No necesito escuchar a mi hermano pequeño hablar sobre tías buenas y no sé qué más. Ya fue bastante duro encontrar una bolsita de maría en el bolsillo de sus vaqueros cuando hice la colada el otro día. Se la enseñé a mi madre, que se encogió de hombros y me dijo que le diera la bolsa a ella.
La abrió, inhaló profundamente y comentó la buena calidad de la maría. Sé que se la llevó a casa de Larry más tarde y probablemente se pusieron hasta el culo. Sigo sin creérmelo. ¿Cómo me he convertido en una persona normal y estable cuando mi madre es tan… irresponsable?
No tuviste elección.
¿Acaso no es esa la maldita verdad?
—Escucha, la comida que se sirve cuesta como cincuenta pavos el plato. Es para parejas y eso. Y hay un bar. Después de las diez, no permiten entrar a menores de veintiún años —explico.
En realidad es el restaurante más bonito y elegante que he visto, y no digamos en el que he trabajado. Es organizado y eficiente; todo y todos tienen un lugar. Aunque el personal no es muy simpático, sino más bien pretencioso. Estoy segura de que se burlan de mí a mis espaldas; la lugareña blanca de mierda que va a trabajar entre sus elitistas filas.
Da igual. Lo único que me importa son las propinas y el hecho de que Colin cree en mí. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien creyó en mí. Pensaba que Drew lo hacía, pero cuanto más tiempo pasa desde que desapareció de mi vida, más me doy cuenta de que todo era mentira. Acabamos atrapados en un mundo de fantasía.
—¿Ni siquiera puedes traerme las sobras? —La pregunta de Owen me devuelve a la realidad y le echo un vistazo, veo la sonrisa en su rostro.
Se está haciendo cada vez más guapo. No tengo ni idea de si tiene novia o no, pero espero de corazón que deje a un lado ese tipo de cosas durante un poco más de tiempo. Las relaciones de pareja solo dan problemas.
—Lo que me pides es un poco grosero. —Pongo los ojos en blanco. A veces le llevaba a casa hamburguesas de La Salle. Lo que demuestra que lo he malcriado.
—Bueno, está jodidamente claro que mamá no me dará de comer. Lo siento —dice cuando ve mi mirada funesta por la blasfemia que ha lanzado—. Y me siento como un capullo por lo mucho que me paso por la casa de Wade. Su madre va a hartarse de mí.
La culpa me invade. Necesito este trabajo, necesito los dos trabajos y eso significa que no puedo estar ahí para Owen. No puedo hacerle la comida, asegurarme de que se mantenga al día con sus deberes ni obligarle a limpiar el vertedero de habitación que tiene. El apartamento dispone de tres dormitorios, una rareza, pero en una ciudad universitaria los pisos de estas características están muy solicitados y el alquiler cada vez es más caro. Si tenemos en cuenta que mi madre no suele estar y que normalmente solo Owen y yo dormimos aquí, creo que valdría la pena buscar otro apartamento. Solo para los dos.
La noticia molestará a mi madre cuando se lo diga. No importa que pase la mayor parte del tiempo con Larry. No importa que casi nunca esté aquí, que no tenga trabajo y que no pueda permitirse pagar el alquiler. Aun así se enfadará y se lo tomará de forma personal, como si Owen y yo la estuviéramos obligando a irse.
Aunque en realidad estoy haciendo algo así. No la quiero con nosotros. No es una buena influencia. Owen se siente incómodo con ella y yo también. Se acabó.
Por la razón que sea, tengo miedo de enfrentarme a ella. No quiero lidiar con un drama innecesario. Y mi madre es precisamente eso: un completo y absoluto drama.
Suena mi móvil, señal de que tengo un mensaje. Es de mi nuevo jefe. La inquietud se desliza por mi espalda cuando lo leo.
¿Qué haces?
Me decanto por una respuesta de buena empleada.
Preparándome para ir a trabajar.
Es la verdad.
Estoy en el barrio. Deja que te recoja y te lleve.
Me quedo mirando el mensaje demasiado tiempo, ignorando a Owen que empieza a quejarse de que se las tendrá que apañar para cenar. ¿Qué demonios querrá Colin? ¿Por qué estará en el agujero de mierda que es mi barrio? No tiene sentido. A menos que haya venido a buscarme a propósito…
Le respondo:
No tengo que estar en el trabajo hasta dentro de casi una hora.
Me llega otro mensaje:
Te pagaré el tiempo extra. Venga.
Suspiro y le escribo en respuesta:
Dame cinco minutos.
—Tengo que irme —le digo a Owen mientras me dirijo a mi dormitorio.
No me he puesto el uniforme del trabajo, si es que se le puede llamar así. Las camareras tienen que llevar los vestidos más escandalosos que he visto en mi vida. Son al menos cuatro vestidos diferentes y absolutamente sexys en los que sobresalen las tetas o quedan demasiado ajustados. Dan mucho sex appeal. No parecemos busconas ni nada, pero si me agacho más de la cuenta, se me ve un poco el culo. La ropa interior para estos vestidos se llama culotte.
Estoy sacando el vestido de la percha cuando pillo a Owen espiándome en la puerta.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—¿Qué te parece si me hago un tatuaje?
La cabeza me da vueltas por un momento. Dios mío, ¿de dónde ha sacado esa idea?
—En primer lugar, solo tienes catorce años, así que legalmente no puedes hacerte un tatuaje. Segundo, solo tienes catorce años. ¿Qué podrías querer tatuarte para siempre en tu cuerpo?
—No sé. —Se vuelve a encoger de hombros—. Pensé que podría estar chulo. Tú tienes uno, ¿por qué yo no puedo?
—¿Tal vez porque yo soy adulta y tú no?
Unas cuantas semanas antes de Navidad, cuando todavía creía que Drew y yo teníamos una oportunidad, me hice uno. El tatuaje más estúpido que te puedas imaginar. Pensé que al hacérmelo, al tener un trozo de él permanentemente grabado en la piel, sin importar lo pequeño que fuera, podría de algún modo hacer que volviera a mí.
No funcionó. Y ahora me tengo que quedar con él. Gracias a Dios que es pequeño. Probablemente podría rellenarlo, si quisiera.
Pero ahora mismo no quiero hacerlo.
—O sea, que tú te pones las iniciales de un tío en tu cuerpo y está bien, ¿pero yo no puedo hacerme un tatuaje artístico de un dragón o algo así en la espalda? Qué injusto. —Sacude la cabeza con el cabello rubio sucio cayéndole en los ojos y me entran ganas de abofetearlo.
Y también quiero abrazarlo y preguntarle dónde está el chico sencillo y dulce que era hace menos de un año. Porque está claro que ya no está por aquí.
—No es lo mismo. —Me doy la vuelta, tiro del vestido y lo agarro con la mano—. Necesito cambiarme, así que tienes que irte.
—De todos modos, ¿quién es el chico? Nunca me lo has contado.
—No es nadie. —Las palabras son duras cuando salen de mis labios. Por supuesto que era alguien. Lo fue todo para mí durante el momento más breve e intenso de mi vida.
—Es alguien. Te rompió el corazón —dice Owen rezumando veneno—. Si alguna vez averiguo quién es, le daré una paliza.
No puedo evitar sonreír. Su defensa hacia mí es… maravillosa. Somos un equipo, Owen y yo. Solo nos tenemos el uno al otro.
***