Páginas escogidas. Antonio Machado. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antonio Machado
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4057664154460
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veces ciento, cien mil;

      mil veces mil, un millón.”

      Una tarde parda y fría

      de invierno. Los colegiales

      estudian. Monotonía

      de la lluvia en los cristales.

       Índice

      Yo voy soñando caminos

      de la tarde. ¡Las colinas

      doradas, los verdes pinos,

      las polvorientas encinas!...

      ¿Adónde el camino irá?

      Yo voy cantando, viajero

      a lo largo del sendero...

      —La tarde cayendo está.—

      “En el corazón tenía

      la espina de una pasión;

      logré arrancármela un día:

      ya no siento el corazón.”

      Y todo el campo un momento

      se queda, mudo y sombrío,

      meditando. Suena el viento

      en los álamos del río.

      La tarde más se obscurece,

      y el camino, que serpea

      y débilmente blanquea,

      se enturbia y desaparece.

      Mi cantar vuelve a plañir:

      “Aguda espina dorada,

      ¡quién te pudiera sentir

      en el corazón clavada!”

       Índice

      Hacia un ocaso radiante

      caminaba el Sol de estío,

      y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

      tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

      Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

      de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

      entre metal y madera,

      que es la canción estival.

      En una huerta sombría,

      giraban los cangilones de la noria soñolienta.

      Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

      Era una tarde de Julio luminosa y polvorienta.

      Yo iba haciendo mi camino,

      absorto en el solitario crepúsculo campesino.

      Y pensaba: “¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,

      toda desdén y armonía;

      hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

      de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!”

      Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

      Lejos, la ciudad dormía

      como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

      Bajo los arcos de piedra, el agua clara corría.

      Los últimos arreboles coronaban las colinas,

      manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

      Yo caminaba cansado,

      sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

      El agua en sombra pasaba tan melancólicamente

      bajo los arcos del puente,

      como si al pasar dijera:

      “Apenas desamarrada

      la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

      se canta: no somos nada.

      Donde acaba el pobre río, la inmensa mar nos espera.”

      Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

      (Yo pensaba: ¡el alma mía!)

      Y me detuve un momento,

      en la tarde a meditar...

      ¿Qué es esta gota en el viento

      que grita al mar: Soy el mar?

      Vibraba el aire, asordado

      por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

      cual si estuviera sembrado

      de campanitas de oro.

      En el azul fulguraba

      un lucero diamantino.

      Cálido viento soplaba,

      alborotando el camino.

      Yo, en la tarde polvorienta,

      hacia la ciudad volvía.

      Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

      Bajo las ramas obscuras, caer el agua se oía.

       CANTE HONDO

       Índice

      Yo meditaba absorto, devanando

      los hilos del hastío y la tristeza,

      cuando llegó a mi oído,

      por la ventana de mi estancia, abierta

      a una caliente noche de verano,

      el plañir de una copla soñolienta,

      quebrada por los trémolos sombríos

      de las músicas magas de mi tierra.

      ... Y era el Amor, como una roja llama...

      —Nerviosa mano en la vibrante cuerda

      ponía un largo suspirar de oro

      que se trocaba en surtidor de estrellas.—

      ... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,

      el paso largo, torva y esquelética.

      —Tal cuando yo era niño la soñaba.—

      Y en la guitarra, resonante y trémula,

      la brusca mano, al golpear, fingía

      el reposar de un ataúd en tierra.

      Y era un plañido solitario el soplo

      que el polvo barre y la ceniza aventa.

       Índice

      La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

      al Sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

      ¿No ves, en el encanto del mirador florido,

      el