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Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Las Crónicas de la Invasión
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9781640294608
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que era la cuenta atrás para algo, que no solo marcaba la hora. Daba la sensación que los latidos eran sutilmente cada vez más intensos, como si estuvieran formando un crescendo lejano. Había una palabra en un idioma que él no debería haber entendido, pero que sí que entendió.

      «Espera».

      Kevin quería preguntar qué se suponía que tenía que esperar, o cuánto tiempo o por qué. Sin embargo, no lo hizo, en parte porque no estaba seguro de a quién tenía que preguntar y, en parte, porque casi tan repentinamente como llegó el momento, se fue, dejando a Kevin levantándose la oscuridad y encontrándose tumbado en el suelo de la clase, mientras la Srta. Kapinski lo supervisaba.

      —Quédate quieto un momento, Kevin —dijo—. He mandado llamar al médico del colegio. Hal estará aquí en un minuto.

      Kevin se incorporó a pesar de sus instrucciones, pues a estas alturas ya conocía bien esa sensación.

      —Estoy bien —le aseguró.

      —Creo que tendría que ser Hal el que lo determinara.

      Hal era un antiguo paramédico grande y robusto que prestaba servicios para asegurarse de que los alumnos de St. Brendan School superaban cualquier emergencia médica que sufriesen. Algunas veces, Kevin sospechaba que lo hacían porque pensar en la idea del cuidado de un médico les hacía ignorar los peores daños.

      —Vi cosas —consiguió decir Kevin—. Había un planeta, y un sol ardiente, y una especie de mensaje… como una cuenta atrás.

      En las películas, alguien hubiera insistido en ponerse en contacto con alguien importante. Hubieran reconocido el mensaje por lo que era. Hubiera habido reuniones e investigaciones. Y alguien hubiera hecho algo al respecto. Fuera de las películas, Kevin solo era un chico de trece años y la Srta. Kapinski lo miraba con una mezcla de lástima y leve perplejidad.

      —Bueno, estoy segura de que no es nada —dijo—. Probablemente es normal ver toda clase de cosas cuando tienes este tipo de… episodios.

      A su alrededor, Kevin oía el cuchicheo de los demás que estaban en su clase. Nada de esto le hacía sentirse mejor.

      —… cayó y empezó a dar sacudidas…

      —… yo oí que estaba enfermo, espero que no se contagie…

      —… Kevin cree que ve planetas…

      El último fue el que le hizo daño. Lo dijo como si él se estuviera volviendo loco. Kevin no se estaba volviendo loco. Como mínimo, él no lo creía.

      A pesar de sus mejores intentos por insistir en que estaba bien, Kevin todavía tuvo que ir con Hal cuando el médico vino. Tuvo que sentarse en el despacho del médico mientras dirigía unas luces a los ojos de Kevin y hacía preguntas sobre una enfermedad de la que era evidente que él no tenía más idea de la que Kevin tenía sobre lo que estaba pasando.

      —El director quería vernos cuando yo estuviera seguro de que tú estabas bien —dijo—. ¿Te sientes en condiciones de ir andando hasta su despacho, o le pedimos que venga hasta aquí?

      —Puedo andar —dijo Kevin—. Estoy bien.

      —Si tú lo dices —dijo Hal.

      Se dirigieron al despacho del director, y Kevin casi ni se sorprendió de encontrar allí a su madre. Evidentemente la habían llamado por una emergencia médica, evidentemente estaría allí si él se desplomaba, pero eso no era bueno, no cuando se suponía que debía estar en el trabajo.

      —Kevin, ¿estás bien? —le preguntó su madre en cuanto llegó, dirigiéndose hacia él y envolviéndolo en un abrazo—. ¿Qué pasó?

      —Estoy bien, mamá —dijo Kevin.

      —Sra. McKenzie, estoy seguro de que no la hubiéramos llamado si no fuera grave —dijo el director—. Kevin se desplomó.

      —Ahora estoy bien —insistió Kevin.

      Pero parecía que, por muchas veces que lo dijera, no cambiaba nada.

      —Además —dijo el director—, parece ser que estaba bastante confundido cuando volvió en sí. Hablaba de… bueno, de otros planetas.

      —Planetas —repitió la madre de Kevin. Lo dijo con una voz monótona.

      —La Srta. Kapinski dice que alteró un poco su clase cuando lo hizo —dijo el director. Suspiró—. No sé si tal vez sería mejor que Kevin se quedara en casa una tiempo.

      Lo dijo sin mirar a Kevin. Allí se estaba tomando una decisión y, aunque Kevin era el centro de la misma, quedaba claro que en realidad él no tenía ni voz ni voto.

      —Yo no quiero perder escuela —dijo Kevin, mirando a su madre. Seguramente ella tampoco querría que lo hiciera.

      —Creo que lo que tenemos que preguntarnos —dijo el director— es si, en este punto, la escuela es realmente lo mejor que puede hacer Kevin con el tiempo que le queda.

      Probablemente, la intención era decirlo de una forma amable pero lo único que consiguió fue recordarle a Kevin lo que había dicho el médico. Seis meses de vida. No parecía el tiempo suficiente para nada, y mucho menos para tener una vida. Seis meses que valen segundos, cada uno de los cuales pasa a un ritmo regular que coincidía con la cuenta atrás dentro de su cabeza.

      —¿Me está diciendo que no tiene sentido que mi hijo esté en la escuela porque de todas formas pronto estará muerto? —dijo bruscamente su madre—. ¿Eso es lo que me está diciendo?

      —No, claro que no —dijo el director a toda prisa, levantando las manos para calmarla.

      —Eso es lo que parece que esté diciendo —dijo la madre de Kevin—. Parece que pierda los papeles con la enfermedad de mi hijo tanto como los chicos que hay aquí.

      —Lo que estoy diciendo es que va a ser difícil enseñar a Kevin a medida que esto empeore —dijo el director—. Lo intentaremos, pero… ¿no prefieres aprovechar al máximo el tiempo que te queda?

      Lo dijo en un tono amable que consiguió llegar directo al corazón de Kevin. Estaba diciendo exactamente lo que su madre había pensado, pero en palabras más amables. Lo peor era que tenía razón. Kevin no iba a vivir el tiempo suficiente para ir a la facultad, o tener un trabajo, o hacer cualquier cosa para la que necesitara que la escuela lo preparase, así que ¿por qué molestarse en estar ahí?

      —No pasa nada, mamá —dijo, alargando la mano para tocarle el brazo.

      Aquella pareció ser una razón suficiente para convencer a su madre y eso le hizo ver a Kevin lo grave que era todo esto. En cualquier otra ocasión, hubiera esperado que su madre discutiera. Ahora parecía que le habían succionado las ganas de discutir.

      Salieron a buscar el coche en silencio. Kevin se giró para mirar la escuela. Le golpeó el pensamiento de que probablemente no volvería. Ni tan solo había tenido la oportunidad de despedirse.

      —Siento que te llamaran al trabajo —dijo Kevin cuando se sentaron en el coche. Notaba la tensión que había. Su madre no encendió el motor, simplemente se quedó sentada.

      —No es solo eso —dijo ella—. Solo es que… cada vez era más fácil fingir que no pasaba nada. —Parecía muy triste, profundamente dolida. Kevin se había acostumbrado a la expresión que significaba que estaba intentando no llorar. Pero no lo estaba logrando.

      —¿De verdad que estás bien, Kevin? —preguntó, incluso entonces, era él el que la abrazaba a ella, tan fuerte como podía.

      —Yo… ojalá no tuviera que dejar la escuela —dijo Kevin. Nunca hubiera pensado que se escucharía a sí mismo decir eso. Nunca hubiera pensado que escucharía a alguien decir eso.

      —Podemos volver a entrar —dijo su madre—. Podría decirle al director que voy a traerte aquí mañana, y después cada día, hasta…

      Rompió a llorar.

      —Hasta