (no solo sicilianas), su privilegiada relación con altos exponentes del principal partido del Gobierno, así como de la capacidad de servirse de grupos subversivos de distintas filiaciones, incorporándolos a su perversa dinámica. De ello da buena cuenta el impresionante documento constituido por la resolución conclusiva de la instrucción del maxiproceso seguido contra Abbate Giovanni + 70610.
Pero no solo es que Turone haya podido beneficiarse de estas esenciales aportaciones, es que él mismo, como juez instructor de Milán, también en la época de los cruentos episodios sobre los que versa su obra, tuvo que medirse con fenómenos delincuenciales de singular envergadura (algunos ahora examinados