“Una puta que realmente disfruta del sexo”, pensó, viéndola acercarse. “¿Quién ha oído de tal cosa?”.
Francamente, eso le quitaba las ganas.
Bueno, al menos estaba seguro que no era policía. Se hubiera percatado de eso al instante.
Cuando ella se acercó lo suficiente como para poder verlo, él tocó su bocina. Dejó de hablar por teléfono por un momento y miró hacia donde se hallaba, protegiendo sus ojos del sol. Cuando vio que era él, lo saludó y le sonrió, una sonrisa que parecía totalmente sincera.
Luego caminó hacia la parte trasera del gimnasio, la entrada de los “empleados”. Se dio cuenta que probablemente tenía una cita dentro del burdel. No importaba, la contrataría otro día cuando estuviera de humor para un placer específico. Por ahora podía disfrutar de las otras prostitutas.
Recordó cómo habían dejado las cosas la última vez. Había sido alegre, buena y comprensiva.
“Vuelve cuando quieras”, le había dicho. “Será mejor la próxima vez. Nos llevaremos de lo mejor. Las cosas se pondrán muy emocionantes”.
“Ay, Chiffon”, murmuró en voz alta. “No tienes ni idea”.
Capítulo Cuatro
Riley oía disparos por todas partes. A su izquierda, oía los chasquidos ruidosos de pistolas. A su derecha, oía armamento más pesado, ráfagas de los rifles de asalto y subfusiles.
En medio de todo el alboroto, sacó su pistola Glock de su pistolera de cadera, se colocó en decúbito prono y disparó seis rondas. Se puso de rodilla y disparó tres rondas. Recargó su pistola hábilmente, luego se puso de pie y disparó seis rondas, y finalmente se arrodilló y disparó tres rondas más con su mano izquierda.
Se puso de pie y guardó su arma, luego se alejó de la línea de fuego y se quitó sus orejeras y gafas protectoras. El blanco con el contorno en forma de botella estaba a veintitrés metros de distancia. Incluso desde esta distancia, pudo ver que había agrupado sus disparos bastante bien. En las otras filas, los alumnos de la academia del FBI seguían practicando bajo la supervisión de su instructor.
Riley tenía tiempo sin disparar un arma, a pesar de siempre estar armada en el trabajo. Había reservado esta fila en el polígono de tiro de la Academia del FBI para ejercicios de tiro al blanco y, como siempre, sentir la fuerza de su arma la satisfacía.
Escuchó una voz detrás de ella.
“Pareces de la vida escuela”.
Se volvió y vio al agente especial Bill Jeffreys cerca, sonriendo. Ella le sonrió de vuelta. Riley sabía exactamente lo que él quería decir con “de la vida escuela”. El FBI había cambiado las reglas para poder calificar para obtener una pistola hace unos años. Disparar desde decúbito prono ya no era un requerimiento. Ahora se ponía más énfasis en disparar a los blancos de cerca, entre tres y siete metros de distancia. Eso era complementado con la instalación de realidad virtual donde los agentes eran inmersos en escenarios que implicaban enfrentamientos armados de cerca. Y los alumnos también pasaban por el notorio Hogan's Alley, una ciudad simulada donde se enfrentaban a terroristas falsos con pistolas de bolas de pintura.
“A veces me gustan las cosas de la vieja escuela”, dijo. “Supongo que algún día tendré que usar fuerza mortal a distancia”.
Por experiencia propia, Riley sabía que en la vida real los enfrentamientos casi siempre eran de cerca, y que muchas veces eran inesperados. De hecho, realmente había tenido que pelear mano a mano en dos casos recientes. Había matado a uno de los atacantes con su propio cuchillo y al otro con una piedra.
“¿Crees que esto prepara a los chicos para la realidad?”, preguntó Bill, asintiendo con la cabeza hacia los alumnos que ya habían terminado y que estaban saliendo del polígono de tiro.
“No realmente”, dijo Riley. “En RV, tu cerebro acepta la situación como real, pero no hay ningún peligro inminente, ningún dolor, no hay ninguna rabia que controlar. Dentro de ti sabes que realmente no existe ninguna posibilidad de morir”.
“Eso es correcto”, dijo Bill. “Tendrán que descubrir la realidad como lo hicimos nosotros muchos años atrás”.
Riley lo observó de lado mientras se alejaban del polígono de tiro.
Como ella, él tenía cuarenta años de edad y su pelo marrón tenía algunas canas. Se preguntó lo que significaba que se encontraba a sí misma comparándolo con su vecino esbelto.
“¿Cuál era su nombre?”, se preguntó. “Ah, sí — Blaine”.
Blaine era apuesto, pero no estaba segura si podía hacerle la competencia a Bill. Bill era grande, sólido y muy atractivo.
“¿Qué te trae por estos lados?”, le preguntó.
“Me dijeron que estarías aquí”, dijo.
Riley entrecerró los ojos con inquietud. Probablemente no era solo una visita amistosa. Detectó por su expresión que no estaba listo para decirle lo que quería aún.
“Si quieres hacer todo el ejercicio, puedo marcarte el tiempo”, dijo Riley.
“Te lo agradecería”, dijo Riley.
Pasaron a una sección separada del campo de tiro, donde no estaría en riesgo de ser alcanzada por las balas perdidas de los alumnos.
Mientras Bill operaba un cronómetro, Riley pasó por todas las etapas del curso de calificación de pistola del FBI, disparando a la diana a tres, luego a cinco, luego a siete, luego a quince metros de distancia. La quinta y última etapa fue la única parte que le pareció poco desafiante, disparar desde detrás de una barricada a 25 metros de distancia.
Riley se quitó su protector de cabeza cuando terminó. Ella y Bill caminaron a la diana y revisaron su trabajo. Todas las marcas de impacto estaban bien agrupadas.
“Cien por ciento — una puntuación perfecta”, dijo Bill.
“Más le vale”, dijo Riley. Odiaría el hecho de que se estuviese oxidando.
Bill señaló hacia la valla trasera más allá del blanco.
“Es surrealista, ¿no?”, dijo.
Algunos ciervos de cola blanca pastaban en la cima de la colina. Realmente se habían reunido allí mientras ella había estado disparando. Estaban a su alcance, incluso con su pistola. Pero no se veían ni un poco molestos por las miles de balas que golpeaban los blancos justo debajo de la cresta por la que andaban.
“Sí”, dijo ella, “y hermoso”.
Los ciervos eran comunes en esta época del año. Era temporada de caza, y de alguna manera sabían que estarían seguros aquí. De hecho, los terrenos de la academia del FBI se habían convertido en una especie de refugio para muchos animales, incluyendo zorros, pavos salvajes y marmotas.
“Un par de días atrás, uno de mis estudiantes vio un oso en el estacionamiento”, dijo Riley.
Riley dio unos pasos hacia la valla trasera. Los ciervos levantaron sus cabezas, la miraron fijamente y se fueron trotando. No le tenían miedo a los disparos, pero no querían que la gente se acercara mucho.
“¿Cómo supones que lo saben?”, preguntó Bill. “Quiero decir, que es seguro aquí. ¿No es que todos los disparos suenan iguales?”.
Riley simplemente negó con la cabeza. Era un misterio para ella. Su padre la había llevado a cazar de pequeña. Para él, los ciervos eran simplemente recursos, alimentos y piel. No le había molestado el matarlos hace tantos años. Pero eso había cambiado.
Le parecía extraño ahora que lo pensaba. No le costaba usar fuerza letal contra un ser humano cuando era necesario. Podía matar