He escuchado un sinfín de bromas y comentarios groseros sobre mi nombre desde que tengo memoria.
Pero no me lo hace pasar mal. Su expresión permanece neutra.
—Encantado de conocerte, Fable. Soy Colin.
Asiento con la cabeza sin saber qué más decir. Me tranquiliza al mismo tiempo que me pone nerviosa, y me deja confusa. Definitivamente, no encaja en este bar. Va vestido demasiado bien y tiene un aire de autoridad que roza la superioridad, como si estuviera por encima de todos los de aquí (y probablemente lo esté). Apesta a clase y dinero.
Pero no actúa como un gilipollas y debería, ya que he sido muy grosera con él. Se lleva la botella de cerveza a la boca, da un trago y lo observo sin reparos. Es guapo, arrogante y un problema.
No quiero tener nada que ver con él.
—Entonces, Fable —dice después de beberse media cerveza—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Arrastro los pies y echo un vistazo al bar. Nadie nos presta atención. Probablemente podría quedarme aquí y charlar con Colin, el cliente misterioso, durante quince minutos y nadie se quejaría.
—Claro.
—¿Por qué una mujer como tú trabaja en un bar de mierda como este?
—¿Por qué un chico como tú pide una cerveza en un bar de mierda como este? —replico al sentirme momentáneamente insultada.
Pero entonces me doy cuenta… Me acaba de hacer un cumplido. Y se ha referido a mí como una mujer. Nadie lo había hecho antes. Ni siquiera yo hago eso.
Inclina la cerveza hacia mí, como si estuviera ofreciéndome un brindis.
—Touché. ¿Te sorprendería si dijera que he entrado aquí para buscarte?
¿Sorprenderme? Más bien me pone los pelos de punta.
—No te conozco. ¿Cómo podrías estar buscándome?
—Debería reformular la frase. He venido con la esperanza de encontrar a alguien con quien poder escabullirme. —Se ríe ante mis cejas alzadas—. Soy propietario de un restaurante nuevo en la ciudad. The District. ¿Has oído hablar de él?
Sí. Algún lugar de moda que satisface a los universitarios ricos, los que tienen dinero ilimitado que pueden gastarse en comer, beber e irse de fiesta. Así que no es para mí.
—Sí.
—¿Has estado allí?
Niego con la cabeza lentamente.
—No.
Se vuelve a apoyar contra el asiento, me observa con los ojos penetrantes mientras hace una lectura lenta de mí. Ahora está fijándose completamente en mí y siento cómo me arden las mejillas por la vergüenza. El chico es un gilipollas.
Siempre he tenido predilección por los gilipollas.
—Ven conmigo al restaurante esta noche. Te lo enseñaré. —Su boca se curva en casi una sonrisa y me siento tentada.
Pero también me he prometido alejarme de los hombres, así que sé que es una mala idea.
—Gracias, pero no estoy interesada.
—No intento pedirte una cita, Fable —dice en voz baja, con los ojos brillantes.
Doy un paso atrás y echo un vistazo alrededor. Necesito apartarme de este tío. Rápido. Pero entonces, sus palabras detienen mis pasos.
—Trato de ofrecerte un trabajo.
Drew
—Vamos a hablar de Fable.
Me tenso, pero asiento con la cabeza. Hago lo que puedo para parecer neutral, como si el nuevo tema de conversación no me afectara.
—¿Qué quiere saber?
Mi loquera me observa con mirada cautelosa y firme.
—Todavía te molesta escuchar su nombre.
—No —miento.
Intento con todas mis fuerzas parecer indiferente, pero mi interior se agita. Temo y al mismo tiempo disfruto al escuchar el nombre de Fable. Quiero verla. Necesito verla.
Todavía no puedo ir a buscarla. Y ella, claramente, se ha dado por vencida conmigo. Merezco que se haya dado por vencida. Yo fui el primero en hacerlo con ella, ¿no?
Es más bien como si me hubiera dado por vencido conmigo mismo.
—No tienes que mentirme, Drew. Es normal que todavía sea difícil. —La doctora Sheila Harris se detiene y se da unos toquecitos en la barbilla con el dedo índice—. ¿Has considerado la idea de intentar verla?
Niego con la cabeza. Lo pienso todos los días, cada minuto de mi vida, pero mis consideraciones son inútiles.
—Me odia.
—Eso no lo sabes.
—Sé que me odiaría por lo que hice si fuera ella. Me encerré en mí mismo y la aparté, como siempre hago. Me rogó una y otra vez que no lo hiciera. Prometió que estaría ahí para mí sin importar qué pasara.
Aun así la dejé. Con una nota estúpida que tardé mucho en escribir y que contenía un mensaje secreto que mi inteligente y hermosa chica averiguó enseguida.
Pero ya no es mi chica. No puedo reclamarla. La ignoré y ahora…
La he perdido.
—¿Por qué la apartaste? Nunca me lo has contado.
A mi psicóloga le encanta hacerme preguntas difíciles, pero ese es su trabajo. Aun así odio responderlas.
—Es el único modo que conozco de salir adelante —admito.
La verdad me golpea en la cara. Siempre salgo corriendo.
Es mucho más fácil.
Yo mismo busqué a la doctora Harris. Nadie me empujó a hacerlo. Después de volver de Carmel, después de abandonar a Fable y dejarle esa nota de mierda, me refugié en mí mismo todavía más de lo que solía hacerlo. La cagué en el fútbol, las notas fueron un desastre. Las vacaciones de invierno llegaron y huí. Salí corriendo, literalmente, hacia una cabaña en medio de un bosque que le alquilé a una agradable pareja mayor en el lago Tahoe.
¿Cuál era mi plan? Hibernar como un oso. Apagar el teléfono, refugiarme en mí mismo y solucionar mis problemas. Aunque no preví lo duro que sería estar a solas con mis pensamientos. Mis recuerdos, tanto los buenos como los malos, me perseguían. Pensaba en mi madrastra, Adele, sobre mi cuerpo. Pensaba en mi padre y en lo mucho que la verdad (si es que realmente es la verdad) le afectaría. Pensaba en mi hermana pequeña, Vanessa, y en cómo murió. En cómo, después de todo, podría no ser mi hermana…
Pero sobre todo, pensaba en Fable. En lo enfadada que estaba cuando aparecí en su puerta y aun así me dejó entrar. La forma en que la toqué, cómo me tocó ella a mí, en cómo siempre parecía romper mis barreras y ver mi yo real. La dejé entrar. Quería dejarla entrar.
Y luego la abandoné. Con una nota sin sentido. Ella intentó hacer lo imposible por salvarme y no se lo permití. Me envió dos mensajes. El segundo me sorprendió, porque sé que es obstinada y pensé que lo dejaría después de no responderle el primero.
¿Cómo iba a contestar? Dijo todo lo que había que decir y yo habría respondido todo lo que no debería decir. Así que mejor no decir nada.
También me dejó un mensaje de voz. Todavía lo tengo. A veces, cuando me siento muy jodido, lo pongo. Escucho esas