El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura como gobernanza
El tercer modelo que resuelve el problema de Platón surge en los años inmediatamente posteriores al periodo que hemos venido examinando, y tiene que ver con lo que Theodore Roszack denominó en un best-seller del momento "el nacimiento de una contracultura". Los años sesenta, en la culminación del desarrollismo y de la Guerra Fría, fueron también el marco temporal de un sentimiento de malestar que recorrió los campus universitarios y que se expresó en varios movimientos sociales bien conocidos. En los años sesenta se extendió lo que podemos llamar un malestar dentro de las nuevas sociedades del bienestar, que coincidió con la primavera de Praga y, en general, con un movimiento generalizado de cambio y disidencia frente a las ideologías más asentadas. La fragmentación de lo que se llamó los grandes relatos fue la regla más que la excepción. Surgieron los movimientos de liberación del tercer mundo, se extendieron las guerrillas o las guerras abiertas, modificando las asentadas estrategias de los partidos de izquierda, surgieron los movimientos ecologistas como reacción a los primeros accidentes en las centrales nucleares, el movimiento sufragista se convirtió en un movimiento feminista con reivindicaciones generales sobre la vida cotidiana, surgió, en general, una resistencia cultural a lo que se denominó la racionalidad científica. Surgieron las bases de lo que ha sido la cultura más extendida en los circuitos académicos en los últimos treinta años. Fue el descubrimiento de la diferencia como reivindicación nuclear de una nueva forma cultural en la que aún vivimos, o quizá, en la que hemos comenzado a existir de forma.
En estos años se produjeron transformaciones en los estudios de la ciencia y la tecnología que todos conocemos: surgió el programa fuerte de sociología del conocimiento, el kuhnianismo, una forma particular de la tradición, que habían representado Polanyi y tal vez Wittgenstein, se convirtió en una ideología dominante sobre la ciencia, abarcando desde los viejos departamentos de filosofía de la ciencia a los nuevos centros, programas y departamentos de cts y denominaciones similares. Este proceso ha sido reconstruido con tanta ironía como acierto por Steve Fuller en su reciente Thomas S. Kuhn 23 y no tiene sentido recordarlo aquí. Lo que sí fue importante es el surgimiento de una cultura activista y contestataria respecto a las dos políticas de la ciencia universalistas que hemos descrito con anterioridad. Por su contundencia, popularidad y consistencia, el mejor representante de este momento es, sin duda, Paul K. Feyerabend. Situado entre Wittgenstein y Popper, heredero de la tradición más genuina de filosofía de la ciencia por su formación inicial alemana, en 1975 publicó un panfleto provocativo que tenía como intención tal vez poco más que molestar a los ortodoxos popperianos. Se trataba, claro, de Contra el método, un libro que alcanzó tan rápida popularidad como airadas respuestas, tan airadas que sorprendieron al propio Feyerabend, hasta ese momento más bien ortodoxo aunque con una cierta vocación de enfant terrible que nunca abandonaría. Fueron reacciones que le confirmaron en unas ideas cada vez más asentadas en su crítica al stablishment académico en filosofía de la ciencia (menos respecto a otros no menos poderosos clanes académicos). Science in a Free Society y Farewell to Reason24 fueron manifiestos de esa actitud que proponemos como un modelo que cabe calificar como la voz de Protágoras, en el marco de las varias voces del diálogo platónico.
Como en los otros dos modelos, la política epistemológica se apoya en una epistemología política más o menos bien definida. La base fundamental es el descubrimiento de la diversidad cultural de la ciencia, una idea que se ha popularizado recientemente en el llamado giro pragmático: "las ciencias –sostiene Feyerabend– no poseen una estructura común, no hay elementos que se den en toda investigación científica y que no aparezcan en otros dominios". 25 El argumento es wittgensteiniano y se ha empleado después con profusión para definir las diversas culturas epistémicas de la ciencia. El segundo postulado, también muy wittgensteiniano, y el centro de la tesis de Contra el método, es la inanidad de las reglas metodológicas que, en aquella época, eran la diversión favorita de las controversias entre inductivistas carnapianos y deductivistas popperianos. "No sólo las normas son algo que no usan los científicos: es imposible obedecerlas, lo mismo que es imposible escalar el monte Everest usando pasos de ballet clásico". 26 Los principios no tienen más fuerza que la verbal, a menos que los "situemos", para usar el verbo exacto: "los principios generales pueden desempeñar un papel, pero son usados [y, todavía con mayor frecuencia abusados] de acuerdo con la situación concreta de la investigación".27 No sabía entonces Feyerabend hasta qué punto ese argumento reiterado una y otra vez se emplearía en una política neoempirista de estudios de caso, tan académica como la que había venido a sustituir, con la diferencia de nuevas e interminables listas de referencias bibliográficas en cada nuevo estudio de caso. Hasta aquí podría tratarse solamente de una nueva versión de las controversias entre historicistas y universalistas que habían recorrido la historia de la filosofía de la historia desde el siglo xix. Pero el mordiente de la posición llegaba desde los ecos del malestar cultural contra la ciencia y la tecnología que, Feyerabend, recogía con atención.
"Mi segundo tema –añade Feyerabend– era la autoridad de la ciencia: no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalismo occidental a otras tradiciones."28 Feyerabend se unía a las críticas a la cultura de los expertos en los momentos en los que se extendía por todo el mundo la resistencia a lo que se llamó entonces tecnocracia, que derivaba de la observación del creciente poder de los asesores científicos y técnicos en todas las instancias determinantes de la existencia social.
La posición de Feyerabend representa, como la de los críticos activistas, lo que se ha considerado como reivindicaciones de democratización radical. "Lo que cuenta –añade– en una democracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir su subjetividad y no lo que pequeñas bandas de intelectuales autistas declaran que es real", 29 y más adelante:
el mejor y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas de la nada. 30
Se sitúa Feyerabend en la reivindicación de tantas tradiciones como las distintas comunidades valoren como valiosas. No hay ningún metadiscurso normativo por encima de la voluntad de los ciudadanos. Rorty, Derrida y otros críticos de las teorías tradicionales de la democracia se alinearon poco después con las tesis de Feyerabend. Su importancia está en haber formulado con toda radicalidad el programa de política epistemológica que se deriva de su concepción de la ciencia, y que resumió en el eslogan de la revolución cultural maoísta: "florezcan cien flores de loto y cien escuelas de pensamiento". En lo que a nosotros nos importa, implica una cierta forma de concebir las decisiones estratégicas de la ciencia. El imaginario ilustrado que estaba en la base de las dos posiciones anteriores queda ahora convertido en un mito o gran relato de los abuelos:
Porque las promesas de éxito y humanidad que acompañaban el ascenso del racionalismo científico se convirtieron pronto en gestos vacíos. Es cierto que las ciencias progresaron [en un sentido que fue definido por ellas y que cambió de un periodo a otro], pero el racionalismo tiene poco que ver con este hecho […] las instituciones se hicieron más humanas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. Una total democratización del conocimiento podría haber restaurado por lo menos parte del contexto más amplio, habría