“¿Estás hablando de cómo te drogó tu marido para poder inculparte por el asesinato de Natalia Urgova? ¿Y cómo la droga que utilizó te provocó el aborto?”.
“Sí”, dijo Jessie con sequedad. “A eso es a lo que me refiero”.
“En fin, me sorprendería que alguien sacara eso a colación”, dijo la doctora Lemmon, con una amable sonrisa jugueteando en sus labios.
“¿Así que me estás diciendo que estoy creando estrés para mí misma sobre una situación que no tiene por qué ser estresante?”.
“Lo que digo es que, si manejas las emociones por anticipado, puede que no te resulten tan abrumadoras cuando estés en la consulta”.
“Eso es muy fácil de decir”, dijo Jessie.
“Todo es más fácil de decir que de hacer”, respondió la doctora Lemmon. “Dejemos eso a un lado por ahora y continuemos con el divorcio que tienes pendiente. ¿Cómo van las cosas por ese frente?”.
“La casa está en depósito de seguridad. Así que espero que eso se concluya sin complicaciones. Mi abogado dice que aprobaron mi solicitud de un divorcio urgente y que debería estar todo finalizado antes de que acabe el año. Hay un bonus por ese lado—como California es un estado de propiedad comunitaria, me quedo con la mitad de los activos de mi pareja asesina. Él también se queda con la mitad de lo mío, a pesar de ir a juicio por nueve delitos mayores a principios de año. Pero, considerando que he sido una estudiante hasta hace unas cuantas semanas, no supone gran cosa”.
“Y bien, ¿cómo te sientes respecto a eso?”.
“Me siento bien por lo del dinero. Diría que me lo he ganado de sobra. ¿Sabes que utilicé el seguro sanitario de su trabajo para pagar por la herida que me hizo al apuñalarme con el atizador? Eso tiene algo de justicia poética. Por lo demás, me alegraré cuando haya terminado todo. Lo que más quiero es dejar esto atrás y olvidarme de que pasé casi una década de mi vida con un sociópata sin percatarme de ello”.
“¿Crees que deberías haberte dado cuenta?”, preguntó la doctora Lemmon.
“Estoy intentando convertirme en criminóloga profesional, doctora. ¿Cómo puedo ser buena si no me di cuenta del comportamiento criminal de mi propio marido?”.
“Ya hemos hablado de esto, Jessie. Con frecuencia, hasta a los mejores criminólogos les resulta difícil identificar los comportamientos ilícitos de los que tienen más cerca. A menudo, se requiere de una distancia profesional para ver lo que realmente está pasando”.
“¿Creo entender que hablas por experiencia propia?”, preguntó Jessie.
Janice Lemmon, además de ser una terapeuta del comportamiento, era una experta criminal muy bien considerada que solía trabajar a tiempo completo para el Departamento de Policía de Los Ángeles. Todavía les ofrecía sus servicios de vez en cuando.
Lemmon había utilizado su considerable influencia y conexiones para conseguir a Jessie el permiso para visitar el hospital estatal en Norwalk y que pudiera entrevistar al asesino en serie Bolton Crutchfield como parte de su trabajo de graduación. Y Jessie también sospechaba que la doctora había desempeñado un papel crucial en que la aceptaran en el ostentoso programa de la Academia Nacional del FBI, que generalmente solo aceptaba a investigadores locales con mucha experiencia, y no a recién graduados que carecían de experiencia alguna.
“Así es”, dijo la doctora Lemmon. “Pero podemos dejar eso para otro momento. ¿Te gustaría hablar de cómo te sientes por haberte dejado engañar por tu marido?”.
“No diría que me engañaron completamente. Después de todo, gracias a mí, está en la cárcel y tres personas que hubieran acabado muertas de no ser por mí, entre ellas yo misma, están vivitas y coleando. ¿No recibo ningún crédito por ello? Porque lo cierto es que acabé por darme cuenta. No creo que la policía se hubiera dado cuenta jamás”.
“Eso parece justo. Por tu tono, asumo que prefieres continuar con otro tema. ¿Qué te parece que hablemos de tu padre?”.
“¿En serio?”, preguntó Jessie, incrédula. “¿Tenemos que hablar de eso a continuación? ¿No podemos hablar de mis problemas para encontrar apartamento?”.
“Creo entender que están relacionados. Después de todo, ¿no es esa la razón de que tu compañera de piso no pueda dormir por las pesadillas que te despiertan a gritos?”.
“No estás siendo justa, doctora”.
“Solo estoy trabajando con las cosas que me dices, Jessie. Si no quisieras que yo las supiera, no las hubieras mencionado. ¿Puedo asumir que los sueños tienen que ver con el asesinato de tu madre por parte de tu padre?”.
“Sí”, respondió Jessie, con un tono que seguía siendo demasiado jactancioso. “Puede que el Ejecutador de los Ozarks se haya metido bajo tierra, pero todavía tiene a una víctima en sus garras”.
“¿Han empeorado las pesadillas desde que nos vimos por última vez?”, preguntó la doctora Lemmon.
“No diría que son peores”, corrigió Jessie. “Se han mantenido básicamente al mismo nivel de espantosa horripilancia”.
“Pero se han hecho dramáticamente más frecuentes e intensas desde que recibiste el mensaje, ¿correcto?”.
“Asumo que estamos hablando del mensaje que me pasó Bolton Crutchfield para desvelar que ha estado en contacto con mi padre, a quien le gustaría mucho encontrarme”.
“De ese mensaje es del que estamos hablando”.
“Entonces sí, ese fue el momento en que empeoraron”, respondió Jessie.
“Dejando los sueños de lado por un momento”, dijo la doctora Lemmon, “quería reiterar lo que te dije previamente”.
“Sí, doctora, no lo he olvidado. En tu capacidad como consultora del Departamento de Hospitales del Estado, División No-Rehabilitadora, has hablado con el equipo de seguridad del hospital para garantizar que Bolton Crutchfield no tenga acceso a ningún personal externo no autorizado. No hay manera de que se pueda comunicar con mi padre para hablarle de mi nueva identidad”.
“¿Cuántas veces he dicho eso?”, preguntó la doctora Lemmon. “Deben haber sido unas cuantas para que lo hayas memorizado”.
“Digamos que más de una vez. Además, me he hecho amiga de la jefa de seguridad de las instalaciones del DNR, Kat Gentry, y me dijo básicamente lo mismo—han actualizado sus procedimientos para garantizar que Crutchfield no tenga ninguna comunicación con el mundo exterior”.
“Y aún así, no suenas convencida”, indicó la doctora Lemmon.
“¿Lo estarías tú?”, le contrapuso Jessie. “Si tu padre fuera un asesino en serie conocido por el mundo entero como el Ejecutador de los Ozarks y hubieras visto con tus propios ojos cómo les sacaba las vísceras a sus víctimas y nunca le hubieran atrapado, ¿te quedarías tranquila por unas meras formalidades triviales?”.
“Admito que, seguramente, sería algo escéptica. Pero no sé qué tiene de productivo concentrarte en algo que no puedes controlar”.
“Tenía pensando sacar eso a colación, doctora Lemmon”, dijo Jessie, abandonando el tono sarcástico ahora que tenía una petición genuina que hacer. “¿Estamos seguras de que no tenemos ningún control de la situación? Parece que Bolton Crutchfield sabe bastante sobre lo que ha estado haciendo mi padre en los últimos años. Y a Bolton… le gusta mi compañía. Estaba pensando que puede que sea hora de hacerle otra visita para charlar con él. ¿Quién sabe lo que puede revelar?”.
La doctora Lemmon aspiró profundamente mientras consideraba la propuesta.
“No estoy segura de que meterte en juegos mentales con un célebre asesino en serie sea el mejor paso para tu bienestar emocional, Jessie”.