Quizá esta afirmación es por ahora demasiado optimista, pero lo que está claro es que apunta claramente en la dirección de una confluencia entre filosofía de la ciencia y filosofía política, especialmente si queremos que algún día la afirmación sea plenamente verdadera.
La naturaleza "politizada"
De las transformaciones tecnocientíficas y sociopolíticas a las que nos hemos referido se han seguido también transformaciones en la propia naturaleza. La relación natural/social ha resultado modificada, así como la relación natural/ artificial. En el primer caso se ha dado una inversión, en el segundo una fusión. Inversión, porque ya no es la polis la que está en el seno de la naturaleza, sino la naturaleza la que ha sido incluida dentro de la polis. Fusión, porque lo natural y lo artificial no se presentan ya como dominios disjuntos de objetos, sino como concausas de los mismos efectos.
El hombre siempre pensó en la naturaleza como en un ser de dos caras. Por un lado es la madre amorosa que provee de todo lo necesario para la vida. Por otra parte, la naturaleza con frecuencia exige del ser humano el esfuerzo del trabajo y del ingenio para arrancarle sus bienes más preciados y en los peores momentos se vuelve un monstruo que atormenta y devora a sus hijos. La relación del ser humano con la naturaleza, venerada y temida, era de todo menos política. El hombre extraía unos pocos frutos de la naturaleza y se protegía de la misma. Eso es todo. Jamás imaginó el hombre antiguo que su labor sobre la Tierra podría amenazar la continuidad de la vida en la misma, que sus artes de pesca o de caza podrían acabar con ninguna especie. La naturaleza era vista como algo grande y estable, inconmensurable con la escasa fuerza de los hombres. Y así han continuado las cosas prácticamente hasta nuestros días. Pero actualmente incluso los llamados santuarios de la biosfera son, como mínimo, espacios cuyo aspecto virgen se consiente y se protege. Están, pues, bajo la mano del hombre, bajo su tutela, casi todos los espacios de la Tierra. Cualquier vuelta a una naturaleza realmente salvaje, con la estabilidad inatacable que le atribuían los antiguos, no pasa de ser una romántica ilusión. Además, los mismos vivientes individuales pueden ser hoy fruto de la intervención humana. Es verdad que en cierta medida siempre ha habido vivientes moldeados por la mano del hombre, pero hoy la posibilidad de intervenir sobre el genoma constituye una herramienta mucho más poderosa y precisa para esta tarea de moldeado, y, por lo mismo, más cargada de implicaciones prácticas. De modo que también en los vivientes puede haber algo de artificial. Hoy lo natural se funde con lo artificial, lo natural queda incluido en lo social. La ciudad ya es global y es la naturaleza la que está en su seno, el poder de nuestras técnicas es tan amplio que nadie puede ignorar la amenaza y la promesa que supone. Por decirlo con las palabras de Hans Jonas, la naturaleza también ha caído bajo nuestra responsabilidad. Dicho de otro modo, la naturaleza se ha convertido en una cuestión política. No es raro que la reflexión acerca de las ciencias de la naturaleza se haya vuelto en cierta medida una reflexión política.
La ciencia es acción, no sólo resultados
Thomas Kuhn ha insistido en los aspectos sociales de la ciencia, así como en el hecho de que ésta es acción, no sólo resultados, es actividad tanto y más que lenguaje. 11 La ciencia no está sólo en las publicaciones, en los textos o revistas, sino también en la actividad de los laboratorios, de las aulas, de los despachos (despachos de científicos, de políticos, de militares...), en la investigación de campo y en todos los lugares donde se dejen sentir los efectos de la aplicación tecnológica. En este sentido son muy reveladores los relatos de sociólogos de la ciencia postkuhnianos como Bruno Latour. 12 Pues bien, si la ciencia es acción, parece razonable que la filosofía de la ciencia acabe convirtiéndose en buena medida en filosofía práctica de la ciencia. Y parte de la filosofía práctica es, obviamente, la filosofía política.
La constancia de que la ciencia es acción será de ayuda para tomar conciencia de que no estamos intentando conectar dos ámbitos distintos de la realidad o dos entidades pertenecientes a distintos reinos ontológicos. Podemos entender que la relación entre ciencia y política es la relación entre conocimiento y acción. Sí, pero hemos aceptado previamente que la propia ciencia es acción, es más, que aun el conocimiento es acción. Así pues, estamos hablando en cualquier caso de la conexión entre acción científica y acción política. No será difícil entonces entender que la conexión tiene que estar sometida a criterios de razón práctica. Tampoco será difícil aceptar que la relación no es unidireccional, sino que es una relación de ida y vuelta entre distintas modalidades de la acción humana. Y, por supuesto, se pueden esperar ciclos de retroalimentación.
Las decisiones tecnocientíficas no se basan en un cálculo infalible
Desde los escritos de Karl Popper 13 sabemos que la ciencia y la tecnología conviven necesariamente con la incertidumbre. La certeza absoluta no está al alcance de la ciencia. La gama de las actitudes ante una idea científica o tecnológica es amplísima, como ha mostrado Larry Laudan. 14 Algunas ideas están sometidas a intensa controversia, otras son meras conjeturas, otras son extrapolaciones, otras son hipótesis bien establecidas y sometidas a pruebas empíricas, aunque nunca lleguen a gozar de absoluta certeza, etc. En tecnología hay pruebas y tentativas; mientras que de ciertos procedimientos o aparatos se sabe que son fiables o eficaces y de algunos se conocen sus posibles efectos sociales y ambientales, de otros no tanto, y siempre existe un margen de incertidumbre y riesgo.
Si la ciencia hubiera alcanzado el ideal de certeza, especialmente en cuanto a las predicciones, ella sería nuestra guía, nuestro ojo para el futuro. Las decisiones políticas deberían tomarse simplemente siguiendo las indicaciones de los expertos. Pero si reconocemos que las predicciones científicas son condicionales, inciertas y falibles, entonces la predicción tendrá que ser complementada con otros criterios que guíen la acción política en condiciones de incertidumbre. Así pues, las decisiones políticas no podrán venir legitimadas directamente por predicciones científicas. Por otra parte, la aportación que la ciencia puede hacer a la deliberación y toma de decisiones políticas es de enorme valía. Sería insensato también prescindir de la opinión de expertos científicos y técnicos, o igualar la ciencia con las pseudo-ciencias o las diversas supercherías. Hoy queremos que los problemas no sean dejados sin más a la decisión del experto, ni a la imposición irracional del poder o del arbitrio, ni al albur de la magia, la superstición o la ideología, sino afrontados mediante un diálogo razonable, en pie de igualdad, entre científicos, técnicos, juristas, políticos, empresarios, personas particulares, representantes de la sociedad civil... ¡e incluso filósofos! Estamos reconociendo, al menos implícitamente, la posibilidad de ser razonables allá donde no esperamos absoluta certeza.
En resumen, si los ideales modernos de certeza científica se hubiesen cumplido íntegramente, entonces nuestra razón, bajo la forma de método científico, sería nuestra brújula, guiaría con seguridad la acción humana en todos los terrenos y especialmente en el de la política. Pero no fue así. La conciencia de incertidumbre que hoy nos acompaña exige unas relaciones más horizontales entre la ciencia y la política, pide comunicación entre ambas en un plano de igualdad. Todo ello favorece una consideración filosófica conjunta de la investigación científica y de la acción política.
El debate sobre la racionalidad