¿Por qué hago este rodeo? Porque vivimos en la era de la descomposición de la subjetividad en el océano de los datos. Hay una diferencia esencial entre el saber inconsciente y los datos que registran lo que se denomina una identidad digital. El sujeto del inconsciente carece de identidad, de allí que deba realizar un considerable esfuerzo y valerse de distintos artificios psíquicos para fabricarse lo que llamamos un semblante, es decir, una apariencia de identidad, siempre frágil y fundamentalmente asida a alguna modalidad de síntoma que le proporciona un referente, un punto de apoyo donde consigue conjugar algunos fragmentos de su historia, las huellas simbólicas que se trazaron en su cuerpo, y las reverberaciones que eso produjo en el modo en que se afana por perseguir la satisfacción de sus pulsiones. Cada ser hablante constituye en cierto modo un objeto cuya singularidad lo convierte en algo que falta en el mundo. El inconsciente no solo es una instancia psíquica. Es también un modo de nombrar el hecho de que el sujeto es una excepción a los objetos que la ciencia puede abordar, puesto que su lógica no admite una reducción a los algoritmos del universo físico matemático, ni a los datos secuenciales estudiados por la biología. No es una metáfora ni una ficción literaria o poética que la relación entre el deseo y el hombre requiera del misterio. Por el contrario, la poesía y la literatura constituyen el más auténtico y legítimo discurso donde el deseo encuentra su reflejo, y el psicoanálisis le ha dado una forma teórica y se ha servido de él, de ese misterio, para crear un método clínico que hace del agujero en el saber la esencia misma del sujeto. Por lo tanto, el saber del inconsciente y el saber de los datos no solo se distinguen, sino que se oponen, en tanto estos últimos aspiran a obtener un relevamiento completo del sujeto, reducido de este modo a un ente contabilizable y medible como un mero fenómeno natural.
Aproximémonos un poco más a la paranoia, pero en el sentido más estrictamente clínico. ¿Qué es la paranoia? Una estructura psicótica caracterizada por un delirio consistente y bien estructurado, de carácter fundamentalmente persecutorio. El paranoico se experimenta como objeto de una acción exterior, que ejerce sobre él un efecto pernicioso y que abarca un espectro muy rico y variado. Desde la injuria, la malevolencia, hasta el complot que procura su degradación o su eliminación física, pasando por una amplia gama de perjuicios de toda índole. Esa acción exterior, esa intención maligna, obedece a la construcción que el paranoico ha hecho del mundo, y que el psicoanálisis escribe con la letra A mayúscula, el lugar del Otro, que significa varias cosas. Por una parte, el Otro es el lugar de la palabra, del saber, de la verdad. Es el lugar donde el sujeto se constituye y a la vez del que está excluido, por ser el inconsciente. El neurótico ignora esta dimensión del Otro, y solo la experimenta en momentos determinados (el sueño, el lapsus, el acto fallido, un síntoma, que supone la emergencia en su vida de algo que viene de otra parte que no reconoce como propia). El neurótico está separado del Otro por lo que llamamos la represión. El paranoico, en cambio, está inmerso en su relación con el Otro. Padece su tormento, su proximidad, advierte su presencia, adivina su intención, percibe su influencia, padece sus intrigas, sufre la ignominia de sus ataques, insultos, alusiones. Se siente burlado, injuriado, difamado por ese Otro que no lo abandona, y que se manifiesta bajo la forma de voces, susurros, cuchicheos, risas, mensajes insinuantes, órdenes explícitas o confusas. El Otro sabe todo sobre él. Lo vigila, penetra en sus pensamientos más íntimos. El Otro es absoluto, compacto, inatacable. Es, en verdad, la acción feroz del lenguaje como intrusión no regulada por la represión, y que el paranoico encarna en un agente exterior. Un agente que no presenta fisura alguna que permita eludir su presencia. Es un Otro que no duerme, no descansa, no se apaga, está siempre alerta, lo cual exige por parte del paranoico una contraofensiva, es decir, una contravigilancia, un estado de perpetua atención. La totalidad del mundo se convierte en un territorio poblado de signos que es preciso observar, descifrar, descodificar. Nada sucede por azar. La contingencia está por definición descartada, puesto que los sucesos obedecen a una lógica implacable, rigurosa, que sigue un orden establecido por la maldad del Otro, y que el paranoico reconstruye en todos sus detalles, empleando para ello toda su energía psíquica. El psicoanálisis tiene un concepto que de forma muy sintética logra expresar el fenómeno: el Otro no está castrado, es decir, es un saber tan compacto que si pudiéramos observarlo al microscopio revelaría una densidad indivisible. La omnipresencia del Otro es un rasgo fundamental de la paranoia. En algunos casos, el sujeto se identifica a ese Otro, y asume sus intenciones y su voluntad. Se considera a sí mismo apóstol del Otro, entregado a propagar su mensaje o ejecutar sus órdenes. Es frecuente que en esas circunstancias el Otro se desdoble en dos figuras o instancias. Una que encarna el mal del que el sujeto debe protegerse y en ocasiones proteger a la humanidad, y otra que encarna al héroe que lidera la salvación, y emplea al paranoico como instrumento de lucha.
Existen numerosas aplicaciones que con distintos propósitos permiten conocer la localización de personas conocidas o desconocidas que poseen inclinaciones sexuales afines o deseos comunes. El término «compartir», como ya señalamos, ha devenido en uno de los verbos más utilizados en el mundo virtual. Lo que subyace a esta hermosa idea de una comunidad que comparte sus experiencias, sus emociones y la posibilidad de encuentros, es en verdad una compleja trama de algoritmos matemáticos que permiten establecer un intercambio instantáneo de datos. Yo puedo localizar a otros en la medida en que soy a su vez localizado y, todos juntos —los otros y yo— quedamos constituidos en el objeto de esa mirada absoluta que carece de toda intención, es una mirada vacía, una mirada que nos reduce a puro cálculo, volcado en bases de datos que almacenan nuestra vida deconstruida en trazos, rasgos, marcas, huellas, que son analizadas para extraer una esencia fundamental: la singularidad de nuestro goce, nuestro modo inconsciente de satisfacción. ¿A quién le interesa eso? A muchos. Tengamos en cuenta que nuestro goce no solo consiste en la clase de satisfacción sexual que podemos obtener por medios autoeróticos o sirviéndonos del vínculo con otro cuerpo. Nuestro goce está presente en lo que consumimos, lo que leemos, aquello en lo que trabajamos, en nuestras ideas políticas, nuestros juicios y prejuicios. No hay aspecto alguno de nuestra vida en la que el goce no deje su huella. O quizás sea más correcto decir que el goce que nos singulariza se expande y se infiltra en nuestro pensamiento, nuestro cuerpo y nuestros actos. Es evidente que —al menos de momento— no existe un modo de traducir el goce al cálculo. A pesar de que el neurótico obsesivo realiza ingentes esfuerzos para intentarlo y dedica gran parte de su tiempo a esa labor, las cuentas nunca le cierran bien y un incómodo y a menudo desesperante resto que no encaja lo obliga a reiniciar de nuevo el proceso de contabilidad. Los ingenieros informáticos trabajan de manera más racional, aleccionados por expertos que saben muy bien lo que buscan, aunque no empleen exactamente nuestros recursos teóricos. El hecho señalado por Lacan de que a la clásica distinción entre valor de uso y valor de cambio hay que añadirle el concepto de valor de goce ya es bien conocida por aquellos que trabajan en la industria emocional. Quora es un boletín de noticias elaborado por Google, y que envía de