A la vez, Atme dio un paso adelante y rajó a la criatura justo antes de que pudiera hundir sus colmillos en la garganta de Brandt.
Entonces Kendrick giró y dio cuchilladas a dos criaturas antes de que se abalanzaran sobre Atme.
Iba de aquí para allá, girando y dando cuchilladas, luchando criatura contra criatura hasta la última. Las criaturas caían a sus pies, amontonándose en la arena y esta se volvió roja por la sangre.
Por el rabillo del ojo, Kendrick divisó a varias criaturas que agarraban a Kaden y empezaban a correr con él. El corazón de Kendrick latía con fuerza; sabía que era una situación extrema. Si las perdía de vista, desaparecerían en el desierto y no volverían a encontrar a Kaden.
Kendrick sabía que debía ponerse a correr. Se escapó de la lucha, dando codazos a varias criaturas para abrirse camino, y fue en busca del chico, dejando a los otros luchando contra las criaturas. Varias criaturas lo siguieron y Kendrick se giró, dándoles patadas y rajándolos para disuadirlas mientras avanzaba. Kendrick sentía que lo arañaban por todos lados, pero a pesar de ello, no se detuvo. Tenía que llegar hasta Kaden a tiempo.
Al divisar a Kaden, Kendrick supo que debía detenerlo; sabía que solo tenía una posibilidad.
Kendrick alargó la mano hasta su cintura, agarró un cuchillo y lo lanzó. Fue a parar al cuello de la criatura y la mató justo antes de que pudiera clavar sus garras en la garganta de Kaden. Kendrick salió disparado de la multitud, achicando la brecha, corriendo directo hasta Kaden y apuñalando a otra justo antes de que pudiera acabar con él.
Kendrick se puso en situación de defensa ante Kaden, que yacía atado en el suelo, mientras Kendrick acababa con sus captores. A medida que se le acercaban más criaturas, Kendrick paraba sus garras en todas direcciones. Estaba rodeado, dando cuchilladas en todas direcciones, pero decidido a salvar a Kaden. Vio que los demás estaban demasiado inmersos en la batalla para correr al lado de Kaden.
Kendrick levantó la espada en alto y cortó las cuerdas del chico, liberándolo.
“¡Toma mi espada!” le rogó Kendrick.
Kaden agarró la espada corta sobrante de la vaina de Kendrick, se dio la vuelta y se enfrentó al resto de criaturas, al lado de Kendrick. Aunque era joven, Kendrick vio que el chico era rápido, valiente y atrevido y Kendrick se sintió satisfecho de tenerlo a su lado, luchando contra las criaturas.
Luchaban bien juntos, derribando criaturas a diestro y siniestro. Pero, a pesar de luchar como lo hacían, había demasiadas de ellas y Kendrick y Kaden pronto estuvieron completamente rodeados.
Kendrick estaba perdiendo fuerza, sus hombros estaban agotados, cuando de repente vio que las criaturas empezaban a caer y escuchó un gran grito de batalla tras ellas. Kendrick estaba eufórico al ver a Koldo, Ludvig, Brandt y Atme abriéndose camino entre las filas, matando criaturas en todas direcciones. Alentado, Kendrick contraatacó, dando un último empujón con Kaden a su lado. Los seis, luchando juntos, eran imparables, derribaban a todas las criaturas.
Kendrick estaba allí en silencio, respirando con dificultad sobre la arena del desierto, estudiando la situación; apenas podía creer lo que acababan de hacer. A su alrededor se amontonaban los cadáveres de las bestias, tumbados en varias direcciones, la arena roja por la sangre. Él y los demás estaban cubiertos de heridas, desollados, pero todos vivos. Y Kaden, con una sonrisa de oreja a oreja, era libre.
Kaden alargó los brazos para abrazar a cada uno de ellos, uno a uno, empezando por Kendrick, mirándolo de manera significativa. Guardó su último abrazo para Koldo, su hermano mayor, y Koldo le devolvió el abrazo, mientras su negra piel parecía ondear en el cielo.
“No puedo creer que vinieras a por mí”, dijo Kaden.
“Eres mi hermano”, dijo Koldo. “¿En qué otro lugar iba a estar?”
Kendrick escuchó un ruido y, al echar un vistazo, vio a los seis caballos que aquellas criaturas habían secuestrado, todos atados juntos con una cuerda y él y los demás intercambiaron miradas cómplices.
A la una, todos fueron corriendo hacia allí y montaron sobre las bestias, apenas estaban sentados cuando les hundieron sus talones y espolearon a las bestias a ir hacia delante, de vuelta al Desierto, todos en dirección a la Cresta, finalmente de vuelta a casa.
CAPÍTULO QUINCE
Erec estaba en la popa de su barco, ocupando la parte trasera de su flota y mirando con ansiedad por encima de su hombro una vez más. Por un lado, se sentía aliviado porque habían conseguido aniquilar la aldea del Imperio y desviarse río arriba hacia Volusia, hacia Gwendolyn; por otro lado, había pagado un precio caro, no solo en hombres perdidos, sino en tiempo perdido -se había quedado sin la ventaja que le llevaba a lo que quedaba de la flota del Imperio. Al mirar hacia atrás vio que los seguían, demasiado cerca, serpenteando río arriba, a pocos cientos de metros, ondeando las banderas negras y doradas del Imperio. Había perdido la ventaja de un día que les llevaba y ahora ellos le seguían enfurecidos, como un avispón persiguiendo a su presa, con sus barcos superiores y mejor dirigidos, acercándose más con cada ráfaga de viento.
Erec se giró y examinó el horizonte. Por sus vigilantes sabía que Volusia estaba en algún lugar más allá de la curva, sin embargo, a la velocidad a la que el Imperio estaba achicando la brecha, se preguntaba si su pequeña flota la alcanzaría a tiempo. Empezaba a darse cuenta de que, si no llegaba a tiempo, tendrían que dar la vuelta y defender su posición y aquella era una posición, para la que estaban ampliamente superados en número, que no podrían ganar.
Erec escuchó un ruido que hizo que se le erizaran los pelos de la nuca y, al darse la vuelta y alzar la vista, vio algo que le dejó helado de miedo: habían soltado una avalancha de flechas del Imperio y ahora surcaban el aire, ennegreciendo el cielo, dirigiéndose en un arco alto hacia su flota. Erec se preparó y observó aliviado que la primera avalancha iba a parar al agua que estaba a su alrededor, a quizás menos de veinte metros de ellos, el ruido de las flechas al golpear el agua sonaba como pesadas gotas de lluvia.
“¡FLECHAS!” exclamó Erec, alertando a sus hombres para que se pusieran a cubierto.
La mayoría de ellos lo hicieron, sin que les sobrara mucho tiempo. Pronto siguió otra avalancha, estas disparadas por ballestas de mayor alcance y Erec observó horrorizado cómo una alcanzaba la cubierta de su barco y uno de sus soldados gritaba. Erec se dio la vuelta y vio cómo salía de su pierna, perforada por una flecha fortuita, la única con un alcance lo suficientemente lejano para llegar hasta él.
Erec sintió una ráfaga de indignación y de urgencia. El Imperio los tenía dentro de su alcance; muy pronto los adelantarían y con la flota de miles de barcos del imperio, simplemente no había forma de que los pudieran derrotar. Erec sabía que tenía que pensar con rapidez.
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