Concretamente, una posición intermedia con cierta popularidad es la que contempla el principio de precaución como un recurso adecuado, pero provisional. Es decir, cuando existen indicios de que alguna de nuestras actuaciones puede desencadenar un peligro o daño considerable, pero no tenemos certeza científica de dicha conexión, entonces es de aplicación el principio de precaución, del que se puede esperar, en términos generales, una moratoria que permita realizar más estudios y así descartar la amenaza o evaluarla cuantificando el riesgo para tomar medidas de prevención frente al mismo. El principio de precaución sería, pues, una guía provisional para actuar mientras se mantenga la incertidumbre. Disipada la misma, podremos realizar un cálculo de riesgos-beneficios y aplicar un principio más clásico como es el de prevención. La gestión de riesgos y la prevención serán ya en adelante nuestras guías de acción. Las decisiones, al final, vendrán dictadas por la previsión científica y la gestión técnica de los riesgos.
También en los terrenos intermedios de la aplicación moderada del principio de precaución tendríamos una interpretación del mismo que se orienta más hacia lo político que hacia lo técnico. Según ésta, la precaución está dentro de una gama de principios, todos ellos prudenciales, que de un modo sensato y gradual podemos poner en funcionamiento. No se trata aquí de algo provisional, entre otras cosas porque la incertidumbre no se contempla como algo provisional. Esta conclusión se alcanza no sólo desde el relativismo de corte sociologista, sino también desde el pensamiento falibilista.
Sólo que este último, aunque es escéptico respecto de la certeza, tiene la ventaja de que no renuncia a la verdad. La propia realidad física no es determinista, las predicciones científicas son siempre condicionales, las mediciones que hacemos para fijar condiciones iniciales o para contrastar hipótesis no son nunca perfectamente precisas. Desde el punto de vista de la tecnología, tendremos que contar además con el factor económico. Los niveles de seguridad se obtienen a cierto coste, y los recursos empleados en un punto no se pueden emplear en otro. Siempre tendremos que contar con la incertidumbre y el riesgo en uno u otro grado, de modo que la decisión acerca de qué principio aplicar, en qué sentido y en qué grado, es de carácter político. Y todos los principios correctos de conexión entre conocimiento y acción resultan ser prudenciales por su naturaleza, sometidos reflexivamente al control de la prudencia. Es importante aclarar que la perspectiva prudencial no anula la perspectiva técnica, sino que la integra: la previsión y gestión de los riesgos son guías de acción muy valiosas, pero también están ellas mismas sometidas a la prudencia.
Kourilsky y Viney llegan a afirmar que "la convergencia entre precaución, prevención y prudencia podría justificar que se reemplazara el principio de precaución por un principio de prudencia que englobaría a la precaución y la previsión". 21 Ahora bien, se pregunta Ramos Torre, "¿de qué prudencia se trata?" Y responde en estos términos: "no de la phrónesis aristotélica, sino de un concepto más casero y conservador: aquel que se atiene a la diligencia del buen padre de familia o al ethos del científico que es cauto a la hora de interpretar los datos y poner hijos técnicos en el mundo." 22
Desde mi punto de vista la propuesta de Kourilsky y Viney es perfectamente aceptable, siempre que se interprete la prudencia precisamente en el sentido de la phrónesis aristotélica.
Y, efectivamente, el principio de precaución tiene mucho que ver con la prudencia aristotélica, podríamos decir que es una modalidad de la misma. Para empezar, tanto la previsión como la precaución llevan el prefijo "pre", que indica su voluntad de anticiparse a los acontecimientos, viéndolos o tomando cauciones respecto de los mismos. Son conceptos de la misma estirpe que prudencia. De hecho, prudencia es contracción de la palabra latina providentia, es decir, previsión. Además, prudencia y precaución están en la misma categoría ontológica, ambas son actitudes. La prudencia aristotélica no es un enunciado, no se deja atrapar en una formulación lingüística, sino que ella misma es de carácter práctico, es una actitud. Por lo tanto no tiene mucho interés el intentar una definición de la prudencia, como no lo tiene el buscar una definición del principio de precaución que permita después una aplicación mecánica.23 Sería tanto como traicionar el propio principio, y lo sería precisamente porque el principio es prudencial. Kourilsky y Viney lo exponen en estos términos: "El principio de precaución define la actitud que debe observar toda persona que toma una decisión relativa a una actividad de la que se puede razonablemente suponer que comporta un peligro grave para la salud o la seguridad de generaciones actuales o futuras, o para el medio ambiente". 24
El hecho de que ahora tengamos que apelar de nuevo a principios prudenciales como el de precaución, sorprende sólo porque previamente hemos creído que nos podríamos deshacer de ellos gracias a la ciencia. La apelación a tales principios genera nuevas relaciones entre ciencia y política, relaciones mediadas de nuevo por la prudencia, no rígidas ni jerárquicas como las que se podían derivar de una ciencia de la certeza. Es más, en este nuevo escenario, la racionalidad científica aparece como lo que siempre debió ser, como una modalidad más de la racionalidad humana, como un ejercicio de sensatez, de sentido común crítico, como una actividad regida ella misma por la prudencia y cuyas relaciones con otros ámbitos de la vida humana deben estar también regidas por principios prudenciales.
________NOTAS________
1 En razón de la brevedad hablaremos de "filosofía política de la ciencia", pero, en realidad, el campo al que me refiero incluye la filosofía política y social de la ciencia y de la tecnología. Uno puede hacer la prueba buscando en Google combinaciones relevantes de los términos que aparecen en esta última expresión para comprobar que tampoco aparecen muchas referencias para ninguna de ellas (datos referidos a febrero de 2005). [Regreso]
2 Bruno Latour, Politiques de la nature. Comment faire entrer les sciences en démocratie, París, La Découverte, 1999. [Regreso]
3 Joseph Rouse, Knowledge and Power. Toward a Political Philosophy of Science, Ithaca, Cornell University Press, 1987. [Regreso]
4 James Brown, Who rules in science? An opinionated guide to the wars. Cambridge, Ma., Harvard University Press, 2001. [Regreso]
5 Thomas Uebel, "Political Philosophy of Science in Logical Empiricism", congreso History of Philosophy of Science (hopos), Notre Dame University, junio, 2004. [Regreso]
6 Cfr. Gilbert Hottois, Essais de philosophie bioéthique et biopolitique, París, Vrin, 1999. [Regreso]
7 R. Westfall, Newton: una vida, Madrid, Cambridge University Press, 1996: 49-50. [Regreso]
8 Datos tomados de J. M. Sánchez