Darius salió volando por los aires a unos nueve metros, sintiendo que le faltaba el aire y cayó de espaldas, dando vueltas por la arena. Dio más y más vueltas, intentando recuperar el aliento mientras escuchó el grito ahogado de la multitud.
Se dio la vuelta e intentó vislumbrar a su padre, preocupado por él, y por el rabillo del ojo vio que arrojaba su lanza hacia arriba, apuntando a los ojos de uno de los enormes elefantes y, a continuación, se apartaba rodando mientras el elefante iba a por él.
Fue un golpe perfecto. Se clavó firmemente en su ojo y, al hacerlo, el elefante gritó y barritó, sus rodillas cedieron cuando tropezó hacia el suelo y rodó, llevándose con él al otro elefante en una enorme nube de polvo.
Darius consiguió ponerse de pie, inspirado y decidido, y fijó la mirada en uno de los soldados del Imperio, que había caído y estaba rodando por el suelo. El soldado logró ponerse sobre sus rodillas, entonces se dio la vuelta y, todavía agarrando su lanza, apuntó hacia la espalda del padre de Darius. Su padre estaba allí, desprevenido, y Darius supo que estaría muerto en un instante.
Darius se puso en acción. Fue hacia el soldado, levantó su espada y, de un corte, le quitó la lanza de la mano, a continuación la blandió y lo decapitó.
La multitud vitoreó.
Pero Darius tuvo poco tiempo para gozar de su triunfo: escuchó un gran estruendo y, al darse la vuelta, vio que el otro elefante -junto con su jinete- había conseguido ponerse de pie y se le echaba encima. Sin tiempo para apartarse de su camino, Darius se tumbó sobre su espalda, cogió la lanza y la sostuvo recta hacia arriba, mientras el pie del elefante se acercaba. Esperó hasta el último momento, entonces se apartó rodando por el suelo de allí mientras el elefante se disponía a aplastarlo contra el suelo.
Darius sintió un fuerte viento cuando el pie del elefante pasó a toda velocidad por su lado, no tocándolo por centímetros y, a continuación, escuchó un grito y el ruido del impacto de la lanza en la carne. La lanza se levantó hacia arriba, atravesó su carne y salió por el otro lado.
El elefante corcoveaba y chillaba, corriendo en círculos y, mientras lo hacía, el soldado del Imperio que iba montado en él, perdió el equilibrio y cayó desde unos quince metros, gritando al llegar al suelo para encontrarse con su muerte, aplastado por la caída.
El elefante, todavía llevado por la furia, se balanceó hacia el otro lado y golpeó a Darius con su trompa haciendo que saliera volando una vez más y cayera en la otra dirección, Darius sentía como si todas sus costillas se estuvieran rompiendo.
Mientras Darius andaba sobre sus manos y sus rodillas, intentando recuperar la respiración, alzó la vista y vio a su padre luchando con valor contra varios soldados del Imperio que habían dejado salir por las puertas para ayudar a los demás. Giraba y acuchillaba y daba golpes con su garrote, derribando a varios de ellos en todas direcciones.
El primer elefante que había caído, con la lanza todavía en el ojo, consiguió ponerse de pie, alentado por un latigazo de otro soldado del Imperio que se subió de un salto sobre su lomo. Bajo su mando, el elefante se rebeló y después fue directo hacia el padre de Darius quien, desprevenido, continuaba luchando contra los soldados.
Darius observaba cómo sucedía mientras estaba allí sin poder hacer nada, su padre demasiado lejos de él y él incapaz de llegar allí a tiempo. El tiempo iba más despacio mientras él veía cómo el elefante se dirigía directamente hacia él.
“¡NO!” gritó Darius.
Darius observó horrorizado cómo el elefante iba corriendo a toda velocidad hacia delante, directo hacia su padre, que estaba desprevenido. Darius echó a correr por el campo de batalla, a toda prisa para llegar a tiempo y salvarlo. Pero sabía que aunque corriera, aquello era inútil. Era como observar cómo su mundo se hacía pedazos a cámara lenta.
El elefante bajó sus colmillos, corrió hacia delante y atravesó a su padre por la espalda.
Su padre gritó, mientras le salía la sangre por la boca y el elefante lo levantaba por los aires.
Darius sintió que su corazón se cerraba en un puño mientras veía a su padre, el guerrero más valiente que jamás había visto, por los aires, atravesado por el colmillo, luchando por liberarse a pesar de que estaba muriendo.
“¡PADRE!” chilló Darius.
CAPÍTULO DIEZ
Thorgin estaba en la proa del barco, agarrando con fuerza la empuñadura de su espada y mirando horrorizado al enorme monstruo marino que salía de las profundidades del mar. Era del mismo color que el mar de sangre que había allá abajo y, al alzarse más y más, proyectaba una sombra sobre la poca luz que había en aquella Tierra de Sangre. Abrió sus enormes mandíbulas, dejando al descubierto docenas de filas de afilados dientes y lanzaba sus tentáculos en todas direcciones, algunos de ellos más largos que el barco, como si una criatura llegara de las mismas profundidades del infierno para darles un abrazo.
Entonces se precipitó hacia el barco, dispuesto a tragárselos a todos.
Al lado de Thorgrin, Reece, Selese, O’Connor, Indra, Matus, Elden y Angel, todos ellos sujetando sus armas, se mantenían firmes y sin miedo delante de aquella bestia. Thor reforzó su decisión al notar que la Espada de los Muertos vibraba en su mano y supo que debía pasar a la acción. Tenía que proteger a Angel y a los demás y sabía que no podía esperar a que la bestia viniera hacia ellos.
Thorgrin saltó hacia delante para ir a su encuentro, se puso encima del barandal, levantó la espada por encima de su cabeza y, cuando uno de los tentáculos se acercó balanceándose por un lado hacia él, él blandió la espada y lo cortó. El enorme tentáculo, amputado, cayó al barco con un ruido hueco, haciéndolo temblar y después resbaló por cubierta hasta chocar con un estruendo contra el barandal.
Los otros tampoco dudaron. O’Connor soltó una avalancha de flechas hacia los ojos de la bestia, mientras Reece cortaba otro tentáculo que bajaba por la cintura de Selese. Indra arrojó su lanza, que le perforó el pecho, Matus blandió su mayal, que le amputó otro tentáculo, y Elden usó su hacha para cortarle dos de un golpe. A la una, la Legión cayó sobre aquella bestia, atacándola como una máquina precisa.
La bestia chilló furiosa, con varios tentáculos perdidos y perforada por flechas y lanzas, estaba claro que la habían cogido desprevenida con un ataque coordinado. Con su primer ataque detenido, gritó todavía más alto por la frustración, salió disparada hacia el aire y con la misma rapidez se sumergió bajo la superficie, creando nuevas olas y haciendo que el barco se balanceara a su paso.
Thor miraba fijamente en el repentino silencio, perplejo, y por un instante pensó que quizás se había retractado, que la habían derrotado, especialmente al ver el charco de sangre de la bestia en la superficie. Pero entonces tuvo el presentimiento de que todo se había quedado muy tranquilo demasiado pronto.
Y entonces, demasiado tarde, se dio cuenta de lo que la bestia estaba a punto de hacer.
“¡AGARRAOS!” exclamó Thor a los demás.
Thor apenas había pronunciado las palabras cuando sintió que el barco se levantaba del agua de manera insegura, más y más alto, hasta que estuvo en el aire, en los tentáculos de la bestia. Thor bajó la mirada y vio a la bestia allí abajo, con sus tentáculos rodeando el barco de proa a popa. Se preparó para la colisión que estaba por llegar.
La bestia arrojó el barco y este salió volando por los aires como un juguete, todos ellos intentaban sujetarse con todas sus fuerzas, hasta que finalmente fue a parar al mar, con un violento balanceo.
Thor y los demás se soltaron y fueron resbalando por cubierta por todas partes, dándose golpes contra la madera mientras el barco se sacudía y daba vueltas. Thor divisó a Angel resbalando por la cubierta, en dirección al barandal,