El Tipo Perfecto . Блейк Пирс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Блейк Пирс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Un Thriller de Suspense Psicológico con Jessie Hunt
Жанр произведения: Современные детективы
Год издания: 0
isbn: 9781640299955
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claro que sí, era completamente zurdo. Tenía problemas para pasarse a su derecha. Los defensas le hacían pasarse a ese lado y así terminaban con él. Fue otra de las razones de que nunca triunfara como profesional”.

      “Eso es extraño”, murmuró ella.

      “¿Qué pasa?”, preguntó Hernández.

      “Es solo que… ¿podéis venir aquí, chicos? Hay algo que no me parece que tenga mucho sentido en esta escena del crimen”.

      Los detectives se acercaron y se detuvieron justo detrás de donde estaba arrodillada. Señaló al brazo izquierdo de Lionel.

      “Parece que esa aguja esté metida hasta la mitad de su brazo, pero no está ni siquiera cerca de una vena”.

      “¿Quizá tuviera mala puntería?”, sugirió Reid.

      “Quizá”, concedió Jessie. “Pero mira su brazo derecho. Hay una línea nítida de rastros que siguen sus venas. Es bastante meticuloso para un drogadicto. Y tiene sentido, porque era zurdo. Naturalmente, se inyectaría el brazo derecho con su mano dominante”.

      “Eso tiene sentido”, asintió Hernández.

      “Entonces pensé que quizá es que era más torpe cuando utilizaba su mano derecha”, continuó Jessie. “Como dijiste, detective Reid, quizá tuviera mala puntería”.

      “Exactamente”. dijo Reid.

      “Pero mira”, dijo Jessie señalando al brazo. “Excepto por el punto donde está la aguja ahora mismo, su brazo izquierdo está limpio—no hay rastros de marcas en absoluto”.

      “¿Qué te indica eso?”, preguntó Hernández, que empezaba a ver lo que quería decir.

      “Me indica que no se pinchaba en su brazo izquierdo en absoluto. Por lo que puedo decir, este tampoco es la clase de hombre que dejaría que otra persona le pinchara en su brazo. Tenía un sistema. Era muy metódico. Mira la parte superior de su mano derecha. También tiene marcas allí. Prefería pincharse en la mano antes que confiar en otra persona. Apuesto a que, si le quitamos los calcetines, también encontraremos marcas entre los dedos de su pie derecho”.

      “Entonces, ¿estás sugiriendo que no fue una sobredosis?”, preguntó Reid con escepticismo.

      “Sugiero que alguien quería que pareciera una sobredosis, pero hizo un trabajo chapucero y simplemente le clavó la aguja en alguna parte de su brazo izquierdo, el que la gente diestra utilizaría normalmente”.

      “¿Por qué?”, preguntó Reid.

      “Bueno”, dijo Jessie con cautela. “Empecé a pensar en el hecho de que su calzado haya desaparecido. El resto de su ropa está aquí. Me pregunto si, como ha sido un jugador profesional, a lo mejor su calzado era de los caros. ¿No hay algunas de esas deportivas que se venden por cientos de dólares?”.

      “Así es”, dijo Hernández, que sonaba excitado. “De hecho, cuando se unió a la liga al principio y todo el mundo pensó que se iba a convertir en alguien grande, firmó un contrato de calzado con una compañía que estaba empezando llamada Hardwood. La mayoría de los chicos firmaron contratos con alguna de las grandes compañías—Nike, Adidas, Reebok. Sin embargo, Lionel se decidió por esta gente. Se les consideraba atrevidos. Quizá demasiado porque declararon la bancarrota hace unos cuantos años”.

      “Entonces las deportivas no serían tan valiosas”, dijo Reid.

      “La verdad es que más bien lo contrario es cierto”, corrigió Hernández. “Como se fueron a quiebra, sus deportivas se convirtieron en un artículo muy valorado. Solo hay unas cuantas en circulación, así que son bastante valiosas para los coleccionistas. Como embajador de la compañía, seguro que Lionel recibió toneladas de ellas cuando firmó el contrato. Y estoy dispuesto a apostar que llevaba unas puestas esta noche”.

      “Así que”, continuó Jessie, “alguien le vio con esas deportivas. Quizá estaban desesperados por hacer algo de dinero. Lionel no tiene aspecto de ser un tipo duro. Es un objetivo fácil. Así que esta persona derriba a Lionel, le roba el calzado, y le mete la aguja en el brazo, con la esperanza de que lo veamos como otra sobredosis más”.

      “No es una teoría descabellada”, dijo Hernández. “Veamos si podemos poner en marcha una búsqueda de cualquiera que lleve puestas un par de Hardwoods”.

      “Si Lionel no murió de sobredosis, ¿cómo le mató el perpetrador?”, observó Reid. “No veo nada de sangre”.

      “Creo que esa es una pregunta excelente… para el médico forense”, dijo Hernández, sonriendo mientras pasaba al otro lado de la cinta de acordonamiento. “¿Por qué no llamamos a alguno y vamos a tomar el almuerzo?”.

      “Tengo que pasarme por el banco”, dijo Reid. “Quizá mejor os veo de nuevo en comisaría”.

      “Muy bien, parece que estamos solo tú y yo, Jessie”, dijo Hernández. “¿Qué te parece si vamos a por un perrito caliente de un puesto callejero? Antes vi a un chico al otro lado de la calle”.

      “Creo que me voy a arrepentir, pero lo haré de todos modos porque no quiero parecer una gallina”.

      “Sabes qué”, señaló él, “si dices que lo vas a hacer para no parecer una gallina, todo el mundo sabrá que solo vas a comértelo para ganar puntos. Y eso es bastante gallina. No es más que un consejo profesional”.

      “Gracias, Hernández”, contestó Jessie. “Hoy estoy aprendiendo todo tipo de cosas”.

      “Se le llama formación práctica”, dijo él, y continuó metiéndose con ella mientras bajaban por el callejón hasta la calle. “Claro que, si pones tanto cebollas como pimientos en el perrito, puede que ganes algunos puntos en la calle”.

      “Guau”, dijo Jessie, sonriendo. “¿Qué le parece a tu mujer cuando está tumbada a tu lado y tú apestas a todo eso?”.

      “No supone un gran problema”, dijo Hernández, que entonces se dio la vuelta para pedir su comida al vendedor.

      Había algo en la respuesta de Hernández que le resultó peculiar. Quizá a su mujer le diera igual el olor a cebollas y pimientos en la cama. Pero su tono sugería que a lo mejor no era un gran problema porque él y su mujer no compartían la cama en este momento.

      A pesar de la curiosidad que sentía, Jessie lo dejó estar. Apenas conocía a este hombre. No se iba a poner a interrogarle sobre el estado de su matrimonio, pero deseaba poder averiguar si su instinto se equivocaba o si sus sospechas eran correctas.

      Hablando de instinto, el vendedor le estaba mirando con expectación, esperando a que hiciera su pedido. Jessie miró el perrito de Hernández, que rebosaba de cebollas, pimientos, y lo que parecía ser salsa. El detective la estaba observando, claramente dispuesto a burlarse de ella.

      “Tomaré lo que él está comiendo”, dijo ella. “Exactamente lo mismo”.

      *

      De vuelta a comisaría unas cuantas horas después, estaba saliendo del baño para mujeres por tercera vez cuando Hernández se le acercó con una enorme sonrisa en el rostro. Se forzó a parecer casual, ignorando el incómodo revoltijo que sentía en las tripas.

      “Buenas noticias”, dijo él, que por suerte parecía no ser consciente de su incomodidad. “Nos han dicho que han encontrado a alguien hace unos minutos con unas Hardwood que encajan con la talla del pie de Lionel, una dieciséis. La persona que llevaba las deportivas tiene una nueve. Y eso es—en fin—un tanto sospechoso. Buen trabajo”.

      “Gracias”, dijo Jessie, intentando aparentar que no suponía gran cosa. “¿Alguna noticia del examinador médico sobre la posible causa de la muerte?”.

      “Nada oficial por el momento, pero cuando le dieron la vuelta a Lionel, encontraron un moratón gigante en su nuca. Así que no es descabellado pensar en la hipótesis de un hematoma subcutáneo. Eso explicaría